Ciencia fricción
El laboratorio era un manojo de nervios.
Tras tanto trabajo invertido, el material obtenido seguía esquivando los resultados deseados y los equipos estaban impacientes por afirmar que lo habían logrado, que era posible tal como habían planteado, pero por más que reproducían el experimento no lograban eliminar el rozamiento, la investigación se había estancado definitivamente.
El mundo entero estaba expectante por recibir la confirmación de aquel titular que meses antes ya se había publicado y que ahora parecía inalcanzable, así las personas implicadas empezaban a arrepentirse de haber sido tan optimistas y el agotamiento hacía mella en los ánimos.
Cada vez había más tensión, más discusiones y menos compañerismo tanto en el trabajo interdisciplinar, como dentro de los propios grupos. Quienes más trepas fueron para apuntarse el tanto, tanto más trataban de escaquearse y quitarse las culpas de encima para volcarlas de manera aséptica sobre otra gente.
Tan susceptible estaba el ambiente que cualquier comentario se malinterpretaba, ninguna idea parecía buena y todas las intenciones se habían tornado perversas, las acusaciones brotaban en cualquier momento y al final se tuvo que convocar una reunión para anunciar lo que ya sabían, antes de que ocurriese alguna desgracia.
Entre tantos roces y choques intelectuales se habían disipado todas las energías positivas, calentando el ambiente hasta el punto en el que la presión acumulada acabó por estallar sobre el personal.
Antes siquiera de dar la noticia y por algún motivo voló un puñetazo hacia una nariz; aquel hecho provocó una reacción en cadena de puñetazos hacia narices, que mutó hasta una especie de riña tumultuaria de bar motero en la que se ajustaron metafóricamente las cuentas de aquella malograda fiesta de la ciencia.
Aquel no sería el día, estaba claro, pero la humanidad aún mantiene la esperanza de acabar con la irritación producida por la goma de las mascarillas tras las orejas.