Cuadernos de Figueroa. Archivo Nacional.

El sagrado derecho al humor

cristian cambronero
5 min readFeb 7, 2018

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Ramashé, nunca más. En los días que siguieron a las elecciones de este 4 de febrero, han circulado numerosas “invitaciones” a dejar de hacer chistes, no circular memes, no “burlarse” de Fabricio Alvarado, de su esposa, de sus inconsistencias, de sus obras y milagros. Una ola de espontánea empatía, probablemente motivada por el susto de ver concretarse lo que antes era una amenaza lejana, por la ilusión de que –con respeto- se puede “convencer” a quienes hacen un voto radicalmente irracional. “¿Por qué lo llaman respeto cuando quieren decir miedo?”, decía Fernando Savater.

La intención si acaso es noble, pero conduce a un camino tétrico. Y además es inútil. Intento explicarme:

Aún antes de que Fabricio emergiera de las cavernas y se posicionara, amen de las circunstancias, como el favorito para ganar la elección, ya las redes eran un campo de batalla entre quienes apostamos por la sátira y el humor para evidenciar a quienes optan por cargos de elección popular, y quienes se sienten ofendidos por el supuesto irrespeto que ello implica. El video de Laura Moscoa hablando en lenguas y curando cánceres vía Facebook Live, es el ejemplo más vistoso. Cientos de memes, mashups y videos satíricos se esparcieron como pólvora ahí donde se cocina nuestra opinión pública: en Whatsapp.

“En Costa Rica no conocemos la sátira y como consecuencia no la entendemos. Y a juzgar por las reacciones más conservadoras, podríamos concluir que tampoco entendemos su importancia como herramienta de sano y caliente debate democrático, y de oportuno cuestionamiento, que escapa de los rigores del periodismo netamente informativo”, escribí hace 3 años en La Nación, días después del ataque terrorista a la revista satírica francesa Charlie Hebdo.

“Les ayudamos”, dicen ahora desde el progresismo. Según esta tesis, al multiplicar la exposición de esos contenidos se amplía la popularidad del candidato y quienes lo rodean; o bien, se reafirma la lealtad entre quienes ya lo siguen.

Una de mis mayores preocupaciones, es que percibo que el llamado al “respeto” tiene que ver con que se trata de asuntos religiosos, de cosas de Dios. No recuerdo, por ejemplo, un intento de “autoregular” su discurso por parte de quienes atacan visceralmente “el neoliberalismo”, a “los chancletudos”, o a “los corruptos”. De ser así, estaríamos dando por sentado que la religión, la fe, las creencias, conforman una suerte de tema sagrado (nunca mejor dicho), un territorio vetado, para la sátira, la fisga y el humor.

También estaríamos dando por un hecho que quienes votaron por el cantante de salmos lo hicieron movidos -únicamente- por sus creencias y principios religiosos. Pero nada en los datos que conocemos de la elección del domingo permite inferir tal cosa. La votación muestra que a Fabricio lo eligieron -mayoritariamente- los costarricenses con menos recursos. Y ni todos los cristianos son pobres, ni todos los pobres son religiosos. Por tanto parece un error seguir creyendo que esto es un asunto -solo- de religión y valores. Indudablemente es mucho más complejo. Especialmente cuando se trata de reducirlo al impacto de un chiste ;)

Habla Savater:

“…la libertad religiosa en los países democráticos se basa en el principio de que la religión es un derecho de cada cual pero no un deber de los demás ciudadanos ni de la sociedad en su conjunto. Cada cual puede creer y venerar a su modo, pero sin pretender que ello obligue a nadie más. Tal como ha explicado bien José Antonio Marina en su reciente Por qué soy cristiano, cada uno puede cultivar su “verdad privada” religiosa pero estando dispuesto llegado el caso a ceder ante la “verdad pública” científica o legal que debemos compartir…”

Aquí está la clave. Cuando un político, o un personaje público, usa el discurso religioso como arma, y lo apunta hacía otros ciudadanos, con ínfulas impositivas, se rompe cualquier vestigio de privacidad y mucho más de pretendido “respeto”.

“La religión es algo íntimo que puede expresarse públicamente pero a título privado: y como todo lo que aparece en el espacio público, se arriesga a críticas, apostillas y también a irreverencias. Hay quien se muestra muy cortés con todos los credos y quien se carcajea al paso de las procesiones: cuestión de carácter, cosas del pluralismo.”, sentencia el filósofo contemporáneo español.

La sátira, el humor –y sí- la chota, han formado parte del ejercicio periodístico y de opinión en Costa Rica a lo largo de toda nuestra historia democrática. Son obligadas las referencias al trabajo de Jose María Figueroa Oreamuno hace más de 150 años, autor del Álbum de Figueroa (Patrimonio de la Humanidad) y de los Cuadernos de Figueroa, plagados de prosa y caricatura mordaz y satírica que le valieron persecución, denuncias y hasta el destierro. O el trabajo del periodista y escritor Pío Víquez, marcados por la fisga hacia la clase política y un decidido anticlericalismo. Nada menos que nuestro Premio Nacional de Periodismo lleva su nombre.

“Por su naturaleza y función social, en muchas sociedades la sátira ha disfrutado de especiales licencias y libertades para burlarse de personas e instituciones destacadas. En Alemania, e Italia la sátira incluso está protegida por la Constitución. Como la sátira también es considerada una expresión artística, se beneficia de ímites de legalidad más flexibles que la simple libertad de información de tipo periodístico. En algunos países se reconoce un “derecho a la sátira” específico, cuyos límites trascienden el “derecho informar” del periodismo e incluso el “derecho a la crítica”.

“Una buena democracia debe proteger vigorosamente la sátira política, incluso si llega a niveles que parezcan desagradables o hirientes a ciertos sectores de la población o al político o personaje público afectado”, dice el constitucionalista colombiano Rodrigo Uprimny.

La sátira, desde luego, ha evolucionado con los tiempos y las plataformas. De los Cuadernos de Figueroa, haciendo un violento fast foward pasamos a los montajes de video, a los memes filosos, al stand-up comedy y los late night shows, a los tuits punzantes, a los youtubers irreverentes.

En el caso puntual de nuestro país, ese espacio para el humor, descuidado por los grandes medios de comunicación (con la notable excepción de Pelando el Ojo), ha sido ocupado por la gente; opinadores, generadores de contenido y proyectos de comunicación independientes. En buena hora.

Entonces debe estar claro: Lo único peor que un eventual gobierno de cristianos fundamentalistas en Costa Rica, es que -además- cedamos el derecho al humor, a la sátira, y a la fisga. Comparto de corazón el respeto a la decisión soberana de los electores, y a sus razones. La mofa no se debe apuntar a la gente y a sus legítimas decisiones democráticas, menos aún si lo hacemos desde una supuesta superioridad moral y el elitismo. “El humor es un arma contra los poderosos. No contra los débiles”, dice el sagaz periodista colombiano Daniel Samper Ospina.

Pero contra quienes ostentan el poder, o aspiran a él, hay que apuntar todas las miras, toda la picardía, y toda la risa. Incomodar, para que algo se mueva. Ser audaces para desbaratar tabúes y deschingar reyes.

Recordemos que en nombre del “respeto” y de otro sinfín de criterios subjetivos, cambiantes y antojadizos se han cometido atropellos históricos a los derechos individuales más fundamentales, incluidos no solo la libertad de expresión, sino -oh la ironía- la libertad de culto.

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cristian cambronero

Estratega de comunicación. Periodista. Socio, Gerente de estrategia @ NOISE Central America agencia digital / Premio Nacional de Periodismo, 2009.