Cartel embaucando al consumo de ‘soma’.

‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley

El próximo 22 de noviembre se cumplirán 52 años del fallecimiento del escritor Aldous Leonard Huxley, autor de una de las mejores obras futuristas y distópicas que jamás se hayan escrito nunca. Repasamos aquí ‘Un mundo feliz’

Diego Álvarez Ramos
13 min readJan 30, 2016

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Un mundo feliz es la novela de género distópico que condujo a su autor, el escritor anglosajón Aldous Leonard Huxley (1894–1963), a lo más alto de las letras de su época. Huxley escribió el relato en tan solo cuatro meses durante el año de 1932 -el mismo en el que se editó-, y ofrece en él una visión pesimista, y muy personal, del futuro del mundo, el cual se rige por un condicionamiento psicológico de aquellos quienes gobiernan la sociedad. Cada casta en la que el “pueblo” se divide tiene asignada una tarea, y, también, un color determinado de ropa.

Brave New Word, título original de la obra, es la más famosa de su legado. El título curiosamente procede de una obra del autor William Shakespeare titulada La tempestad, concretamente de un fragmento del acto V en el que una de las protagonistas, Miranda, pronuncia dichas palabras, “brave new word”, en su discurso.

Los protagonistas de Un mundo feliz destacan por ser unos personajes profundamente felices. No existen las guerras ni tampoco el hambre, y la pobreza ha sido erradicada de la faz de la tierra. Nadie pertenece a nadie y todos pertenecen a todos. En cuanto a presagios se anticipa al desarrollo de la tecnología reproductiva, al sensorama, al soma, a la hipnopedia y a los cultivos de humanos en una mezcla explosiva para un cambio radical de la sociedad. Bien es considerado por muchos la descripción de un mundo utópico y ambiguo, pero en el que subyacen sentimientos y modos de entender totalmente válidos. La metáfora, por otro lado, sacrifica valores humanos esenciales, y sus habitantes son procreados in vitro a imagen y semejanza de una cadena de montaje. Los únicos progresos científicos que se describen específicamente son los que entrañan la aplicación en los seres humanos de los resultados de la futura investigación biológica, psicológica y fisiológica.

Huxley murió a los 69 años el 22 de noviembre de 1963 en Los Ángeles, California, como consecuencia de un cáncer de laringe. Otras de sus obras destacadas son Contrapunto y Las puertas de la percepción. Fue hijo de Leonard Huxlex, y como distinción y reconocimiento a su obra obtuvo el Premio James Tait Black.

Representación visual de la cadena de “producción” humana en ‘Un mundo feliz’.

A continuación se destacan algunas “palabras para recordar” de su magnífica obra futurista y distópica Un mundo feliz:

Madres y padres, hermanos y hermanas. Pero había también maridos, mujeres, amantes.

Había también monogamia y romanticismo.

- Aunque probablemente ustedes ignoren lo que es todo esto -dijo Mustafá Mond.

Los estudiantes asintieron.

Familia, monogamia, romanticismo. Exclusivismo en todo, en todo una concentración del interés, una canalización del impulso y la energía.

- Cuando lo cierto es que todo el mundo pertenece a todo el mundo -concluyó el Interventor, citando el proverbio hipnopédico.

- ¿Lenina Crowne? -dijo Henry Foster, repitiendo la pregunta del Predestinador Ayudante mientras cerraba la cremallera de sus pantalones-. Es una muchacha estupenda. Maravillosamente neumática. Me sorprende que no la hayas tenido.

Estás melancólico, Marx. -La palmada en la espalda lo sobresaltó. Levantó los ojos. Era aquel bruto de Henry Foster-. Necesitas un gramo de soma.

