Bolivia Impotente
Ya son 24 días de una Bolivia convulsionada, movilizada y en ascuas. La división política e ideológica en la que vivimos se ha hecho evidente, pero encuentra un punto de encuentro en una necesidad social urgente y requerida: la paz social.
Hoy tomé un taxi desde la zona sur de la ciudad de La Paz, conocida por albergar a gente de clase media y clase alta. A ella llegan, desde sus laderas, trabajadores de oficio, como el taxista que me recogió. Un hombre de unos cincuenta años, moreno, tozudo, parco en su trato inicial y de clara ascendencia indígena. Yo, blancón, mediano de tamaño, con piel mucho más clara por mis antepasados inmigrantes del viejo mundo, clasemediero vulnerable. Los dos igual de bolivianos.
Le pregunté su opinión sobre la situación convulsa e inestable del país, así, directo y sin rodeos. Su respuesta fue contundente: “No quiero hablar joven, estoy muy enojado”. Mi intuición me indicaba que en esa frase se escondía la certeza de ese hombre de que no íbamos a estar de acuerdo en temas políticos. Nuestras diferencias de edades y de color de piel eran una frontera implícita para él.
Tiene sentido, los principales protagonistas del movimiento pacífico que presionó primero para reclamar el fraude y luego, pidiendo y logrando la renuncia de Evo Morales, se parecen a mi. Son jóvenes, ávidos de tener su propia página en la historia de Bolivia, con una necesidad de gratificación instantánea tan correspondiente con nuestros celulares y nuestras redes sociales, creativos, alegres y decididos. Humberto, el taxista, daba por hecho que yo formé parte de eso. Se equivocó.
Terco, como buen boliviano, continué hablando de política, le expresé que yo también estoy molesto, que siento en mi día a día los perjuicios de una ciudad en guerra donde no se puede trabajar, que tengo incertidumbre por mi futuro laboral y por la seguridad de mi familia, que me impacta profundamente ver a bolivianos peleando entre nosotros con palos, piedras, y, en los últimos días, armas de fuego.
Su sorpresa fue evidente, nos unía algo. El dolor de la impotencia. Hoy por hoy Humberto y yo sentimos que no hay nada que podamos hacer nosotros como ciudadanos para parar la violencia y la confrontación entre hermanos. Entonces, Humberto habló. Me dijo que vive en Rosales, una de las laderas de la ciudad donde Evo Morales lleva desde 2005 ganando elecciones, una de las laderas de las cuales bajan bolivianos indignados con la renuncia de Evo Morales en marchas de repudio a lo que ellos creen que es un golpe de estado, una de las laderas donde hoy vive una Bolivia impotente. Me contó que el domingo en que Evo renunció salió a las calles a reunirse con sus vecinos para saber los pasos que iban a seguir ante la coyuntura. El líder al que ellos le agradecen haberles hecho visibles estaba despojado de su poder de la investidura presidencial por la presión de otros grupos en todo el territorio nacional, y eso no se podía quedar así. El momento más importante de la conversación llegó cuando me dijo que dos días atrás un grupo de policías llegó a la zona y comenzó a tocar las puertas violentamente, que la mayoría de la gente se quedó dentro pero de una de las casas salió un muchacho enojado, y alevoso reclamó a las fuerzas del orden la violencia con la que estaban tocando su puerta. A cambio recibió un balazo en el pecho. Humberto esperó, junto con otros vecinos, a que las fuerzas del orden se movieran de la zona y en cuanto pudo corrió a casa del muchacho que recibió el balazo. Murió en sus manos. Desde ese día la gente de Rosales decidió no salir más a reclamar nada.
Parecía normal para él hablar de un joven que murió frente a sus ojos. Luego, me dijo que para él, el error de Evo Morales había sido desconocer los resultados del 21F. Con fuerza en sus palabras y quitándose los lentes oscuros que tenía, aseguró que debería haber dejado a los otros ganar una elección para regresar con más fuerza, que no está bien enviciarse con el poder, que la gente reconocería a un gobierno distinto si lo hiciera bien y le reclamaría en las urnas si lo hiciera mal.
