La resistencia se forja a pleno sol, recibiendo los golpes de un martillo feroz
Vuelvo a nuestra infancia cocinada al calor sobre la brea, cuando el barrio daba forma a una suerte callejera. Las caídas rasparon mi piel y dibujaron experiencias, ardiendo el sudor en la herida, todavía siento cuánto quema.
El humo de los coches de un Agosto abandonado contaminaba el aliento de aquel grito que se ahogaba, trazando el espejismo en el parque de mi alma, clamando por descubrir un futuro, por encontrar el mañana.
Memorias de aquel vendaval bravío que crecía tras la calma, el polvo del descampado arañaba nuestros ojos y rasgando la garganta esculpió el tacto duro de una voz atormentada, grabando el testimonio a hierro donde se refugia el miedo en la batalla.
Los muchachos bebimos en la fuente del Perro, la Torrija y en el Ciego para refrescar tanta vida bajo el tesón de las cuatro, abrazando alguna sombra que templase el asfalto un patio trasero recogió nuestras risas y ciertos lamentos y allí nos reunimos, aún lo recuerdo.
Las aceras eran muros para los saltos y juegos, dura piedra que rebota contra la frente y el suelo, ramas y enredos, disparos al cielo; enterrando botines, tesoros y sueños, errando patadas hicimos oficio en el Casco Viejo.
Llenamos las horas y buscando resquicios con valor crecimos, al final de un callejón estrecho nos encontramos, la mirada inocente se había convertido en vicio, tantas carcajadas en llantos, pero nos queda aquel tiempo cuando fuimos niños y quizás algún día lo recordamos.
