El edificio España

David García-Asenjo
9 min readFeb 26, 2018

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El edificio España ha sido uno de los principales símbolos de una época concreta de la ciudad de Madrid, cuando se incorporaba lentamente a la modernidad, pero su interior se había ido vaciando poco a poco, incapaz de mantener su espíritu original, una interesante mezcla de comercios, oficinas, hotel y viviendas, que ya no podían competir en versatilidad con los edificios contemporáneos. En 2005 se proyectó una renovación integral del edificio, que lo convertiría en un conjunto de hotel, viviendas de lujo y locales comerciales, que respetaba la protección que entonces establecía la normativa. En 2007 empezaron las obras, que se interrumpieron con motivo de la crisis económica. Desde entonces ha permanecido como un cascarón vacío a la espera de que se retomen los trabajos de rehabilitación.

Con la aparición del grupo inversor chino Wanda se reinició el proceso, y se estableció que el edificio en su actual configuración no era rentable y que era preciso rebajar su protección para que se pudiera modificar su estructura principal y adaptarla a los nuevos usos que se plantean. Y es entonces cuando las administraciones se movilizan para complacer los deseos del inversor y así permitir que el maná prometido recaiga sobre la ciudad.

Esto lleva a plantearse qué aspectos deben apreciarse del patrimonio construido y si la calificación del mismo es modulable según quién se encuentre detrás de la operación.

Ante la modificación de las condiciones de protección del edificio España, se puede analizar su arquitectura y la relación que tiene con la ciudad, y así poder tener claro cuáles son los verdaderos valores del edificio.

Es un edificio anacrónico.

El edificio España sirve como telón de fondo a la Plaza de España, y es uno de los principales elementos que definen su imagen. Pero para explicar su origen y la situación en la que se encuentra actualmente, se puede recurrir a edificios que se sitúan en los extremos opuestos de las calles que arrancan en sus esquinas, Princesa y Gran Vía. Al final de la calle Princesa se encuentra el Ministerio del Aire, proyectado tras la guerra por Luis Gutiérrez Soto. Pese a que el catedrático Carlos Sambricio considera que es un acertado edificio de oficinas, destaca su aspecto escurialense, que se asocia a la voluntad del régimen de destacar los valores de la tradición imperial española. Su construcción se finalizó al tiempo que el edificio España, y ambos muestran la situación anacrónica en la que situaban, muy alejados de la arquitectura que se realizaba en Europa o en Estados Unidos.

Se asienta sobre un solar que resolvía el acuerdo entre la Gran Vía y el arranque de la calle Princesa. Para que las dos calles pudieran enlazar de forma correcta, fue necesario que la parcela se redujera hasta casi la mitad de la superficie original, circunstancia que motivó que se permitiera aumentar la edificabilidad sobre la misma. Se posibilitaba así la construcción de un rascacielos que sirviera como imagen del desarrollo del país. Este edificio de los hermanos Otamendi, dos arquitectos y un ingeniero que también gestionaban una empresa promotora, pasó a ser el edificio más alto de Europa en ese momento. Su proyecto data de 1947 y las obras se llevaron a cabo entre 1948 y 1953. Debido a la escasez de recursos materiales la estructura se planteó en hormigón armado, una de las principales virtudes del edificio, pues fue un importante logro técnico para la época. Durante unos años fue el rascacielos más alto construido en ese material en Europa.

Pero la formalización del edificio revela sus carencias arquitectónicas. Se plantea como cierre del espacio urbano de plaza de España. Su composición simétrica se muestra rígida, y pese al escalonamiento de los volúmenes, que se rematan en el torreón central, no tiene la elegancia del modelo en el que se mira, el edificio Telefónica en la Gran Vía. De éste toma los motivos decorativos inspirados en el barroco español, el recercado de piedra de los huecos y la portada neorriberesca. Pero lo que se podía entender en los años 30 ya no es aplicable a una época en la que se están planteando los modernos rascacielos como el Seagram en Nueva York. Centra toda la atención en resolver el escenario urbano de la plaza, mientras que la fachada trasera es menos monumental, y resuelve de un modo convencional la necesidad de ventilar los espacios interiores. Se componen así una serie de estrechas torres, separadas por unos patios de luz abiertos, sin el tratamiento en el material que dignifica la fachada principal, de modo que se ofrece al barrio de Universidad la peor cara del conjunto.

