Plaza de Mayo en 1860 (Catastro Beare)

La Unificación del Catastro Beare

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En Agosto del 2006 se presentaba en el Museo de la Ciudad de Buenos Aires un ambicioso proyecto de digitalización que prometía llevar al alcance de todo el mundo uno de los documentos más importantes y desconocidos de la ciudad: el Catastro Beare.

Irónicamente, al poco tiempo de haberse terminado el proceso de digitalización ya se había vuelto una tarea casi imposible conseguir el material. En mi caso personal no pude tomar contacto con el catastro sino hasta diez años más tarde, casi por casualidad, cuando tras varios intentos infructuosos pude conseguir una copia después de una visita al Museo de la Ciudad.

Inmediatamente descubrí que el trabajo realizado presentaba toda una serie de problemas que hacía que su lectura fuera deficiente cuando no imposible.

No tardé en empezar a pensar qué debía existir una forma de mejorar el trabajo ya realizado y decidí que con un poco de esfuerzo se lograría conseguir un producto, no solo más accesible para el público general, sino más dinámico para el investigador y más amigable para quienes intentaran integrar el material a una futura base de datos online.

En este artículo voy a hacer una breve reseña histórica del catastro y la mayúscula importancia que reviste para la historia de la ciudad. En una segunda parte voy a detallar el estado del material que encontré originalmente en el Museo de la Ciudad y los problemas que presentaba.

Por último voy a describir los trabajos realizados y como tras dos años logré conseguir una presentación única del Catastro Beare.

El Catastro Beare

A partir del año 1852 la Argentina comenzó una etapa de profundos cambios políticos y sociales: el poder comenzó a pasar de los gobiernos provinciales hacia un naciente Estado centralizado al que le fue posible lograr el monopolio de la violencia legítima y asegurarse el control de la aduana, principal fuente de ingresos del país.

La ciudad de Buenos Aires fue la principal beneficiada de este nuevo orden y fue durante el periodo posterior a la caída Rosas que el despegue económico detonó una transformación urbanística que, para la época, fue comparable a lo que vivió Dubai durante las últimas décadas del siglo XX. La ciudad dejaba atrás su aspecto colonial y comenzaba a sentar las bases de lo que se convertiría una de las urbes más grande e importante del mundo.

El Catastro Beare es un producto directo de un nuevo poder centralizado capaz de controlar y planificar el futuro de sus ciudades y poblaciones.

Hasta ese entonces Buenos Aires solo había visto un censo, el de 1855, y si bien se habían creado múltiples planos de la ciudad ninguno hacía un seguimiento de las propiedades ni la superficie de los lotes. El catastro apareció como una herramienta fundamental para que el Estado pudiera determinar la cantidad, extensión y características de las propiedades sobre la que cobraría impuestos.

Las ideas europeas, que no habían sido bienvenidas durante la gobernación de Rosas, propiciaban la planificación urbana como una forma de mejorar la higiene y habitabilidad de las ciudades. Un plano catastral era una herramienta fundamental para poder visualizar la urbe y sus necesidades.

Viendo esta situación el Ing. Peter Beare, nacido en Inglaterra en 1825 y que había llegado a la ciudad en 1857, presentó al gobierno de la Provincia de Buenos Aires la idea de crear un catastro esgrimiendo que: “se han cambiado tanto sus edificios en los barrios antiguos, y se ha fraccionado tan considerablemente gran número de sus heredades, que me ha parecido necesario tomar en lo posible una estadística exacta que represente estas alteraciones, y el aumento y riqueza que la ha acompañado”.

La propuesta de Beare fue aprobada con una asombrosa celeridad. Su misiva, presentada el 11 de julio, tuvo una respuesta afirmativa apenas nueve días más tarde. Allí se indicó que junto a los 12 tomos correspondientes a cada una de las parroquias se debía agregar “un libro de referencia, el cual deberá comprender todos los conocimientos y detalles necesarios para la mejor repartición del impuesto de “Contribución Directa” y demás derechos municipales”.

