Un mar de flores violetas

Diana Rogovsky
5 min readJan 14, 2018

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Hace mucho que sé que le gusta el campo. Lo sé porque siempre me lo dice, se ha quedado incluso sin que yo estuviera y me dejó ñoquis caseros en el freezer.

Otra vez vino con Cuca, su madre, que se sentó en una de las sillas blancas con tiras plásticas en medio del terreno y se quedó haciendo la siesta. Y también vino con Pablo Ohde, su lengua era aguda como un bisturí y tenía ojo de lince, hablábamos de poesía, de sexo, de montones de cosas, Pablo me peleaba. Nos divertimos mucho.

Le sacó unas fotos preciosas a Alba, la gata albina que nos trajo Caíto a la que el sol hacía un daño letal y había que ponerle cremas, mantenerla en la sombra y a Soforífero, un perrito que apareció un día por acá, porque la gente deja perros por ahí, los larga nomás, que murió años más tarde hinchándose por el aire que se desviaba de sus pulmones dispersándose por debajo de su piel, y al que en sus últimos días tenía que cortar con un bisturí quirúrgico y literalmente, desinflar. Esas fotos de ellos en la mesa los develaban en toda su entidad de testigos y testimonios: nos miran y miramos en los silencios del día, las pausas, sentimos sus huesos, sus afectos en los nuestros, su tonicidad en la hora de despertarse y de acostarse, esos animales que eligen vivir con nosotros hasta que un día se van o mueren.

Foto de Laura Valencia, 2013

Y también hizo un video con las gallinas que mostró en la vidriera del Teatro Argentino como parte de una exposición que hubo, las gallinas estaban enormes y enrojecidas por una técnica de exposición que habían usado, o algo así.

Ahora me doy cuenta que estoy nombrando muertos, qué cosa.

Pero también hablábamos mucho de plantas, ella sabe mucho, su padre se dedicaba a ellas y es algo de lo que siempre estamos hablando.

Todo eso en realidad es una historia previa entre ella y yo, claro, y hasta un día habíamos hablado de la posibilidad de que se viniera a vivir al fondo, en una casa que Luciana, esa tarde en la que vinimos todas las que hacíamos el curso sobre el cuerpo con Roger, había dicho se podía hacer perfectamente. Luego las cosas de la vida hicieron que eso no se concretara, pero ese era nuestro sustrato aquí, nuestra previa, porque teníamos muchas más historias del arte y la vida en los múltiples recorridos, idas y vueltas en las que desde siempre nos estamos encontrando.

Entonces, les dije cuando llegaron que ubicaran la carpa entre el ceibo y el aguaribay. Tendrían sombra, altura por si llovía y era un sitio clave: el montecito de autóctonas - como le decía E.-

Armaron la iglú y plantó bandera: la del Ministerio de Asuntos Extraordinarios.

Foto de Verónica Pastuszuk

Nos contó algunos de esos asuntos que hacían con el ministerio, por ejemplo, recorrer los faros de la provincia de Buenos Aires, muchos de ellos situados en dependencias militares lo cual había requerido estrategias de ingreso desarrolladas como en una partida de ajedrez. Pero lo habían logrado. Nos sugirió un paseo posible: ir a la casa de Guillermo Enrique Hudson. Nos imaginamos en el tren, bajando, recorriendo la casa-museo del naturalista, en un futuro próximo. Esta era una de las cosas para el futuro que comenzaban a surgir.

Laura había planeado varias cosas para que hiciéramos, su proyecto se llamaba perder el tiempo. Nos explicó que tenía que ver con sustraerse a la cadena de utilidades y cuestiones productivas, eficientes, en las que vivimos de continuo tanto como artistas que como ciudadanos, trabajadores, seres sociales. Nos asignó tareas: a mí me tocó dibujar 5 hojas de plantas diferentes. A otros, dibujar otras cosas, pintar. Se relacionaba por otra parte con la propuesta de Dani, que era la de escribir una crónica siguiendo ciertas pautas que ella nos transmitió y recurriendo a varios libros que habían traído ambas para que pudiéramos consultar a esos escritores ya expertos y con estilos bien distintos. Todo iba a ir a parar a un cuaderno que había que hacer y finalmente encuadernaríamos. Como algunos no llegamos a completar todo, tuvimos que quedar con Nahuel en que nos vamos a juntar otro día para completar la tarea. Mi dibujo no está terminado, ahora quiero compararme lapiceras de colores y seguirlo con ellas. Otro futuro que aguarda.

Dani explicó que era bueno hacer la escritura a mano, aunque hubiera que poner asteriscos, aclaraciones, tachar. Ese modo de trabajo nos impulsaba a seguir. Luego podríamos pasarlo en limpio con correcciones y se lo mandaríamos con la finalidad de componer una crónica colectiva. También se dedicó a mostrarnos la diferencia entre hechos y acontecimientos.

Laura se transformó además en la jefa de cocina. Trajo utensilios, condimentos, alimentos. Le gusta hacerlo y le sale muy bien. La cocina volvió a vivir desplegando todo su arsenal de posibilidades: prendimos el horno, se hizo pan, se amasaron fideos, se recalentaron asados, se hicieron mates, café, tragos, tés, chocolatadas para los niños. Todos pasamos por ella varias veces y hubo ese trajinar y algarabía del hacer gastronómico que parecía sacada de las pesquisas de Maigret en las novelas de Simenon, o de una película de Eric Rohmer, en las que se demoran copiosamente en la enumeración de platos, recetas, cepas de vinos, conversaciones de especialistas en barras, mesas bajo los árboles y mostradores. Antes, con las ollas grandes, las parrillas, el asador, cuántas fiestas, cuántas reuniones habíamos hecho, cuantos festejos con amigos, familias, visitantes en viaje. La casa se despertaba de un sueño largo y desplegaba sus plumas de pavo real.

Cuerpo y tecnología

Y además, la última propuesta que nos hizo una tarde, era que había que contagiarse de los niños y jugar con ellos, como ellos.

Haciendo la tarea en enredadera humana

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Diana Rogovsky

¡Hola! Soy artista, gestora, docente. Me gusta compartir los conocimientos, recibirlos de otras personas. Por eso estoy acá: danza, escritura, música, teorías.