- En la actualidad el progreso es tal que los ancianos trabajan, los ancianos cooperan, los ancianos no tienen tiempo ni ocios que no puedan llenar con el placer, ni un solo momento para sentarse y pensar; y si por desgracia se abriera alguna rendija de tiempo en la sólida sustancia de sus distracciones, siempre queda el soma, el delicioso soma, medio gramo para una tarde de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un viaje al bello Oriente, tres para una oscura eternidad en la luna; y vuelven cuando se sienten ya al otro lado de la grieta, a salvo en la tierra firme del trabajo y la distracción cotidianos, pasando de sensorama a sensorama, de muchacha a muchacha neumática, de Campo de Golf Electromagnético a…

El ascensor estaba lleno de hombres procedentes de los Vestuarios Alfa, y la entrada de Lenina provocó muchas sonrisas y cabezadas amistosas. Lenina era una chica muy popular, y, en una u otra ocasión, había pasado alguna noche con casi todos ellos.

Buenos muchachos -pensaba Lenina Crowne, al tiempo que correspondía a sus saludos-.

¡Encantadores! Sin embargo, hubiese preferido que George Edzel no tuviera las orejas tan grandes. Quizá le habían administrado una gota de más de paratiroides en el metro 328. Y mirando a Benito Hoover no podía menos de recordar que era demasiado peludo cuando se quitó la ropa.

Benito se quedó mirándolo. ¿Qué demonios le pasa a ese tipo?, se preguntó, y, moviendo la cabeza, decidió que lo que contaban de que alguien había introducido alcohol en el sucedáneo de la sangre del muchacho debía ser cierto. Le afectó el cerebro, supongo.

- ¿No has tenido nunca la sensación de que dentro de ti había algo que sólo esperaba que le dieras una oportunidad para salir al exterior? ¿Una especie de energía adicional que no empleas, como el agua que se desploma por una cascada en lugar de caer a través de las turbinas?

Y miró a Bernard interrogadoramente.

-¿Te refieres a todas las emociones que uno podría sentir si las cosas fuesen de otro modo?

Helmholtz movió la cabeza.

-No es esto exactamente. Me refiero a un sentimiento extraño que experimento de vez en cuando, el sentimiento de que tengo algo importante que decir y de que estoy capacitado para decirlo; sólo que no sé de qué se trata y no puedo emplear mi capacidad. Si hubiese alguna otra manera de escribir… O alguna otra cosa sobre la cual escribir… -Guardó silencio unos instantes, y, al fin, prosiguió-: Soy muy experto en la creación de frases; encuentro esa clase de palabras que le hacen saltar a uno como si se hubiese sentado en un alfiler, que parecen nuevas y excitantes aun cuando se refieran a algo que es hipnopédicamente obvio. Pero esto no me basta. No basta que las frases sean buenas; también debe ser bueno lo que se hace con ellas.

-Pero lo que tú escribes es útil, Helmholtz.

-Para lo que está destinado, sí. -Se encogió de hombros Helmholtz-. Pero su destino, ¡es tan poco trascendente! No son cosas importantes. Y yo tengo la sensación de que podría hacer algo mucho más importante. Sí, y más intenso, más violento. Pero, ¿qué? ¿Qué se puede decir, que sea más importante? ¿Y cómo se puede ser violento tratando de las cosas que esperan que uno escriba? Las palabras pueden ser como los rayos X, si se emplean adecuadamente: pasan a través de todo. Las lees y te traspasan. Esta es una de las cosas que intento enseñar a mis alumnos: a escribir de manera penetrante. Pero, ¿de qué sirve que te penetre un artículo sobre un Canto de Comunidad, o la última mejora en los órganos de perfumes? Además, ¿es posible hacer que las palabras sean 50 penetrantes como los rayos X, más potentes cuando se escribe acerca de cosas como éstas? ¿Cabe decir algo acerca de nada? A fin de cuentas, éste es el problema.

Lo malo era que Lenina ya conocía el Polo Norte; había estado allá con George Edzel el pasado verano, y, lo que era peor, lo había encontrado sumamente triste. Nada que hacer y el hotel sumamente anticuado: sin televisión en los dormitorios, sin órgano de perfumes, sólo con un poco de música sintética infecta, y nada más que veinticinco pistas móviles para los doscientos huéspedes. No, decididamente no podría soportar otra visita al Polo Norte.

- Es imposible domesticar a un rinoceronte -había dicho Henry en su estilo breve y vigoroso-. Hay hombres que son casi como los rinocerontes; no responden adecuadamente al condicionamiento. ¡Pobres diablos! Bernard es uno de ellos.

