Claudia
3 min readJun 10, 2024

Antaño y las entrañas de la magia

Todo lo que hemos perdido volverá con las hadas.

Portada por Esmeralda Ríos

Publicada primero en México por Casa Futura Ediciones e incorporada de forma posterior al catálogo chileno de Trazos de Aves, Antaño se presenta como la más reciente antología de cuentos de la Fantasista Paula Rivera Donoso. Sus cuatro relatos exploran en prosa esmerada y reflexiva los alcances de una insinuación eterna desde el prisma finito que nos define como humanos. O en otras palabras: no es posible desandar los pasos para redescubrir la magia olvidada, pero, con la muerte por delante, mirar hacia atrás y reconocer las marcas que ha dejado en el mundo, las historias, las cortezas y el firmamento abre la esperanza de un reencuentro y una determinación. Cuando el protagonista descubre lo que le antecede, inicia entonces la aventura hacia su destino.

Estas son aventuras a las que les cabría, quizá en la trampa de lo trivial, la engañosa denominación de silenciosas. Sí: cada cuento perfila anhelos casi impronunciables no tanto por rozar el tabú como por inclinarse a magnitudes que superan el límite mortal; y sí: cada cuento muestra cual estampa de autora a protagonistas cuyo centro, secreto y tesoro se hallan al margen de una sociedad que ignora. Pero también no: lo impronunciable no antagoniza con la magnitud del anhelo, sino que se entrega a él; y no: el margen no es silencioso, sino que bulle con pasión, dolor y melancolía en los corazones de quienes buscan en el bosque, las estrellas, los abismos y los fuegos olvidados. De quienes buscan en el pasado, que es como decir origen, que es como decir Creación.

En la crónica dedicada a esta antología, la autora reflexiona sobre la elección de «antaño» como palabra titular y la relaciona con otras tres que resuenan más justas y esenciales que una simple atribución silenciosa: terroso, ocre, encapotado. Como si el polvo mismo ―el que fuimos, al que volveremos― fuera el velo que protege las entrañas de la magia ante los estragos de la pérdida y el olvido; y las historias, aquellas sembradas por otros, fueran el viento que lo sacude para descubrir más de lo que, tal vez, sea posible recuperar. ¿Qué otra esperanza puede haber, si no, que la de palpar aún el calor de esa ceniza que en algún momento ardió para dar vida al mundo?

Tras la lectura y de cara a la realidad de mis propios límites, me he permitido reflexionar estos últimos días sobre una idea que, de la mano de una antología nutrida por el poderoso germen de narradores anteriores, percibo y acepto como una invitación: la idea de una fuerza creadora. Cada cuento de Antaño habla de crear, pero también de cuidar, y entender esto como un acto de fe, una decisión, un tributo y la señal de que no todo está perdido me resulta tan importante como vertiginoso. Nuestra propia fragilidad nos costará la vida algún día, pero incluso así podemos crear y cuidar. Yo, como persona silenciosa, al margen, anhelante, también puedo responder a la pérdida. Y palabra a palabra, mía o recogida en el camino, anhelo que lo impronunciable pueda adquirir forma para hablarme desde los árboles, las estrellas, el viento y las historias. Tal vez aún pueda asirme de algo que ya no existe, acaso solo para agradecer que en algún momento haya existido. Tal vez pueda sentirlo en mis manos.

Los personajes humanos de Antaño crecen, y no solo a través de la maduración de sus pensamientos o su entendimiento gradual del mundo y su pasado. Crecen porque transcurren los años y sus roles cambian junto con sus cuerpos. Dejan de ser niños, aunque la niñez les sigue marcando la vida, pero esto es también un reflejo de que el viaje, una vez emprendido, no admite retorno. Cada historia acaba con el comienzo de otra, y el pasado acumula distancia. Las estrellas caen, las hadas reciben a un portavoz, el bosque atesora los secretos de una vida y la promesa de una obra habla de un futuro anclado a la maravilla pretérita.

Quizás decir antaño es añorar la eternidad de aquello que permanece incluso después de morir.