carta a unas flores en un jarrón

Cartas de interior
3 min readJun 13, 2020

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Os pusieron ese nombre por vuestra resistencia. Porque a pesar de que os corten de cuajo de vuestras raíces, mantenéis el color y el brillo como si estuvierais siempre vivas. Siemprevivas. Ahora que paso tanto tiempo entre estas cuatro paredes os miro y me pregunto cuánto tiempo lleváis ahí, yo ya lo he olvidado. Pero seguro que habéis sido testigos de mis tristezas y alegrías, de días de sol y lluvia a través de las ventanas, de horas y horas de trabajo frente al ordenador, tecleo rápido, vertiginoso, en busca de literatura. Estáis ahí calladas, pero coloridas, vivas, siempre vivas. Me pregunto si fuisteis testigos de aquella conversación con lágrimas hace un par de veranos, y me ruborizo al pensar en todas las veces que habéis visto mi piel desnuda en busca de placer entre las sábanas, sin ser consciente de que estabais ahí mirándolo todo.

Esa capacidad vuestra de ocultar la muerte, el marchitamiento, ¿acaso no es lo que hemos hecho todas durante siglos y siglos frente a los hombres? ¿Acaso no hemos ocultado nuestras heridas, nuestras arrugas, nuestra rabia, y nos hemos seguido mostrando hermosas y vibrantes, coloridas, para que ellos pudieran seguir contemplando nuestra belleza?

Calladas y reprimidas, reposáis en un jarrón de cristal cuadriculado. Lilas, amarillas y violetas, ocultáis con vuestros pétalos unos tallos marrones, cuerpos ajados, que antes fueron verdes y presumidos.

No recuerdo haberos puesto ahí, pero sé que lo hice. Quizás fue en un pasado en el que necesitaba observar la belleza eterna sin reflexionar sobre la finitud de la existencia. Flores que se mantienen vivas siempre, siempre firmes, como si no estuvieran muertas. Como si yo tampoco fuera a morir nunca. Por suerte, el paso de los años me ha quitado el velo de los ojos, o quizás lo haya hecho la crudeza del encierro, para traspasar esa visión colorida de los pétalos y alcanzar a ver la muerte en vuestros cuerpos marchitos. Ahora os miro y lo único que veo es la ausencia de vida. Fuera la primavera florece, sigue adelante en constante ebullición, brotando y luciéndose y presumiendo aunque no haya nadie ahí para mirarla. Nos estamos perdiendo esto, pienso. La primavera no entiende de pandemias, para ella no se detiene el tiempo. Puede que la magia de la primavera resida, precisamente, en su fugacidad. La echamos de menos porque sabemos que terminará; quizás para cuando salgamos de nuestras casas ya se haya ido. Y vosotras, en cambio, seguiréis igualmente coloridas, igualmente muertas, sin mostrar evolución alguna. Yo estoy aquí, encerrada, pero fuera el mundo se mueve y si os miro, no lo presiento. Si os miro el tiempo parece estar congelado, y no es este, precisamente, el momento que me gustaría congelar.

Fuera los árboles florecen, y no hay nadie que los mire. Quizás nosotros debamos hacer lo mismo: seguir floreciendo desde nuestras soledades, desde el confinamiento, luciendo y embelleciéndonos aunque no haya nadie ahí para mirarnos.

g.

*Fuente imagen:
Die Pflanzenthiere in Abbildungen nach der Natur Atlas [Incomplete]

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Cartas de interior

Ahora que nuestros cuerpos pertenecen a unos espacios concretos y delimitados, la palabra puede servirnos de refugio y ventana.