Su imagen clasicista, que lo emparentaba con parte de la arquitectura con vocación monumental de la Europa comunista, hizo que no fuera recibido positivamente. Fue mejor recibida la vecina Torre de Madrid, firmada sólo por el más joven de los Otamendi, que proyectaba una imagen más contemporánea. Como más modernas y adecuadas a su tiempo eran las obras que los arquitectos de la primera generación graduada después de la guerra estaban empezando a proyectar. En 1958 se construyó el Pabellón de Bruselas por Corrales y Molezún, que fue reconocido como uno de los más interesantes de esa Exposición Universal y que ayudó a consolidar esa imagen de modernidad que el régimen buscaba. Y las obras religiosas de Miguel Fisac empezaban a ser premiadas en Europa.

Es un edificio poco versátil.

Cuando se finalizó se destacaron más sus valores técnicos, la interesante estructura de hormigón y las instalaciones técnicas con las que contaba el edificio, que el hecho de que se hubiera planteado como un edificio autosuficiente, que resolvía en el mismo volumen un programa comercial, residencial, de oficinas y de ocio. Uno de sus mejores elementos es la galería comercial que ocupa las primeras plantas. Pero su falta de utilización durante las dos últimas décadas revela que su configuración no permitía una renovación de los usos que albergaba. Eso ha hecho que cualquier intervención manteniendo su estructura actual haya sido cuestionada por sus actuales propietarios, pese a los proyectos anteriores que eran capaces de dotar de un programa moderno al edificio. Una de las virtudes de la mejor arquitectura es su capacidad para variar a lo largo del tiempo manteniendo su estructura original. El edificio Carrión en la Gran Vía ha sido renovado en la década pasada y mantiene todas las virtudes que presentaba en el momento de su inauguración, y que lo han convertido en otro de los iconos de la ciudad. El edificio Telefónica también ha sido renovado y aloja en su interior un programa diverso que poco tiene que ver con su uso original.

Su falta de versatilidad se une a la carencia de aparcamiento, pues en su momento no se hizo esa exigencia a los promotores, que también se libraron ese requerimiento en la Torre de Madrid, lo que ha afectado negativamente a la Plaza de España, que ha tenido que dotar a ambos espacios de plazas de garaje que permitan su uso. Esta ventaja concedida a unos promotores privados perjudicó en su momento el espacio público, e impide en la actualidad que las decisiones que se tomen respecto al uso de los inmuebles tengan que tener en cuenta su posible afección al entorno en el que se ubican.

La ciudad es también un escenario.

Si recorremos la Gran Vía hasta su arranque en la calle de Alcalá, nos encontramos con el Banco de España, que fue finalizado en su configuración actual en el año 2003. Hasta esa fecha, el Banco ocupaba toda una manzana salvo una de sus esquinas, sobre la que se situaba un edificio de escaso interés. Para completar el conjunto se planteó en el año 1980 un concurso que debía resolver cómo ocupar esa esquina. Y en ese concurso salió vencedor Rafael Moneo, con una propuesta radical para su época, que consistía en continuar con el mismo lenguaje formal el edificio existente. De este modo se podía completar la unidad de la manzana desde la definición de sus fachadas. Esta forma de entender la ciudad como un escenario, en el que se respeta la imagen que se guarda en la memoria de sus habitantes, encaja en una nueva sensibilidad que apostaba por mantener el patrimonio histórico existente en las ciudades. Moneo ya la había aplicado en 1976 en la ampliación de la sede del Bankinter en el Paseo de la Castellana. Su intervención fue de las primeras que respetó la edificación existente y planteó una nueva construcción que servía de fondo al palacete original.

