El Cineasta

Carlos Vergara C.
6 min readAug 10, 2022

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El contrato

La habitación estaba iluminada tenuemente por la luz del atardecer, a pocos minutos de desaparecer.

— Esperamos tu respuesta mañana a primera hora — le dijeron — . Las palabras aún rebotaban en las paredes.

El cuarto D47 del Hotel Nuevo Sur era una habitación enorme y hermosa. Sin lujos, pero sí con una decoración que demostraba buen gusto y una obsesión por el antiguo minimalismo.

Sentado en uno de los sitiales, Oliver leía y releía el contrato.

El último de los abogados a quien consultó no fue más entusiasta que los otros dos, pero sí más creativo

— ¡Estás entregando tu alma al demonio! — le había dicho, exaltado.

— Qué saben ellos — gruñía Oliver, entre dientes, mientras volvía a leer.

El contrato era simple. En su cabecera lucía el logo de BestFilms, en sus habituales colores negro y dorado, con un toque de rojo. Más abajo, en cinco secciones seguidas se estipulaba todo lo que Oliver debía aceptar y en solo una, al final del documento, lo que recibiría a cambio. Una suma que le aseguraba una buena situación económica de por vida.

Oliver nunca sufrió pobreza. Sin embargo, la situación para las familias como la suya, alejadas de las zonas de acopio de agua, se hacía cada vez más difícil de sobrellevar. Cuando se fue de casa, comenzó, como la mayoría de los jóvenes que escapaban de las zonas secas, a realizar trabajos como recolector de material en ciudades abandonadas. Pero su sueño estaba lejos de ahí. El mundo del cine lo había atrapado de niño, cuando aún existía la posibilidad de ver películas en pantallas gigantes 4D, dentro de salones. Quería convertirse en actor, uno famoso. Y después de varios años con pequeñas apariciones en series mediocres y de bajo presupuesto, estaba a punto de lograrlo. Solo debía firmar.

La Compañía

El creador y principal accionista de BestFilms era, por supuesto, un multimillonario excéntrico. Robert Jackson era además uno de los más reconocidos cineastas del siglo, que había revolucionado el mundo del cine desde sus primeras intervenciones experienciales.

Su excesiva búsqueda de la perfección le trajo millones de admiradores, al mismo tiempo que cientos de miles de detractores.

En su odisea por crear experiencias realistas, Robert había estudiado y experimentado con el sonido, la iluminación, los personajes y el escenario, así como con las sensaciones que podía provocar en base a estímulos, usando diferentes recursos y tecnologías existentes, e incluso desarrollando otras nuevas cuando era necesario. Pero el realismo puro fue siempre su recurso estrella y su pasión.

Con la realidad virtual, cada espectador podía estar inmerso en una película o un episodio de una serie, vivir la experiencia desde dentro, como protagonista o personaje secundario, y esto desafiaba a los creadores a cuidar cada detalle visual, perfeccionando la calidad del maquillaje y los efectos especiales.

Si un purista del cine notaba cualquier detalle y luego lo comentaba en sus redes, esa película perdía inmediatamente miles o tal vez millones de espectadores.

Robert lo sabía. Él mismo se definía como un purista y sus creaciones debían demostrarlo.

Una de sus propuestas más discutidas en sus comienzos fue usar armas de verdad y que las heridas de los actores fueran reales, incluso si dentro de su relato un personaje tenía que perder una pierna o un brazo. Si bien la tecnología en la medicina permitía componer una extremidad al cien por ciento y curarse rápidamente, esta práctica generaba montones de críticas y acusaciones legales, las que Robert siempre terminaba ganando, ya que se resguardaba con contratos que los actores firmaban aceptando todas las condiciones.