Yo le respondí con honestidad, le dije que siempre me ha gustado el discurso de Evo, que lo apoyé en todos estos años y que estoy de acuerdo con muchas de las cosas que hizo y que significó. Mi pero estuvo en los visibles errores que Evo pagó teniendo que renunciar: olvidarse de los jóvenes que crecieron viéndolo como un dueño absoluto del poder, no respetar la voluntad popular, perder el apoyo de la COMCIPO por un mal acuerdo con empresas extranjeras que explotarían nuestro litio, escuchar siempre a los mismos consejeros que probablemente le mintieron también respecto del fraude el 20 de Octubre de este año. Le dije que soy funcionario público y que vi como, en vez de convencer a la gente que trabajaba en el estado de que el proceso de cambio era necesario, los obligaba a ir a eventos cayendo en la trampa de la política al servicio del líder y en la seguridad de que toda esa gente lo apoyaba, cuando en realidad mucha estaba ahí por no perder sus ingresos y el sustento de su familia.
Humberto estuvo de acuerdo. También lo estuvo cuando le dije que el MAS, la gente que cree en la justicia social y los movimientos sociales deberíamos ponernos a hacer política para hacer valer nuestra fuerza en las elecciones venideras. Fue Humberto el que me respondió que hoy por hoy los movimientos están secuestrados por la radicalidad de algunos exasesores de Estado que promueven la violencia, la guerra, el saqueo, el terrorismo como una manera válida de hacerle frente a lo que consideran una injusticia.
A dos cuadras de mi destino, Humberto frenó abruptamente la plática y el taxi. Llevándose las manos a los ojos me dijo que estaba muy emputado, que no podía creer que Evo se haya ido a México como un cobarde, que no está aquí para luchar con su gente, que están mandando jóvenes a enfrentarse a las fuerzas armadas como carne de cañón. Me conmovió a mi también, le dije que no está solo, que los logros conquistados no los vamos a perder, que no nos vamos a dejar. Me dijo que no podía creer que alguien como yo pensara como él, que le daba mucho sentimiento saber que no es la clase social lo que nos separa, que él siente impotencia al pensar que los mestizos blancos de la ciudad y los indígenas estamos destinados a enfrentarnos en este momento de nuestra historia. No les miento, Humberto lloraba desconsoladamente al punto que se abrazó de mi y solo repetía ”gracias, gracias, gracias.”
Yo sé que Evo o su entorno hicieron un fraude -aún no sé de qué tamaño-, sé que no respetaron la voluntad popular del 21F y que eso estuvo, está y estará siempre mal, sé que cometieron más de un error y más de un delito. También sé, gracias a Humberto, todo lo bueno que hicieron y significaron, sé que dignificaron ritos, costumbres, grupos amplios y mayoritarios de personas. Sé que este país tiene un tejido social tan complejo como frágil y que la figura de Evo era un equilibrio que tenemos que recomponer orgánicamente para que nunca más dependa de un solo hombre.
Sirva esta experiencia como una autocrítica a quienes apoyamos el proceso de cambio y queremos que continúen las cosas buenas y se corrijan las cosas malas. Sirva también como un llamado a la sensatez a los radicales que han tomado las protestas proEvo y a los radicales que han tomado el gobierno. Hoy Bolivia no necesita marchas violentas, saqueos, grupos de choque y dinamitazos. Bolivia no necesita revanchas, no necesita persecuciones políticas, no necesita una presidenta que ataque al líder moral de un porcentaje muy alto y muy sesgado por clase y raza en el país, no necesita un ministro de gobierno que llame a la xenofobia, no necesita una ministra de comunicación que hable de sedición de periodistas nacionales y extranjeros. Bolivia necesita diálogo con la vida de por medio. Bolivia necesita paz, no que la impotencia cambie de bando.