Beare fecha los primeros tomos de su trabajo en 1860 y continua abocado a la tarea por diez años (periodo en el que realizó otros trabajos en paralelo), siendo concluido el decimocuarto y último tomo en 1870. El trabajo final incluyó dos tomos más de los acordados originalmente.

Lamentablemente la vida del Ing. Beare concluye trágicamente un año más tarde, cuando muere ahogado al hundirse el vapor “América” que lo llevaba a Montevideo a donde se había afincado con su familia.

La obra de Beare, el catastro que lleva su nombre, es una obra imponente incluso para quienes no están familiarizados con su importancia.

Los catorce tomos descansan en el Museo de la Ciudad, dentro un mueble de madera especialmente construido para su guarda, lo cual es ideal para archivar estos tomos que tienen un tamaño de 50 cm por 70 cm.

Todas las ilustraciones del catastro fueron realizadas a mano, lo que hace de esta colección una pieza única e irrepetible. No fue sino hasta la digitalización del año 2006 que se creó un soporte de respaldo para el mismo y aunque la calidad de este trabajo demuestra ciertas limitaciones técnicas es necesario reconocer su importancia al ser el primer paso para asegurar la conservación de este documento histórico.

Poco se conoce de la historia del catastro entre los años en los que fue realizado hasta el momento en el que llega al Museo de la Ciudad.

La digitalización del 2006

La tecnología de digitalización de documentos no ha hecho más que avanzar en las últimas décadas y ésta, sumada a la aparición del Internet y el incremento en su velocidad, han propiciado que cada vez más material esté disponible para la consulta del público.

Si bien en Argentina las iniciativas de este tipo han sido esporádicas y poco organizadas es indiscutible que aquellas que progresaron significaron grandes progresos, siendo la digitalización del Catastro Beare, en el 2006, una de ellas.

Como dije más arriba, este catastro tiene una particularidad que lo hace el candidato perfecto para ser digitalizado: es literalmente un documento único.

Habiendo sido creado para informar al gobierno de las propiedades de sus ciudadanos no es de sorprender que jamás haya sido editado para el público y que no existan copias del mismo.

Por ende solo existe un ejemplar de cada uno de los 14 tomos, todos ellos dibujados a mano y pintados con acuarelas. Si bien existen otros planos de la ciudad que datan de aquella época ninguno muestra con tanto detalle las parcelas ni ofrece información sobre sus propietarios.

El proceso de digitalización fue realizado mediante fotografías de cada una de las páginas de los 14 tomos. La calidad de dichas fotografías varía enormemente, lo que hace que haya archivos donde es posible obtener toda la información y otros donde solo se alcanza a reconocer las formas de los lotes pero no datos como la numeración de las puertas, por poner un ejemplo.

Es posible ver que esta digitalización, aunque bien intencionada, se encontraba mal dirigida y, probablemente, haya sufrido de problemas tecnológicos y/o presupuestarios.

Este es uno de los problemas que es imposible arreglar sin realizar una nueva digitalización del material, lo que debería ser una prioridad para el futuro inmediato.

Pero existieron otros problemas en los trabajos del 2006 que sí fue posible corregir. Estos son deficiencias en la forma en la que el material se presentó al público y como se diseñaron las herramientas para acceder a la información.

Los datos digitalizados fueron cargados en un DVD con una plataforma de visualización diseñada utilizando el Adoble Flash. La idea era que quien accediera a la información pudiera verla como si estuviera ojeando los libros físicos.

Es claro que el fin de la presentación es la de ser visualmente agradable pero no fue diseñada para que fuera utilizada de forma realista por cualquier persona más allá del eventual curioso.

Ilustración 1 — Imagen de Inicio imposible de evitar

Una vez superadas las pantallas de presentación, imposibles de evitar y que tardaban 15 segundos en pasar, el usuario era bienvenido con una imagen que mostraba los tomos simulando una biblioteca desde donde podía seleccionar el material.

Viendo la ilustración 2 es posible notar que no existía ninguna referencia de que área era cubierta por que tomo. Esta presentación era estéticamente muy atractiva pero adolecía de problemas de funcionalidad.

