De perseguir la improvisación

Catalina Berton
3 min readJan 23, 2019

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Esta foto es de Skagway, en pleno verano.

Esta historia sucede en Alaska. Es el verano de 2011 y yo estoy allí desde los últimos fríos (decir “primeros calores” parece incorrecto en Alaska). Llegué en barco, cruzando desde Rusia por ese estrecho que seguramente vio las primeras migraciones humanas hacia el nuevo continente.

Digo que estuve en Alaska y la gente dice: “¡Ah, qué hermoso!”, sí. “¡Qué aventura!”, sí, también. Por ahí el primer mes. Después ya es todo más de lo mismo: las mismas travesías, las mismas montañas… Que no se confunda: jamás dejé de maravillarme al ver los glaciares, ni al poder volver del bar al barco (en Whittier) con la luz de una luna que iluminaba como el sol. Había un recorrido específico, cuando íbamos de camino a Vancouver (Canadá) que siempre me hipnotizaba: eran montañas y más montañas verdes en pinos. A medida que el verano se terminaba, cuando pasábamos por ese Pasaje Interior, la bruma gris se comía la punta de los pinos y todo parecía misterioso.

Pero volvamos a nuestra historia, que sucede cuando la emoción de estar en Alaska, en la última frontera, llega a su fin. En aquel momento, los que nos sentíamos con la bruma en la cabeza éramos nosotros, todos los días había que madrugar para trabajar con unos disfraces que olían feo y tenían un peor aspecto. Aunque tuviéramos bastante tiempo libre, después de ese primer mes de caminata por lagos y montañas, los pueblos de Alaska ya no tenían tanto para ofrecer.

En ese momento es cuando se recurre a los líderes.

Algún día voy a escribir largo y tendido sobre las prácticas de los buenos líderes y John va a ser un capítulo entero. Él era el Director de Orquesta en el barco. Un inglés de libro, como salido de una novela de Jane Austen, pero también moderno (pasaba la mitad de las noches en el bar). Alto, con mucho aplomo, tocaba la batería.

Cuando esta historia en particular comienza, estamos todos aburridos, lo único que hay para hacer es quedarse a dormir o salir a recorrer por enésima vez las tiendas para turistas en los pequeños pueblos que visitamos. Entonces llega el giro en la trama: John encuentra una cervecería artesanal en las afueras de uno de esos pueblos, de Skagway. Le preguntó al dueño de esa cervecería qué le parecería si los días que llegaba el barco su banda tocaba en ese bar. Gratis. Ellos se encargarían de transportar los instrumentos, lo único que el bar tenía que dar era el lugar. Al dueño le pareció una ganga.

Acto seguido, John consiguió una camioneta que los pasaba a buscar cada vez que el barco estaba en el puerto. Ayudaba a cargar los instrumentos y los llevaba a la cervecería. A cambio, el conductor recibía botellas de cerveza artesanal. Otra ganga.

En ese bar todo era improvisación. De la mano del maestro de orquesta, cada uno de esos músicos se esmeraba un poco cada vez y la superación de uno impulsaba a otro. Músicos de todas partes del mundo, que habían estudiado en escuelas, conservatorios o eran autodidactas, se reunían en esa cervecería para dejar fluir. La música cada vez era más magnífica. Tener ese espacio de dispersion, de hacer lo que amaban, de tener a su jefe y compañeros impulsando a cada uno a ser mejores la siguiente semana, también los hizo sonar mejor en su trabajo. Cada noche en el teatro y cada tarde en el atrio, esa banda sonaba mejor. Comenzó a ser normal verlos juntos en el bar compartiendo un trago después del trabajo. O que salieran todos juntos en tiempos libres.

¿Cómo llegué yo a ese bar? Gracias a mi novio. Él filmaba y era amigo de todo el mundo. Además, también era uno de esos ingleses de libro (pero más de Charles Dickens que de Jane Austen) por lo que se llevaba muy bien con John. A cambio de cerveza, John le preguntó si podía ir a filmar una de esas sesiones. Las cervezas también eran para mí. Nos pareció una ganga.

Así se le saca a uno la bruma de la cabeza: cuando se deja fluir, cuando se inspira a mejorar. Así aprende uno qué es un buen líder: cuando busca la forma (por remota que sea) de sacar la bruma de la cabeza.

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Catalina Berton

Escribo como respiro. Fotógrafa y cruzadora de fronteras. CEO de Sud Creative. www.sudcreative.com