Completamente inofensivo; sí, tal vez. Pero también muy inquietante. En primer lugar, su manía de hacerlo todo en privado. Lo cual, en la práctica, significaba no hacer nada en absoluto. Porque, ¿qué podía hacerse en privado? (Aparte, desde luego, de acostarse; pero no se podía pasar todo el tiempo así.) Sí, ¿qué se podía hacer? Muy poca cosa. La primera tarde que salieron juntos hacía un tiempo espléndido. Lenina había sugerido un baño en el Club Rural Torquay, seguido de una cena en el Oxford Unión. Pero Bernard dijo que habría demasiada gente. ¿Y un partido de Golf Electromagnético en Saint Andrews? Nueva negativa. Bernard consideraba que el Golf Electromagnético era una pérdida de tiempo.

- Pues, ¿para qué es el tiempo, si no? -preguntó Lenina, un tanto asombrada.

Por lo visto, para pasear por el Distrito de Los Lagos; porque esto fue lo que Bernard propuso. Aterrizar en la cumbre de Skiddaw y pasear un par de horas por los brezales.

- Solo contigo, Lenina.

- Pero, Bernard, estaremos solos toda la noche.

Bernard se sonrojó y desvió la mirada. -Quiero decir solos para poder hablar -murmuró.

- ¿Hablar? Pero ¿de qué?

¡Andar y hablar! ¡Vaya extraña manera de pasar una tarde!

Permaneció obstinadamente sombrío toda la tarde; no quiso hablar con los amigos de Lenina (de los cuales se encontraron a docenas en el bar de helados de soma, en los descansos); y a pesar de su mal humor se negó rotundamente a aceptar el medio gramo de helado de fresa que Lenina le ofrecía con insistencia.

- Prefiero ser yo mismo -dijo Bernard-. Yo y desdichado, antes que cualquier otro y jocundo. -Un gramo a tiempo ahorra nueve -dijo Lenina, exhibiendo su sabiduría hipnopédica.

Bernard apartó con impaciencia la copa que le ofrecía.

- Quiero poder mirar el mar en paz -dijo-. Con este ruido espantoso ni siquiera se puede mirar.

- Pero ¡si es precioso! Yo no quiero mirar.

- Pues yo sí -insistió Bernard-. Me hace sentirme como si… -vaciló, buscando palabras para expresarse-, como si fuese más yo, ¿me entiendes? Más yo mismo, y menos como una parte de algo más. No sólo como una célula del cuerpo social. ¿Tú no lo sientes así, Lenina?

Pero Lenina estaba llorando.

- Es horrible, es horrible -repetía una y otra vez-. ¿Cómo puedes hablar así? ¿Cómo puedes decir que no quieres ser una parte del cuerpo social? Al fin y al cabo, todo el mundo trabaja para todo el mundo. No podemos prescindir de nadie.

Hasta los Epsilones…

- Sí, ya lo sé -dijo Bernard, burlonamente-. Hasta los Epsilones son útiles. Y yo también.

¡Ojalá no lo fuera!

Lenina se escandalizó ante aquella exclamación blasfema.

- ¡Bernard! -protestó, dolida y asombrada-.¿Cómo puedes decir esto?

- ¿Cómo puedo decirlo? -repitió Bernard en otro tono, meditabundo-. No, el verdadero problema es: ¿Por qué no puedo decirlo? O, mejor aún, puesto que, en realidad, sé perfectamente por qué, ¿qué sensación experimentaría si pudiera, si fuese libre, si no me hallara esclavizado por mi condicionamiento?

- Pero, Bernard, dices unas cosas horribles.

- ¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?

- No sé qué quieres decir. Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.

Bernard rió.

- SI, hoy día todo el mundo el feliz. Eso es lo que ya les decimos a los niños a los cinco años. Pero ¿no te gustaría tener la libertad de ser feliz… de otra manera? A tu modo, por ejemplo; no a la manera de todos.

Todos dicen que soy muy neumática -dijo Lenina, meditativamente, dándose unas palmaditas en los muslos.