Ilustración 2 — Selección de los tomos

Hecho click en el volumen seleccionado, el usuario era llevado a una ventana donde se le presentaban las páginas del libro en una pequeña vista previa. Esto daba una idea lo que contenía el tomo pero por su pequeño tamaño no alcanzaba para visualizarlo correctamente.

Ilustración 3 — Pantalla para la selección de material dentro de cada tomo

Se hacía necesario abrir cada una de las páginas para ver una versión un poco más grande de la misma. Acto seguido era necesario acceder a otra ventana para ver una versión al máximo tamaño disponible de cada una de las imágenes, la cual aparecía en su máximo tamaño en la pantalla, obligando al usuario a desplazar la imagen por la pantalla para ver el contenido. No había una función que permitiera hacer zoom.

Ilustración 4 — Pantalla que mostraba el material disponible para la imagen seleccionada
Ilustración 5 — Era necesario desplazar la imagen para poder verla

Este proceso resultaba extremadamente engorroso para cualquier que quisiera ver múltiples imágenes en simultáneo o, peor aún, si se quería revisar la información catastral junto con los mapas.

Además los índices originales, que acompañan a cada uno de los tomos, perdían su funcionalidad al no haber sido tenidos en cuenta a la hora de numerar los archivos digitales.

Esto causó que para buscar una cuadra en particular fuera necesario revisar una por una las imágenes hasta dar con la requerida.

En la Ilustración 6 podemos ver cómo las primeras cuadras del índice del tomo II están marcadas con el número I pero se corresponden con las imágenes 5 y 6 del índice que vemos abajo.

Ilustración 6 — Los índices originales no guardaban ninguna relación con la numeración de los archivos del DVD

Otro problema que presentaba esta forma de mostrar la información era la imposibilidad para el usuario de guardar las imágenes que se estaban visualizando. Toda la información se encontraba contenida dentro de archivos Flash, inaccesibles para el usuario promedio, sin que existiera forma de extraer las imágenes desde la aplicación.

Toda esta serie de problemas hacían que el acceso al Catastro Beare fuera extremadamente complicado y muy poco amistoso, al mismo tiempo que eliminaban la posibilidad de realizar una idea que me parecía fundamental: unificar todas las imágenes en un solo gran mapa de toda la ciudad.

Este proyecto me parecía el paso lógico a seguir habiendo sido ya digitalizada la información.

La unificación del Catastro Beare (2016)

El primer paso a realizar fue el de “desarmar” los archivos flash, los cuales no se encontraban encriptados ni protegidos pero si comprimidos. Esta primera tarea se redujo a la simple descompresión de cada uno de los 14 tomos (los que se guardaban en archivos individuales) y la clasificación de las imágenes digitales para identificar cuáles eran las que realmente servían.

Esta etapa concluyó con la extracción de las imágenes en formato JPG. Con esto se hizo posible utilizar la información con total libertad y visualizar múltiples archivos en simultáneo en cualquier otra plataforma que se deseara.

El siguiente paso requirió la creación de un índice que le permitiera al usuario la localización rápida de los archivos buscados. Primero había que determinar los límites exactos del área que cada tomo cubría. Para ello identifiqué las cuadras que aparecían en cada tomo particular y trasladé esa información a una versión actual del mapa de la ciudad.

Así, para cuando terminé, el resultado era que existían 14 carpetas, una para cada tomo. En la raíz principal un archivo mostraba el área total cubierta por cada uno de los tomos mientras que, dentro de cada una de las carpetas, otro mapa mostraba que archivo cubría cada cuadra.

Ilustración 7 — Índice general

Esto hizo que las búsquedas fueran exponencialmente más sencillas. Originalmente no era posible saber con exactitud qué área cubría cada tomo porque estos hacían referencia a los antiguos barrios de la ciudad. Para cualquier búsqueda era necesario realizar una aproximación de dónde era probable que estuviera la cuadra que se buscaba y luego revisar cada una de las imágenes para ver si estaba donde se creía.

Si habíamos errado se hacía necesario pasar a otro tomo y repetir el proceso. Si a esto le sumamos que el catastro originalmente tenía algunos faltantes, el resultado era que podíamos pasar horas buscando una cuadra de la que no existía registro alguno.

