Las exportaciones industriales argentinas del último medio siglo

Daniel Schteingart
5 min readApr 10, 2017

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¿Cómo se compone la canasta exportable argentina? ¿Cómo cambió eso en el último medio siglo? En el Gráfico a continuación podemos tener un pantallazo del perfil de las exportaciones argentinas.

Por un lado, en 1962 apenas el 3% de las exportaciones de bienes de nuestro país eran industriales (aquí incluimos bienes de capital, automóviles, químicos, textil-indumentaria, calzado, muebles, papel y acero, entre otros); el 97% restante eran productos primarios, mayormente de origen agropecuario. A partir de entonces el país comenzó un proceso de transformación de su canasta exportable, que hizo que en 1974 (el récord histórico en PBI industrial per cápita) el 25% de las ventas externas fueran industriales, la gran mayoría a países de la región. Varios datos llaman la atención: entre 1964–1974 Argentina experimentó una etapa de crecimiento acelerado (5,6% promedio) y en la que, a diferencia de otros períodos de fuerte crecimiento, las exportaciones industriales crecieron más rápido (cuatro veces) que las importaciones industriales. Si bien ello no alcanzó para eliminar el crónico déficit industrial de país (ya que partíamos de una base casi nula de exportaciones industriales), sí se pudo morigerarlo: por ejemplo, en 1974 Argentina había logrado ser superavitaria en maquinaria agrícola, automóviles o calzado, y había neutralizado el déficit en maquinarias de oficina. ¿Por qué pudo ocurrir eso? Hay varias razones, como cambios en el contexto internacional y mayores subsidios a las exportaciones no tradicionales, pero en buena medida una maduración de capacidades productivas que generó la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI). Dicho de otro modo, con el correr del tiempo las firmas industriales argentinas fueron aprendiendo a producir a mejor calidad/precio y eso habilitó una incipiente salida exportadora. En 1974, Argentina todavía era muy deficitaria en siderurgia y químicos, pero porque los proyectos de promoción industrial de esos sectores aún no habían madurado (lo harían a fines de los ’70 y serían superavitarios en los ’80, de hecho).

La política económica de la última dictadura militar introdujo un quiebre en esa dinámica: la agresión al tejido industrial por medio de políticas como la depresión del mercado interno (componente clave de la demanda en buena parte de las empresas industriales), las altas tasas de interés, la apertura comercial y la apreciación del tipo de cambio tuvieron su correlato en una primarización de las exportaciones argentinas y en un drástico incremento del déficit industrial (aun en períodos de bajo crecimiento).

Durante el gobierno alfonsinista, las exportaciones industriales volvieron a cobrar protagonismo en la canasta exportable argentina, pasando del 16% en 1983 al 35% en 1989. Son varias las razones que explican este fenómeno: primero, la maduración de los mencionados proyectos de promoción industrial en industrias de proceso como la siderurgia o la química; segundo, porque la recesión local aumentaba los saldos exportables; tercero, porque los bajos precios de las materias primas incrementaban el peso de las manufacturas en la canasta exportable; cuarto, porque el gobierno radical se preocupó por promover exportaciones no tradicionales, en un contexto de extrema necesidad de divisas (el país estaba bajo una severísima restricción externa producto de la crisis de la deuda y los bajos precios de los commodities agrícolas). De este modo, la transformación de la canasta exportable argentina se dio por razones muy diferentes a las del virtuoso período 1964–74.

En los últimos veinticinco años, el peso de las exportaciones industriales en la canasta exportable argentina rondó el 30%, con algunos altibajos. Durante los ’90, la puesta en vigor del Mercosur favoreció las exportaciones de algunos rubros industriales, como por ejemplo el automotriz. Sin embargo, el déficit industrial tendió a empeorar en momentos de crecimiento económico, producto de la combinación entre apertura comercial, apreciación cambiaria y debilidad de la política industrial. Durante los 2000, las exportaciones industriales mantuvieron su peso en el total, a partir de la combinatoria de varios fenómenos: a) por un lado, la suba de los precios de los commodities generó una tendencia hacia la primarización; b) sin embargo, la elevada demanda brasileña más la apreciación del real (hasta 2011) traccionaron las exportaciones industriales locales; c) asimismo, la crisis energética argentina hizo que los combustibles perdieran peso en el total y que, por lo tanto, las exportaciones industriales mantuvieran su peso (en este caso, por una razón negativa). De todos modos, al igual que en los ’90 (y a diferencia del período 1964–74), en momentos de fuerte crecimiento del PBI, la tendencia hacia el déficit industrial siguió a la orden del día.

Por su lado, entre 2014–2015 se observó una notoria caída del peso de las exportaciones industriales en el total. La razón principal es la debacle brasileña, cuyo PIB apenas creció en 2014 y se desplomó 3,8% en 2015. Asimismo, la apreciación cambiaria local afectó la competitividad de algunos segmentos industriales sensibles a la cotización del dólar.

A modo de cierre, ¿es necesariamente bueno para el país un incremento del peso de las exportaciones industriales en el total? La respuesta es poco lineal. Noruega, Australia y Nueva Zelanda son países altamente desarrollados pero con un reducido peso de las exportaciones industriales en su canasta exportable. En México, las exportaciones industriales pasaron del 5% del total a principios de los ’80 al 70% desde los ’90 en adelante y eso no implicó una mejoría de su performance económica. Parte del éxito de Noruega, Australia y Nueva Zelanda se explica por haber logrado articular sus recursos naturales con el resto del sistema nacional de innovación; en México ello no ocurrió, porque se limitó a ensamblar bienes industriales con muy altos insumos importados y con escasas demandas al (desarticulado) complejo científico-tecnológico local. ¿Puede Argentina replicar la experiencia de los mencionados países desarrollados? Difícil: se trata de tres países con muchos más recursos naturales per cápita que nosotros (a modo de ejemplo, Australia nos cuadruplica en capital natural per cápita, Nueva Zelanda nos quintuplica y Noruega nos decuplica según el Banco Mundial) y que en distintos momentos de su historia contemporánea han tenido apoyo británico/estadounidense para evitar crisis de balanza de pagos. Seguramente, si Argentina “descubriera” nuevos recursos naturales esa brecha se achicaría, pero resulta inverosímil que se elimine (a menos que encontremos varias decenas de “Vacas Muertas”).

Si Argentina quiere crecer a tasas aceleradas sin problemas externos, requiere que sus exportaciones crezcan más que sus importaciones. Los recursos naturales pueden aportarnos más divisas, pero tienen un límite. La existencia de un tejido industrial permite ahorrar divisas, sea tanto por la vía de exportaciones industriales como por la de la sustitución de importaciones. Sin industria, la tendencia hacia el desequilibrio comercial se agravaría mucho más (basta recordar las experiencias anti-industrializantes como las de Martínez de Hoz y los ’90 para confirmar este fenómeno). Y no hay que dejar de tener en cuenta la contribución del sector manufacturero al empleo (2,1 millones de puestos de trabajo) o al potencial tecnológico (según OCDE, aun en plena era de los servicios, la industria explica el 80% de la I+D en los países desarrollados).

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Daniel Schteingart

Social scientist specialized in economic development, poverty, inequality and industrial policy with a strong commitment to public policy and data analysis.