- Muchísimo.

Pero en los ojos de Bernard había una expresión dolida. Como carne, pensaba.

Lenina lo miró con cierta ansiedad.

- Pero no me encuentras demasiado llenita, ¿verdad?

Bernard denegó con la cabeza. Exactamente igual que carne.

- ¿Me encuentras al punto?

Otra afirmación muda de Bernard.

- ¿En todos los aspectos?

- Perfecta -dijo Bernard, en voz alta.

Y para sus adentros: Ésta es la opinión que tiene de sí misma. No le importaba ser como la carne.

Lenina sonrió triunfalmente. Pero su satisfacción había sido prematura.

- Tuve la misma idea que usted -decía el director-. Quise echar una ojeada a los salvajes.

Logré un permiso para Nuevo Méjico y fui a pasar allí mis vacaciones veraniegas. Con la muchacha con la que iba a la sazón. Era una Beta-Menos, y me parece -cerró un momento los ojos-, me parece que era rubia. En todo caso, era neumática, particularmente neumática; esto sí lo recuerdo.

En aquel instante, sin razón alguna, Bernard recordó de pronto que se había dejado abierto el grifo del agua de Colonia de su cuarto de baño, en Londres.

- …alimentada con corriente procedente de la central hidroeléctrica del Gran Cañón…

- Si ustedes me preguntan cuánta gente vive en la Reserva, les diré que no lo sabemos.

Sólo podemos suponerlo.

- No me diga.

- Pues sí se lo digo, mi querida señora.

Seis por veinticuatro… no, serían ya seis por treinta y seis… Bernard estaba pálido y tembloroso de impaciencia. Pero, inexorablemente, la disertación proseguía.

- … Unos sesenta mil indios y mestizos…, absolutamente salvajes… Nuestros inspectores los visitan de vez en cuando… aparte de esto, ninguna comunicación con el mundo civilizado… conservan todavía sus repugnantes hábitos y costumbres… matrimonio, suponiendo que ustedes sepan a qué me refiero; familias… nada de condicionamiento… monstruosas supersticiones… Cristianismo, totemismos y adoración de los antepasados… lenguas muertas, como el zuñí, el español y el atabascano… pumas, puerco-espines y otros animales feroces… enfermedades infecciosas… sacerdotes… lagartos venenosos…

- Bueno -dijo Linda, cuando se volvieron-; yo sólo digo que no veo la necesidad de armar tanto alboroto por una insignificancia como ésta. En los países civilizados, cuando un muchacho desea a una chica, se limita a… Pero, ¿adónde vas, John?

Muy lentamente, con el gesto vacilante de quien se dispone a acariciar un ave asustadiza y posiblemente peligrosa, John avanzó una mano.

Ésta permaneció suspendida, temblorosa, a dos centímetros de aquellos dedos inmóviles, al mismo borde del contacto. ¿Se atrevería? ¿Se atrevería a profanar con su indignísima mano aquella…? No, no se atrevió. El ave era demasiado peligrosa. La mano retrocedió, y cayó, lacia. ¡Cuán hermosa era Lenina! ¡Cuán bella!

Luego, de pronto, John se encontró pensando que le bastaría coger el tirador de la cremallera, a la altura del cuello, y tirar de él hacia abajo, de un solo golpe… Cerró los ojos y movió con fuerza la cabeza, como un perro que se sacude las orejas al salir del agua. ¡Detestable pensamiento! John se sintió avergonzado de sí mismo. Pura modestia de vestal…

Más arriba, en las diez plantas sucesivas destinadas a dormitorios, los niños y niñas que todavía eran lo bastante pequeños para necesitar una siesta, se hallaban tan atareados como todo el mundo, aunque ellos no lo sabían, escuchando inconscientemente las lecciones hipnopédicas de higiene y sociabilidad, de conciencia de clases y de vida erótica. Y más arriba aún, había las salas de juego, donde, por ser un día lluvioso, novecientos niños un poco mayores se divertían jugando con ladrillos, modelando con ladrillos, modelando con arcilla, o dedicándose a jugar al escondite o a los corrientes juegos eróticos.

