Jóvenes vetustos

Gabriel López
3 min readOct 15, 2018

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El viejo, huraño y hermético George Covington, y al mismo tiempo, una de las eminencias de la Universidad de Washington en el campo de la neurociencia, siempre se había propuesto, en la clandestinidad, erradicar las injusticias que se daban en dicho centro. No siempre lo conseguía, y eso le llenaba de tristeza. Esta vez, sin embargo, tenía grandes posibilidades de lograrlo.

Margaret Stevens, tras una carrera brillante, recaló en esta universidad en 1946. Llevaba años detrás de un descubrimiento que podía cambiar el campo de la neurociencia, pero le faltaba algo. El paso final se le presentó por sorpresa, mientras paseaba por el bosque intentando mimetizarse con el mismo y aislarse del trabajo. Volvió rápidamente al laboratorio, y comprobó que esta repentina visión iba a culminar el descubrimiento que perseguía. Compañeros del centro andaban detrás de este descubrimiento, entre ellos, el reputado neurocientífico Gordon Hewitt. En contra del bien común, acogieron con recelo este hallazgo, preguntando constantemente por el proceso llevado a cabo para llegar a la solución. Era difícil para Margaret trasladar a la lógica lo sobrevenido mediante la intuición, y sus compañeros, encabezados por Gordon, la denunciaron a la dirección alegando que había aprovechado el trabajo de algún otro científico cuyo nombre no quería revelar. Se decidió celebrar unas vistas para aclarar el asunto.

George no quería permitirlo, aunque esta vez necesitaría la ayuda de Margaret y otras personas del centro, por lo que, expondría por primera vez una de sus ocultas actividades. Sentía mucha pena por Margaret. Esa pobre chica, mujer y negra, terrible intersección para este mundo en el que vivían. Margaret acogió la ayuda sorprendida, primero asustada por el acercamiento de tal terrible hombre.

Prepararon una serie de trampas que tenían a Gordon como destinatario. El orgulloso científico fue víctima de la mayoría de ellas y George, usando su posición dentro del centro, usó estas pruebas en las vistas del caso para aplacar al mísero. Una de sus intervenciones fue la siguiente:

“Señor Hewitt. En su paseo ciclista matinal con un compañero, no sabemos cómo, advirtió la presencia de un nuevo bache. Su compañero, si pasó por el bache y salió despedido. Además, ayer, en la sala de reuniones, advirtió que el café no estaba en buen estado. Su compañero si lo bebió, y se vio forzado a vivir parte del día en los servicios. ¿Cómo fue consciente de estos desgraciados hechos? ¿En que lugar le deja haberlo sabido de antemano y hacer que sus compañeros acabaran en el hospital y con los calzones en los tobillos respectivamente?”.

Gordon, incrédulo, contestó: “No sé que tiene que ver esto en el caso, pero no sé, simplemente lo intuí, es algo que…”. George le interrumpió:

“Ah, lo intuyó, comprendo. Intuyó el bache porque días atrás otra persona en bicicleta hizo lo mismo 500 metros delante de usted mientras charlaba con su compañero de paseo. Su cerebro lo registró en el subconsciente para futura necesidad. En cuanto al café, días anteriores un compañero suyo de reunión tomó el café de un envase distinto al habitual. Al poco rato dijo encontrarse mal y se tuvo que ir. Al día siguiente todas las tazas eran de ese nuevo color, pero usted rehusó a tomarlo. Su cerebro grabó lo sucedido, e hizo bien, hubiera acabado todo el día expulsando sus deshechos y con suerte, sus miserables prejuicios. La intuición es el uso que damos a gran cantidad de información que registramos de manera inconsciente basada en la experiencia y fruto, en este caso, de muchos años de trabajo. Así llegó la señorita Stevens a su hallazgo, haciendo valer tal e imprevisible información. Abrid la mente, jóvenes vetustos.”

Abrazada a su Nobel, Margaret reía y lloraba ante la tumba, en el aniversario de la muerte de ese gran hombre que tanto hizo por ella, y que cambió la manera de afrontar su carrera.

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