Pero uno de los desafíos más grandes que tuvo siempre fue el maquillaje. Su género era la ciencia ficción y muchos de sus personajes, quizás la mayoría, eran seres no humanos. El maquillaje, aunque en ocasiones se podía considerar una obra de arte por el nivel alcanzado, para Robert seguía siendo solo pintura y plásticos, una máscara falsa sobre un rostro real. Ni hablar de usar modificaciones virtuales, que para la mayoría pasaban desapercibidas, pero él, como un purista, las notaba y alegaba que le quitaba realismo a su experiencia.

Usando la tecnología había logrado hacer cambios físicos temporales en los actores, como agregar cuernos y escamas, estirar brazos o cuellos, etc. Pero esto no bastaba. Al ser cambios temporales, no duraban lo suficiente, y si la obra se trataba de una trilogía o una serie con temporadas, se volvía insostenible.

No fue hasta mediados de su carrera que dio con la solución definitiva. Su amigo Richard Hamilton, un empresario del rubro de la tecnología médica, le habló de una nueva práctica que se estaba volviendo cada vez más común en la cirugía estética, la que hace años venía abordando y extendiéndose a la mayoría de los campos de las demás especialidades quirúrgicas, logrando increíbles y revolucionarios avances.

Esta nueva práctica se trataba de Modificaciones Estético-Funcionales (MEF), en las que el cliente podía pedir casi todo lo que quisiera. Las intervenciones morfológicas eran permanentes, una especie de tatuaje de la nueva era, y sus clientes competían por ser los más innovadores. Desde añadir más dedos en las manos para tocar ciertos instrumentos musicales especiales, hasta la instalación de alas en sus espaldas, capaces de moverse por órdenes de su cerebro. Al ser una práctica costosa, la mayoría de sus clientes eran músicos famosos o hijos de millonarios, sin más ocupaciones que la entretención, pero cada vez se hacía más frecuente. De a poco fueron apareciendo modas, como el grupo de Los Iluminados, que se hacían insertar un tercer ojo a la altura de la frente, generalmente de algún animal felino para poder mejorar su visión nocturna.

Robert vio ahí la oportunidad de robustecer su arte, de llevarlo al siguiente nivel. Y la tomó.

Generó una verdadera maquinaria legal y económica que le permitiría intervenir a los actores permanentemente y apoderarse de ellos para utilizarlos en lo que quisiera, secuelas, precuelas, series con múltiples temporadas, publicidad e incluso cobrar por derechos si les solicitaban ser usados en otras producciones. Desde la firma del contrato hasta su muerte.

La decisión

— No soy el único — reflexionó Oliver.

Repasaba los pros y los contras en su cabeza. La mayoría de los actores que habían accedido a una MEF a través de BestFilms se veían felices. Disfrutaban de su recompensa, incluso aquellos que habían perdido toda su belleza con la cantidad de modificaciones que el personaje requería. Se veían siempre rodeados de gente hermosa, festejando, disfrutando de manjares, siendo reconocidos. Eso era lo que se veía. Eso era lo que importaba.

El personaje que le ofreció Robert lo dejaría irreconocible.

Pensó en su familia.

— ¿Me recibirán así? ¿Me seguirán queriendo si parezco un monstruo?

Se recostó un rato en la enorme cama de la habitación mirando hacia el techo, en el que se proyectaban animaciones suaves que ayudaban a estimular el pensamiento, el sueño o incluso el acto sexual, dependiendo de la situación que la habitación detectaba.

Desde que lo habían llamado hacía ya un mes, comenzó con este cuestionamiento. Y a sólo unas pocas horas de tener que dar su respuesta, aún seguía con las mismas dudas.

Tenía casi veinticinco años. Le quedaban tantos por vivir. Sus opciones eran cumplir su sueño, pero convertido en un monstruo, o vivir una vida mediocre, normal.

Dormitó unos minutos y al despertar supo que ya debía finalizar el asunto. El bolígrafo daba vueltas en su mano. Miró el techo, cerró los ojos y respiró aliviado.

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Carlos Vergara C.

Trato de mantenerme siempre inspirado, aprendiendo y creando.