Hillsborough (Foto Propia)

Danza con Kiwis — #03 — Extraño en tierras extrañas

--

Hoy aterrice en Nueva Zelanda. Después de 16 horas de viaje y la típica odisea que es sobrevivir los controles de seguridad y aduaneros pude relajarme cuando subí al auto de mi anfitriona que vino a buscarme al aeropuerto.

Es una sensación extraña la que me ha acompañado a lo largo de todo el viaje. Mientras me encaminaba a Ezeiza no podía dejar de pensar en que esas calles de Buenos Aires, que fueron mi cotidianidad por tanto tiempo, estaban a punto de desaparecer de mi vida. No creo que el contexto que nos rodea tenga demasiado poder para definir quiénes somos, pero sin duda algún impacto tiene que tener y es en este punto donde me pregunto: qué tanto Buenos Aires define quien soy y que vendrá ahora que ya no estoy más ahí.

El vuelo fue agotador. El estrés que invade a todo viajero esta vez fue acompañado por la ansiedad de lo desconocido, el largo periplo que me espera vivir en Auckland y el repaso constante en mi cabeza de cuáles eran los papeles que tenía que tener a mano para pasar por migraciones. Por más que uno revise una y otra vez que esté todo, siempre queda el temor de que algo salga mal: desde una valija con sobrepeso hasta que los nervios nos traicionen y, entre el balbuceo inentendible de un inglés poco practicado, cometamos un error fatal que nos devuelva a casa hundidos en la derrota.

Irónicamente todas estas preocupaciones urgentes enmascaraban otro temor que había estado sintiendo desde el momento en que me di cuenta que todo esto era real, ese temor que te dice: ¿Qué carajo estás haciendo?

Ese temor se manifestó con fuerza apenas Nueva Zelanda apareció en la pantalla del mapa donde se proyectaba la posición del avión en el mundo. Ya era real, la peor parte casi había pasado y ahí es cuando al quedar atrás los temores menores el temor principal se libera y se te presenta para preguntar: ¿Qué carajo vas a hacer ahora?

Mientras mi anfitriona me llevaba por las calles circundantes al aeropuerto no podía parar de pensar sobre el desconocimiento total de lo que me depara el futuro y lo poco capacitado que me sentí, en ese momento, para enfrentarme a lo que estaba por venir. Esta lucha interna, entre el Bruno que sabe que tiene el poder y el Bruno que se sabotea a sí mismo a cada paso, se vuelve un choque épico de fuerzas cuanto más inestable es todo, y si alguna vez mi vida fue inestable jamás llegó al punto en el que está ahora.

Me tomó un par de horas aclimatarme, darme una ducha, dormir unos minutos y ordenar los equipajes. Pero no pasó mucho tiempo hasta que la vida volvió a mí y me invadió la imparable necesidad de salir a caminar por la ciudad.

Cruzar el portal de la vivienda en la que estoy fue casi mágico, el primer paso tenía cierta carga de temor, casi como quien está a punto de pisar un planeta alienígena a donde ningún otro ser humano estuvo antes. Pero al primero le siguió otro y otro y otro más.

Francamente, si había tenido alguna duda sobre si quería realmente quedarme en este país o si iba a extrañar se borró con los primeros metros de la caminata. La tranquilidad que se respira es algo que no recordaba haber vivido en muchísimo tiempo, la belleza, el orden y el respeto que veo en todos los ciudadanos de este lugar es algo que estaba añorando vivir, eliminar de una vez la agresividad que tanto impera en Buenos Aires y que por más que intenté abstraerme de ella siempre me termina alcanzando.

Hoy fui al banco y quedé sorprendido. No porque la atención haya sido particularmente agradable, fue eficiente y cordial pero estuve lejos de sentir que estaba visitando a un amigo. Lo que me impactó fue darme cuenta que lo que creí que era el escritorio de informes era en realidad la caja. Las cajeras estaban sentadas en una mesa larga sin ningún tipo de protección. Las transacciones se hicieron frente a los otros clientes que esperaban a pocos metros de distancia y el cajero automático era abierto por los guardias de seguridad mientras la gente entraba y salía a menos de un metro de distancia.

No voy a caer en la estupidez de quien reniega de su pueblo viendo solo lo bueno en los otros, no me cabe duda de que hay cosas en este país que no funcionan, me atrevería a decir que hay cosas que se hacen mejor en argentina, pero eso no quita que las cosas básicas me impactan como algo increíble y que no debería impactarme así. Esta debería ser la norma, no la excepción.

Estos próximos días, semanas y meses van a ser de experimentación y absorción de conocimientos sobre una cultura que se parece en mucho a la mia pero que al mismo tiempo se diferencia enormemente. Será cuestión de empaparme con este mundo, dejarlo que me rodee y aprender a bailar al ritmo de los kiwis.

Capitulo Anterior

--

--