La Falacia del Creador Angustiado
Las crisis nunca han favorecido la creatividad o la innovación, pero ahora no estamos viviendo solamente una crisis, sino una fisura temporal que puede impulsar la exploración de nuevos futuros posibles y deseables.
Todo empezó allá en el año 1959. A pesar de que el senador John F. Kennedy no había anunciado aún su candidatura presidencial, ya se había puesto en marcha una potente campaña informal para obtener su nominación demócrata. Durante aquel año, el joven senador viajó a lo largo y ancho de los Estados Unidos con un calendario muy exigente de discursos y apariciones públicas. El 12 de abril se encontraba en el United Negro College Fund de Indianápolis, una institución dedicada a promover la educación y el compromiso de la comunidad con la minoría afroamericana.
En aquella cita, John F. Kennedy pronunció unas palabras que desde entonces han sido invocadas en un número impresionante de artículos y charlas motivacionales: «Cuando se escribe en chino, la palabra “crisis” se compone de dos caracteres: uno representa peligro y el otro representa oportunidad».
Durante más de 60 años, estas palabras nos han empujado a percibir las crisis como esos territorios fértiles donde la ciencia, la innovación y la cultura parecen florecer. Todo parece indicar que creadores de cualquier especialidad pueden encontrar en las crisis la puerta de acceso a un mundo entero de conocimiento y efervescencia creativa. Las crisis no han sido otra cosa que las sacudidas necesarias para impulsar la curiosidad, despertar la voluntad de cambio hacia un mundo mejor y estimular el pensamiento creativo.
Sin embargo, todo parte de un desafortunado malentendido. La palabra china para crisis no significa peligro y oportunidad. El chino es un idioma polisémico y, si bien el primer carácter significa peligro, el segundo debe traducirse en esa palabra como “punto crucial”. En definitiva, la unión de estos dos caracteres podría traducirse como “situación decisiva de peligro”. Crisis y oportunidad no van unidos en chino.
Como vemos, la relación entre las crisis y los factores que impulsan la innovación está impregnada de muchos malentendidos. Si a ello sumamos la concepción romántica, aún vigente en muchos aspectos, del creador como un ser atormentado e insatisfecho que siente la vida como un problema insoluble, tenemos el terreno abonado para la falacia del creador angustiado. Una falacia que se apoya en la idea de que crear no es otra cosa que resolver problemas, y que cuanto más importante, urgente o global sea el problema, más relevante será la solución. «La necesidad agudiza el ingenio», nos recuerda la sabiduría popular. Sin embargo, nadie es ingenioso cuando los problemas ni siquiera te dejan respirar.
Los creadores no son esos seres ociosos que viven en su propio mundo hasta que una crisis económica, una pandemia o una catástrofe ecológica les hace despertar y ponerse manos a la obra. Las crisis no estimulan la imaginación ni el pensamiento divergente. Las crisis no promueven la generación de ideas innovadoras, ni la formulación de nuevos modelos de negocio. Las crisis, finalmente, no fomentan la creación ni el emprendimiento. Todas las evidencias indican precisamente lo contrario.
Un informe de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual reflejaba que la actividad innovadora disminuyó notablemente durante la crisis financiera de 2008. En algunos sectores, como la industria del automóvil, las empresas de construcción o las de productos de consumo, la disminución efectiva fue realmente importante. La inestabilidad asociada a aquella crisis llevó a muchas empresas a reajustar radicalmente sus estrategias de innovación. Nada indica que su comportamiento durante la crisis del Covid-19 vaya a ser diferente.
Sin embargo, esta crisis ha abierto otras fisuras en la realidad que pueden empujarnos a explorar nuevos futuros posibles y deseables. Durante el inicio de esta crisis, los diseñadores nos hemos lanzado de cabeza a solucionar problemas. En un primer momento, para paliar las enormes carencias que presentaba nuestro sistema sanitario, una tarea apremiante para diseñar y fabricar en el menor plazo posible equipos de protección personal y respiradores. Pero pasada esta urgente tarea y con la mirada puesta en el final del confinamiento, hemos empezado a atender problemas menos relevantes. Varias empresas han propuesto pantallas protectoras para que ir a comer a un restaurante o disfrutar de unas horas de playa no supongan un riesgo para la salud de las personas.
¿Pero realmente queremos disfrutar de una experiencia gastronómica memorable con la cabeza metida en algo similar al cono del silencio que ya utilizaba Maxwell Smart en Superagente 86 (1965)? ¿Tiene algún sentido ir a la playa para estar encerrado en un cubículo de policarbonato que recuerda a las deshumanizadas oficinas que Monsieur Hulot, el protagonista de Playtime (1967), recorría completamente desorientado? ¿No estaremos nosotros también desorientados durante esta crisis?
Como apuntan muchos expertos, el mundo ha cambiado irreversiblemente, y ya de poco nos sirve resolver los problemas del pasado. Los creadores debemos dejar de centrar nuestra atención en los problemas para interrogarnos sobre qué es lo que realmente da sentido a la vida humana. Los líderes políticos de todo el mundo nos hablan de recuperar la “nueva normalidad”, pero estas dos palabras encierran la aceptación de que todo estaba bien como era antes de la pandemia. Un inmovilismo que nos ancla en los problemas y niega la posibilidad de un nuevo futuro.
Muchos creadores sienten en ocasiones que están solucionando problemas inexistentes, añadiendo cosas a un mundo que ya está suficientemente lleno de artefactos, dispositivos y objetos diversos. Lo que ahora necesitamos no es resolver problemas, sino explorar nuevas posibilidades que den sentido a la vida de la gente. El creador angustiado por las “situaciones decisivas de peligro”, que apoya su capacidad de generar nuevas ideas en los reveses de la existencia, es un mito romántico que deberíamos desterrar para siempre.
La pandemia del Covid-19 ha causado una enorme grieta en la realidad, poniendo al descubierto la estructura mental que soportaba el entramado de los viejos problemas. El tiempo se ha detenido y nos impulsa a explorar nuevas posibilidades que hagan tres cosas realmente importantes: dar sentido a nuestra vida en común, construir narrativas emocionantes y cuidar nuestro entorno natural.
En este momento podemos hacer como si nada hubiera sucedido, volver a nuestros cubículos y seguir buscando problemas que resolver; o transformarnos en exploradores, tender puentes hacia el futuro y comenzar a descubrir nuevos territorios. No sabemos si serán mejores o peores que los que ahora ocupamos, pero serán nuestros, los habremos construido sin dejar a nadie abandonado a su suerte y se integrarán de forma natural en la vida de nuestro maravilloso y sorprendente planeta.