A principios de la década de los 80 ya se apostaba por proteger el patrimonio edificado de las ciudades, y se redactaron los catálogos de edificios protegidos, que indicaban el tipo de actuaciones que se podía realizar en cada uno de ellos, atendiendo a los valores que atesorara cada inmueble. Se establecía así una gradación desde la protección integral para el patrimonio histórico y artístico, hasta una protección ambiental que se limitaba a que se respetaran las fachadas o al menos la configuración de las mismas para que la nueva edificación se integrara de forma adecuada en el entorno urbano.

Es por eso que el principal valor del Edificio España reside en su presencia escenográfica, adquirida por la costumbre. Pese a que no es un edificio histórico (cuando se catalogó por primera vez en 1985 tenía 31 años) su imagen ha configurado un espacio de la ciudad de Madrid sin cuya presencia sería totalmente difícil de comprender. No solo por su presencia sino por la influencia que ha tenido en el resto del espacio urbano. La Torre de Madrid dialoga con el edificio y articula el giro de la Gran Vía hacia la calle Princesa. Con esta construcción se interrumpían las vistas desde la Gran Vía hacia la sierra madrileña, pero creaba un fondo escenográfico característico. Y es por este sentido iconográfico por el que se empezó a valorar el edificio España en los años 80. Y con la actual protección se reducen a esto sus valores. Los aspectos del edificio que anteriormente poníamos en duda son los que se destacan como claves para su conservación. Ni la interesante estructura de hormigón, ni la cuidada galería comercial en planta baja, ni su configuración como edificio capaz de combinar varios usos parecen ser elementos dignos de ser protegidos.

La arquitectura moderna también es patrimonio.

El proceso que se está produciendo en torno al edificio España resalta la importancia de la correcta valoración de la arquitectura moderna. La tendencia hasta el momento ha sido proteger en exceso la edificación histórica, que visualmente tenía relación con la tradición de la ciudad, en contraposición a la escasa valoración de la arquitectura moderna, cuyo lenguaje rompía con el pasado pero que impulsaba la vida de la ciudad. Se producen así casos como éste, en el que una arquitectura que ya estaba fuera de su tiempo en el momento de su construcción tenga una mayor protección que unos edificios que colaboraban en el avance de la sociedad. Mucha de la arquitectura moderna producida en la segunda mitad del siglo XX no cuenta con la protección adecuada que garantice su perdurabilidad en el tiempo. El Pabellón de Bruselas de 1958, una de las joyas de la arquitectura española permanece abandonado en la Casa de Campo una vez fue desmontada la Exposición Universal. No ha prosperado ninguna iniciativa que garantice su mantenimiento.

Y también se pone de manifiesto la distinta vara de medir en el mantenimiento de la legalidad. Ante una importante iniciativa como esta del edificio España o la operación Canalejas, la administración tiende a rebajar el rigor en la aplicación de la normativa. Lo que hace que el principal perjudicado sea el bien común que pierde con la eliminación del patrimonio histórico. Y se producen casos de trato desigual a los promotores que tratan de cumplir con el mayor escrúpulo con las condiciones que establece la normativa. Cabe recordar que Norman Foster retiró la propuesta de construir su fundación en Madrid por una intervención sobre un palacete histórico que cuenta con protección integral, pero al que la falta de intervención para mantenerlo activo perjudicará en el tiempo. La peor forma de conservar un edificio es no garantizar las condiciones adecuadas para que siga siendo utilizado.

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David García-Asenjo

Arquitecto. PhD. Hago libros de instrucciones. He escrito una tesis sobre iglesias. Colaboro en lo que puedo en @vertigoestival