Puede verse que no son pocos los casos de cuadras que no fueron relevadas, tal como se indica en azul en la Ilustración 7. Además también me permitió descubrir que ocho cuadras que aparecen en el tomo 1 se repiten en los tomos 8 y 9. Mientras que el primer tomo se completó cerca de 1860 los otros fueron de los últimos en terminarse, lo que nos da un curioso caso en el que podemos ver como evolucionaron las mismas cuadras tras diez años de crecimiento urbano.

Ilustración 8 — Índice del tomo I

Con el nuevo sistema basta revisar el plano general para determinar en que tomo está el área que buscamos y luego ir al plano específico de cada tomo para localizar el archivo que tiene la cuadra exacta.

Esto resulta especialmente útil cuando tenemos en cuenta que fuera del área céntrica, donde cada página cubre una sola cuadra, puede haber páginas que cubren de cuatro a decenas de cuadras en simultáneo, dependiendo de la densidad urbana del área.

Llegado a este punto fue posible comenzar a pensar en la meta final: la creación de un plano único que contuviera todas las ilustraciones de los 14 tomos.

Como prueba piloto comencé a trabajar en el primer tomo, el cual cubre la parte sur del casco histórico de la ciudad. Este primer intento se redujo a ordenar las cuadras siguiendo su ubicación dentro de la grilla de la ciudad sin utilizar más referencias.

Este acercamiento resultó ser imposible de aplicar. Si bien el trabajo del Ingeniero Beare fue extremadamente preciso no fue perfecto y las mínimas variaciones de tamaños e imperfecciones causaron que pronto las cuadras perdieran relación la una con la otra. Mediante una rápida proyección se hizo evidente que para el momento que todos los tomos estuvieran juntos en un gran archivo las diferencias de una punta a la otra del plano serían enormes e insalvables.

Era necesario otro acercamiento para poder lograr una relación interna entre cada una de las imágenes.

Para ello decidí utilizar el actual mapa de la ciudad de Buenos Aires como plantilla donde montar las imágenes del Catastro Beare. Este plano, que actualmente se encuentra disponible en Internet, tiene la particularidad de estar basado en el catastro de 1940, el cual fue realizado con una precisión superlativa y por ello es la base ideal para trabajar.

Nuevamente comencé con una prueba piloto utilizando el primer tomo como punto de partida.

Ilustración 9 — Mapa oficial de la Ciudad de Buenos Aires

El primer paso fue el de elegir una escala que permitiera mantener la máxima calidad de los archivos originales del Beare. No era la idea que el resultado fuera tan pequeño que no permitiera ver los detalles, pero tampoco era práctico hacerlo más grande de lo que la calidad de las imágenes originales exigían.

La primer dificultad en este trabajo fue el de extraer la información del actual mapa de la ciudad. Si bien este es de público acceso no existen herramientas que permitan su descarga completa o por áreas. Fue necesario realizar múltiples capturas de pantalla para luego ir armando un montaje con el Photoshop.

Para cuando terminé había creado una imagen del mapa de la ciudad que cubría el área del primer tomo del catastro. Era el momento de empezar la segunda fase.

Abriendo cada una de las imágenes que tenía las fui colocando sobre su espacio equivalente en el mapa actual. Pronto se empezaron a hacer evidentes las imperfecciones del trabajo original que habían hecho imposible montar el mapa sin usar una referencia. Para superarlas fue necesario utilizar las herramientas de edición de Photoshop para deformar las imágenes y adaptarlas para que encajaran sobre su equivalente moderno.

Ilustración 10 — Cuadra, antes y después de ser ajustada para encajar en su equivalente actual

Un punto de gran importancia era el de no olvidar que se habían realizado múltiples modificaciones al trazado de la ciudad a lo largo de los años. Fue necesario compensar los ensanches y aperturas de calles para que los elementos modernos que me servían de referencia no tuvieran un efecto adverso de forma inadvertida. Por otro lado resultó muy útil que muchos de los lotes actuales guarden la misma forma que tenían en 1860. Con esto fue posible usarlos para hacer cuadrar las imágenes con mayor precisión, tal como se ve en la ilustración 10.