Además, Linda no era una salvaje auténtica; había sido incubada en un frasco y condicionada como todo el mundo, de modo que no podía tener ideas completamente extravagantes. Finalmente -y ésta era la razón más poderosa por la cual la gente no deseaba ver a la pobre Linda-, había la cuestión de su aspecto. Era gorda; había perdido su juventud; tenía los dientes estropeados y el rostro abotagado. ¡Y aquel rostro! ¡Oh, Ford! No se la podía mirar sin sentir mareos, auténticos mareos. Por eso las personas distinguidas estaban completamente decididas a no ver a Linda.

Ejercicios maltusianos -explicó la Maestra Jefe-. La mayoría de nuestras muchachas son hermafroditas, desde luego. Yo lo soy también. -Sonrió a Bernard-. Pero tenemos a unas ochocientas alumnas no esterilizadas que necesitan ejercicios constantes.

El condicionamiento ante la muerte empieza a los dieciocho meses. Todo crío pasa dos mañanas cada semana en un Hospital de Moribundos. En estos hospitales encuentran los mejores juguetes, y se les obsequia con helado de chocolate los días que hay defunción. Así aprenden a aceptar la muerte como algo completamente corriente.

Abrázame hasta embriagarme de amor,

bésame hasta dejarme en coma;

abrázame, amor, arrímate a mí;

el amor es tan bueno como el soma.

Bernard se agitaba entre sus invitados, tartamudeando excusas incoherentes, asegurándoles que la próxima vez el Salvaje asistiría, invitándoles a sentarse y a tomar un bocadillo de carotina, una rodaja de pâtè de vitamina A, o una copa de sucedáneo de champaña. Los invitados comían, sí, pero le ignoraban; bebían y lo trataban bruscamente o hablaban de él entre sí, en voz alta y ofensivamente, como si no se hallara presente.

Y llegó la mañana, Bernard estaba de vuelta, entre las miserias del espacio y del tiempo.

- Es absurdo que te abandones a este estado. Sencillamente absurdo -repitió-. Y todo, ¿por qué? ¡Por un hombre, por un solo hombre!

- Pero es el único que quiero.

- Como si no hubiese millones de otros hombres en el mundo.

- Pero yo no los quiero.

- ¿Cómo lo sabes si no lo has intentado? -Lo he intentado.

- Pero, ¿con cuántos? -preguntó Fanny, encogiéndose despectivamente de hombros-.

¿Con uno? ¿Con dos?

- Con docenas de ellos. Y fue inútil -dijo Lenina, moviendo la cabeza.

-Pues debes perseverar -le aconsejó Fanny, sentenciosamente. Pero era evidente que su confianza en sus propias prescripciones había sido un tanto socavada-. Sin perseverancia no se consigue nada.

¡Oh, tú, cizaña, que eres tan bella y hueles tan bien que los sentidos se perecen por ti! ¿Para escribir en él “ramera” fue hecho tan bello libro?

El cielo se tapa la nariz ante ella…

Vitamina A, vitamina B, vitamina C,

la grasa está en el hígado y el bacalao en el mar.

Pero, ¿dónde estaría Edmundo actualmente? Estaría sentado en una butaca neumática, ciñendo con un brazo la cintura de una chica, mascando un chicle de hormonas sexuales y contemplando el sensorama.

Actualmente, cualquiera puede ser virtuoso. Uno puede llevar al menos la mitad de su moralidad en el bolsillo, dentro de un frasco. El cristianismo sin lágrimas: esto es el soma.

- Pero las lágrimas son necesarias. ¿No recuerda lo que dice Otelo? Si después de cada tormenta vienen tales calmas, ojalá los vientos soplen hasta despertar a la muerte.

En cuanto a las galletas panglandulares y el sucedáneo vitaminizado de buey, no había podido resistir a las dotes persuasivas del tendero.

Originally published in Beeboz on November 11, 2015.

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Diego Álvarez Ramos

Lic. en Com. Audiovisual, Máster Periodismo Digital, Máster DirCom. PSMD en ESIC. Trabajo en Editorial MIC como redactor y coordinador de contenidos editoriales