He pasado muchos años de mi vida teniendo “subidas” y “bajadas” en mi estado de ánimo. Claro, a todes les pasa esto, es normal; pero qué pasa cuando estas “inestabilidades” se convierten en una franca montaña rusa, cuando la subida te vuelve incontenible, iracunda, audaz y empecinada mientras que las bajadas te convierten en un nudo de dolor dando vueltas en la cama, o en el piso de tu recámara. Pues pasa que vas perdiendo el control de tu vida y de tus proyectos, pasa que todas las palabras pueden convertirse en flechas que rasgan tu cuerpo, pasa que se vuelve imposible dejar de pensar en tus errores, en tu paranoia, en tu vulnerabilidad y esto tarde o temprano termina quebrándote; termina convirtiéndote en alguien a la vez ajena y a la vez íntima.
Estas fueron apenas las primeras señales de que algo pasaba, el ginecólogo me prescribió antidepresivos y funcionaron en varios sentidos: menor variabilidad del estado de ánimo, más estabilidad emocional y más prudencia. Me volví menos incómoda para las personas que me rodean, mis colegas de trabajo y mi familia, los únicos dos espacios a los que se había reducido mi vida.
Pero si bien no extrañas en absoluto regresar al lado oscuro del bajón, si se extraña la subida, ese shot de adrenalina dosificada que te hace ser creativa, que te permite darle giros inesperados a tu vida y que te hace sentir que algo importante y trascendente puede salir de ti.
Últimamente me identifico con Hulk-Banner en Avengers. Si pudiera describirme de alguna forma lo haría así. Soy un monstruo que debo esconder, que debo contener dentro de mí porque necesito ser Banner, necesito ser alguien que quiera vivir pasando desapercibida, pero la realidad es que soy ambos y yo casi siempre prefiero ser Hulk.