Fue necesario repetir este proceso para cada uno de los archivos del catastro porque ninguno encajaba perfectamente con su contraparte actual.

La dificultad de la tarea aumentaba a medida que las láminas se alejaban del centro de la ciudad y comenzaban a cubrir cada vez más superficie por página con menos puntos de referencia. Fue particularmente difícil el área de los bañados del Riachuelo y el actual barrio de La Boca ya que se encontraban en una muy temprana etapa de urbanización y la rectificación del Riachuelo cambió completamente la topografía del área. Fue necesario una profunda investigación y observación para poder hacer cuadrar las imágenes con algún grado de fidelidad.

Una vez que la prueba inicial mostró un resultado positivo pude comenzar a aplicar este proceso con los subsiguientes volúmenes. Fue necesario dividir el trabajo en 14 archivos, uno por cada volumen. Por cuestiones de limitaciones de la capacidad de la computadora que utilizaba me era imposible trabajar en un único gran archivo.

La ventaja de usar el mapa actual de la ciudad fue que me daba la seguridad que, mientras usara las referencias modernas, cada uno de los archivos que hacía por separado encajarían entre sí sin mayores problemas.

En total todo este proceso de adaptar las imágenes con las cuadras actuales tomó aproximadamente un año.

Sin embargo el trabajo no terminaba aún. Con la “deformación” de las imágenes surgió un efecto secundario tan inesperado como molesto: se generaron rebordes transparentes que dejaban ver al mapa moderno que utilizaba como plantilla.

Ilustración 11 — La deformación de los archivos causó transparencias indeseadas en las juntas

Este proceso era inevitable, pero para generar un resultado visualmente agradable fue necesario corregirlo. Utilizando una tableta de dibujo Wacom pinté cada uno de estos espacios tratando de taparlos, respetando los colores originales. Esto fue particularmente complicado en los puntos donde se encontraban los diferentes volúmenes ya que muchos de ellos utilizaban paletas de colores muy diferentes. Fue necesario crear un gradiente para tratar de combinarlos de forma orgánica.

Ilustración 12 — El área vista en la Ilustración 11 luego de ser pintada y arreglada

Esta etapa de dibujo y pintura tomó aproximadamente otro año más de trabajo.

Una vez terminado este proceso en cada uno de los tomos fue posible pasar al siguiente paso: la unificación de los catorce archivos en un único plano. Este era el momento crucial en el que iba a saber con certeza si mis cálculos habían sido correctos y si los archivos encajarían entre sí.

También surgió el problema de las limitaciones técnicas que la manipulación de archivos tan grandes causaría en la computadora que estaba utilizando, la cual ya funcionaba al máximo de su capacidad. Fueron comunes los colapsos del sistema con la perdida de información y tiempo que ello conlleva.

Finalmente, a pesar de las limitaciones, comencé a unificar los documentos en una gran imagen. Tras varios intentos fallidos logré compilar todo en un gran archivo que llegó a pesar un gigabyte en total y tener una dimensión de 46.430 por 32.450 pixeles.

Así, tras dos años de trabajo pude ver el resultado frente a mis ojos. En un mundo donde casi todo se ha conseguido y el descubrimiento de nuevas tierras es algo raro se me dio el extraño lujo de ver desplegada toda la ciudad de Buenos Aires tal como había existido entre 1860 y 1870, completamente ordenada e indexada, algo que nadie antes había visto.

Este proyecto ha superado su etapa más complicada y ahora solo queda buscar los medios tecnológicos y económicos para alcanzar los objetivos planteados en el 2006: que el Catastro Beare esté al alcance de todo aquel que quiera verlo, disfrutarlo y descubrir esta magnífica obra que el Ingeniero Peter Beare comenzó hace ya más de 150 años.

Ilustración 13 — Los 14 tomos del Catastro Beare unificados

Bibliografía

  • Lima Gonzáles Bonorino, Jorge F — La Ciudad de Buenos Aires y sus habitantes (1860–1870); Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires (2005), Buenos Aires.
  • Memorias de la Municipalidad de Buenos Aires (1859); Buenos Aires, 1860.

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