¡Qué manera de perder!

Revista Catástrofe
5 min readSep 25, 2020

--

Nunca me gustó el deporte. En la escuela fingía enfermedades varias para poder evadir la clase de educación física y, si no resultaba, prefería pasear por la cancha, siempre con un ojo al profesor y otro al balón, vigilante de que ninguno de éstos se pusiera en mi camino. Miraba con un poco de desdén a quienes le ponían empeño, quienes mostraban pasión por anotar puntos y salían de quicio al no ver en su equipo una actuación tan brillante como la suya. ¿Qué diferencia hace un marcador seis-cero o tres-cuatro en las cosas importantes? Después de todo, es un juego y nada más. O debería serlo, porque uno se siente fatal cuando comete una torpeza justo cuando el triunfo depende de una buena movida. La humillación puede ser terrible, tanto que quede grabada en la memoria como un evento traumático y después baste ver una pelota para revivirlo, sudar frío y recibir un balonazo en la cabeza a sabiendas de que era cuestión de tiempo, porque desde entonces y hasta ahora los balones te persiguen.

Pero que no se me malinterprete, mi reticencia al deporte tiene poco que ver con mis pobres habilidades para desempeñarlo. Bueno, quizá sí tenga algo que ver pero, al margen de eso, he coincidido con varios amigos en que es justo este tipo de actividades las que fomentan el enfrentamiento entre dos partes y generan las actitudes competitivas más nefastas. La victoria se dibuja tan grandiosa que alcanzarla justifica casi cualquier medio, lo que resulta en ganadores patanes y perdedores desmoralizados. De los efectos para los perdedores hablé ya, pero los efectos para los ganadores también pueden ser terribles. Nada más peligroso en esta vida turbulenta — y además burlona — , que acostumbrarse a ganar: olvidar por un segundo que al final todos perdemos. Y sin embargo, hoy quiero, más que cualquier otra cosa, que mi hermano, — mi broder como le digo yo — , gane un maldito torneo de basquetbol. Se trata de El torneo de basquetbol que organiza cada año el colegio al que asiste.

Mi broder tiene diecisiete años y, al igual que yo, carga más genes de mi padre que de mi madre. Pero los cachetes redondetes, la frente de corazón y la nariz que apunta hacia abajo no es lo único que tenemos en común. Él tampoco fue bueno para el deporte . Es asustadizo, “nerviosón”, dijera mi mamá. Es por eso que no le gusta exponerse, prefiere mantener un perfil bajo, observar más de lo que habla, pensar más de lo que hace. Pobre de mi broder, su perfil bajo no empató con las expectativas puestas en el único hijo varón de la familia. No fue mi caso, nadie rezongaba cuando elegía papeles y lápices de colores. Pero con mi hermano fue distinto, desde pequeño se le enseñó que lo mero bueno se encapsula en una pelota. Al final él mismo se convenció y, aunque en nuestro país de todas las buenas bolas la mejor es la del fútbol, él eligió el básquet. Lástima que el básquet no lo eligió a él. Como Florentino Araiza, mi broder ha padecido de la manera más dolorosa el amor no correspondido. Le ha puesto unas ganas monumentales, ha entrenado desde la primaria, ha cambiado su dieta, sus hábitos, pidió poner un aro en el patio, sale a correr los sábados en la mañana — ¡a las siete de la mañana en sábado! ¡Diecisiete años! — . Y, con todo, como dice mi madre: “nomás no vemos claro”.

Ilustración cortesía de Annie Flin

Hay dos selecciones de básquet en el colegio: la A, la de los campeones; y la B, la de mi hermano. La A a veces gana y a veces pierde, pero cuando gana se cubre de gloria. La B siempre pierde. Esa es la historia desde que yo iba a ese mismo colegio, desde que mis padres iban a ese mismo colegio. Como a mi nunca me gustó el deporte, poca atención ponía en las selecciones de la escuela durante mi época de estudiante. Ahora es distinto, ahora quiero saber cuanto antes contra quien se enfrentará la B y pido en secreto que sea contra los peores. Pero no, curiosamente, la B siempre se las ve contra unos méndigos muchachos enormes que mal están de un lado de la cancha cuando ya están del otro. La A empieza contra los peores y tranquilamente se abre su paso hasta la final. Pues claro, que ganen los ganadores, los elegidos. Por supuesto que, en términos concretos, son mejores los de la A, pero también tienen todas las de ganar porque hay un equipo de referencia que les recuerda que ellos son vencedores, que podrán tener sus fallas pero, bueno, por algo no están en la B.

Es por eso que la primera vez que asistí a un partido de mi broder iba un tanto desencantada. En realidad lo hacía por acompañar a mi madre, pero al estar ahí en las gradas sentí en las tripas un golpeteo cada vez más intenso, al ritmo del bote del balón. Me atrapó de tal forma el partido que se me escapaban los gritos de la garganta igual que a los apasionados del deporte, esos a los que calificaba de aspaventosos y, francamente, desagradables. La B siempre pierde pero: ¡qué manera de perder! Para empezar, pareciera que un andar despistado y una complexión desproporcionada es requisito para los miembros de este equipo : unos son muy altos pero muy flacos, otros muy bajos aunque con una gran cabeza. Hay todo tipo de combinaciones pero, eso sí, todos andan a tumbos. Uno no sabe bien si están corriendo hacia el balón o corriendo de éste. Ver a estos muchachos burlar una defensa y anotar un punto es increíble, es una verdadera acrobacia. La misma jugada realizada por un seleccionado de la A es de esperarse, pero que el de la B logre atinar a la canasta, con las rodillas encontradas, con los ojos cerrados para no ver al entrenador que le grita, con ninguna esperanza institucional puesta en él, es un goce distinto. Entonces parece que el deporte no es sólo de los que ganan.

He de confesar que hasta me he arrepentido, al acudir a los partidos, de no haber participado de un deporte cuando iba a la escuela. No saber lo que es salir a la cancha y jugar, jugar para ganar, aunque no siempre sea ese el resultado. No quiero decir que da igual la victoria que la derrota porque definitivamente no lo es. Eso de que “lo que importa es divertirse” es verdad sólo a medias, si no: ¿por qué se le dice únicamente a los que pierden? De cualquier modo, me imagino — sólo puedo imaginar — que el triunfo o el fracaso son apenas algo frente a la posibilidad enorme de tener, por una o dos horas, nada más que el balón en la cabeza.

_______

Valeria Rueda

Me llamo Valeria, que significa la valerosa y sana, que es lo que no soy. Soy débil en un mundo hecho para los fuertes, pero, ¡tomen esto! Precisamente esa es mi revolución.

--

--