Subte, balance de un conflicto

Combate Revolucionario
5 min readJun 10, 2021

La defensa de los protocolos y el rol de la izquierda

Meses atrás, el brutal avance de la segunda ola en los países del hemisferio norte, anunciaba la catástrofe que estamos atravesando. Sin embargo, el plan trazado por la clase dominante y el gobierno nacional fue no detener la maquinaria capitalista, que los empresarios embolsen millonarias ganancias a costa de la salud obrera.

El retorno de la presencialidad escolar impulsada por Fernández, Larreta y Kicillof, ocultaba que el objetivo era que padres y madres queden sin licencias y vuelvan a sus empleos como si nada pasara. Expusieron a millones de trabajadorxs y niñxs al virus, y el resultado está a la vista, los récords de contagios y muertes por día, se superan a una velocidad que estremece.

En este marco, el subte es uno de los escenarios del choque entre las pretensiones patronales y la resistencia de los trabajadores en defensa de su salud. Posar la mirada sobre este conflicto nos permite analizar las diferentes orientaciones y sus consecuencias en el desarrollo de la lucha.

El plan Metrovías para la segunda ola: todos a trabajar

Entre las primeras acciones “aperturistas”, estuvo la intimidación a los licenciados mayores de 60 años para que retornen a sus tareas. Semanas después llegaría la intención patronal de modificar los ritmos de trabajo y los protocolos en el sector de tráfico de la línea B, donde aún no había logrado avanzar.

Centralmente, agregaba una vuelta más a los diagramas de fin de semana y feriados, y establecía la apertura del comedor, que había sido cerrado al comienzo de la cuarentena para prevenir contagios. Conductorxs y guardas resolvieron en asamblea un paro por 24hs para rechazar la embestida patronal. La medida fue contundente, y Metrovías solicitó el desafuero a cinco delegadxs, para su posterior despido. Entre ellos, Leonardo Saraceni (delegado de tráfico de la línea B), a quien la justicia patronal prohibió tomar servicio pocos días después. Durante 3 meses los trabajadores cumplieron en su mayoría el fichero anterior y recibieron, por eso, descuentos y telegramas intimidatorios.

Los cómplices

La conducción Roja y Negra, desde el inicio del conflicto promovió la normalización que pretendían Roggio y Larreta. En las asambleas, llamaban a que se acepte el nuevo diagrama, con el consecuente levantamiento del protocolo sanitario.

No es casual, la dirección kirchnerista de AGTSyP alineada a la burocracia de la CTA, actúa como correa de transmisión de la orientación política del gobierno nacional en los sindicatos. Hace largos años vienen desplegando una política desmoralizante y derrotista, de tregua con la patronal, la burocracia de la UTA y Sbase. Siempre la conclusión es que el peor camino es luchar. Detrás del palabrerío de que “hay que ser inteligentes”, o “no caer en provocaciones”, está el desvanecimiento de la organización sindical como herramienta de lucha. Esta idea venenosa ha permeado en los agrupamientos opositores que actúan en el subte.

El debate en la oposición

Durante un año las asambleas de tráfico de la B, defendieron en unidad la reducción de la exposición frente al virus (tres vueltas y comedor cerrado). Cuando la empresa exigió dar de baja ese protocolo, los compañeros de la agrupación Naranja, dirigida por el Partido Obrero, modificó súbitamente su posición, aceptando a cambio reformas en el comedor. Sin mayor es explicaciones se convirtieron en los principales impulsores de la orientación que defendían Metrovías y Pianelli. Alegando que “había que salir del conflicto”, se enfocaron en convencer a los compañeros de que cualquier variante de lucha era una locura, y que lo razonable era aceptar las gestiones que proponía la conducción.
El Partido Obrero plantea que “los paros ya no son como antes” (como señaló su delegado del sector) y que se vienen luchas más duras. La conclusión que uno esperaría de una organización opositora es que hay que prepararse para estar a la altura y derrotar la ofensiva patronal, pero no, los delegados de la Naranja se dedicaron a predicar que para evitar la derrota había que acatar las pretensiones de la empresa. Finalmente se quebró el protocolo y Metrovías impuso su voluntad en detrimento de nuestra salud, esa es la derrota.

Por su parte, la agrupación Bordó (PTS) tuvo una orientación ambigua e inconsistente. Ambigua, porque si bien planteó el rechazo al nuevo diagrama, admitía dar de baja el protocolo si se adecuaba el comedor. Esa forma de plantear la cuestión, hacía viable la propuesta Roja y Negra — Naranja: se entraba en la discusión sobre qué arreglo era suficiente o no. El problema es la convivencia en un lugar cerrado, es lo que hay que intentar evitar o reducir al máximo, por eso la cuestión no se resolvía con refacciones. Inconsistente, porque si bien votaban en contra de levantar el protocolo, su única propuesta mientras arreciaban los descuentos, telegramas y sanciones a delegados era sostener las tres vueltas los fines de semana, sin proponer medidas de acción directa.

La Naranja planteaba una “salida”: no impulsar medidas de fuerza y dar de baja el protocolo. La Bordó y sectores cercanos a la Violeta, defender el protocolo, sin plan de lucha. Las opciones divergentes de ambos sectores, tienen un sustrato común. La “relación de fuerzas”, que juzgan desfavorable para la acción directa, se convierte en el argumento para adaptarse a la realidad tal cual es, cuando de lo que se trata es de modificarla.

Una orientación de lucha

Los militantes de Combate en el subte, en todas y cada una de las oportunidades que tuvimos durante los casi tres meses de conflicto señalamos que no había ninguna razón sanitaria para levantar el protocolo, menos estando a las puertas de la Segunda Ola, y que el camino era construir un plan de acción con medidas de fuerza progresivas, votadas en asambleas, en defensa del protocolo y contra las sanciones y descuentos.

También señalamos que las campañas de difusión (de las cuales somos parte) pueden ser útiles e importantes, siempre y cuando estén integradas a un plan más amplio que contemple la afectación de los intereses patronales.

A veces, defender en las asambleas la propuesta de un plan de lucha, puede chocar con mayorías transitorias. Ahora bien, si a la desmoralización que infunden los voceros de la conducción, se suma el escepticismo de algunas agrupaciones ligadas a la izquierda, aparece el círculo vicioso, la profecía autocumplida. No impulsan las medidas de acción directa porque la base “no da”, pero esa misma base encuentra que sus referentes combativos, a la hora de decidir el curso de acción (asambleas), no la llama a luchar. Este no es un conflicto aislado, se encadena al no reconocimiento de los delegados de parte de la empresa, las sanciones, las paritarias a la baja, el asbesto que mata y enferma. Está planteada la tarea urgente de organizar a los trabajadores, por un plan de lucha.

La experiencia en el subte, se entrecruza con la pelea de toda la clase obrera en medio de la pandemia. La defensa de protocolos sanitarios, y del salario y las condiciones de trabajo, deben abrirse paso ante el dique de contención que imponen las burocracias, los gobiernos y patrones. La función de la izquierda es contribuir a canalizar un curso de lucha, independiente del marco de “paz social” y modificar la relación de fuerzas, para llevar nuestras reivindicaciones a la victoria.

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