Un sitio para la memoria, olvidado

Diana Rogovsky
4 min readJan 13, 2018

--

Una de las ideas que teníamos, que fuimos gestando en La Convi (convivencia-residencia para artistas) fue la de recorrer el territorio. No discutimos mucho acerca de esto porque no hizo falta, nos inspiramos más bien en experiencias previas. ¿Qué es lo singular, lo específico de un lugar, lo que no hay en ningún otro?, nos preguntamos. Era importante poder absorber algo de esta deriva, dejarnos atravesar, sentir su latido, captar la vibración.

Pensamos algunas cosas. Una, dije, era ir a la feria el sábado por la mañana, a comprar verdura de los quinteros de la zona. Era barata y fresca. De paso podíamos ver la antigua estación de trenes que le da nombre al lugar y luego caminar siguiendo las vías hasta la escuela, atravesar la zona del viejo horno de ladrillos, el asentamiento.

Llegamos sobre el mediodía. Fuimos al almacén de campo remodelado tras el incendio, ahora devenido supermercado, a comprar garrafa, harina, levadura y luego a la feria que bullía de actividad, gente y colores, como siempre. Saludamos a Agustina, bailarina que vive por acá y estaba ante un puesto y nos llevamos miel, verduras, frutas que van pesando las puesteras en las balanzas de bandeja sostenidas por una cadena del techo del puesto. En un momento, Nahuel se acerca a la comisaría para dibujar el frente del señalamiento hecho al lado, porque estamos en el Pozo de Arana.

A mí el lugar me inquieta, recuerdo la única vez que entré a la comisaría a buscar la bicicleta de E. que había sido secuestrada por la policía tras el accidente y vi colgado de la pared el cuadro que conmemoraba a los “caídos en la lucha contra la subversión”. Siento el miedo, el que acarreo por mi pertenencia a una generación acostumbrada a experimentarlo. También me viene a la memoria la película Los irrecuperables que refiere a la Noche de los Lápices. Una vez la vimos en la Escuela de Danzas, una clase compartida entre Historia Social General e Historia de la Danza II que ocurría en las efemérides del 16 de septiembre. Allí hablan los sobrevivientes, Nilda Eloy entre ellos que ha fallecido hace tan poco y hay escenas del Pozo de Arana. No me gusta estar cerca, demasiado sufrimiento.

Pero Nahuel está dibujando el frente, cruzamos algunas palabras y vamos hacia la puerta…Está abierta.

Avanzamos en el silencio del mediodía caluroso por las estructuras metálicas que nos sostienen y conducen, grandes explanadas entre cuyas rejillas crecen los pastos. A los lados hay paneles con explicaciones, textos, mapas, fotos, gráficos. Está el mapa hecho por Jorge Julio López. Yo ya vivía por acá cuando desapareció, recuerdo una tarde en que la policía, en pesquisa, vino y preguntó a través del alambrado del lado oeste del terreno si había visto algo.

Conmemoramos recorriendo en silencio o con pocas palabras, que se dicen más bien para conjurar un poco el sobrecogimiento.

En el centro, una gran cápsula de vidrio, como una habitación, contiene los pozos hechos en la tierra en los que cabe uno o varios cuerpos humanos, en cada uno. Están los soportes sin las placas, el lugar está descuidado, no puede entrarse al cuarto de vidrio, pero se ve a través.

En ese momento llega el resto el grupo, es un alivio. Vienen con los niños y alivianan el aire. Volvemos a recorrer, mirar, conversar.

En un momento me cuentan que preguntaron en la comisaría si se podía entrar y les dijeron que el lugar no estaba en uso. Siento un terror irracional, me hago la experta, les pido que nos vayamos pronto, diciendo cosas sin articulación.

Salimos.

El resto de nuestro paseo consiste en seguir las vías hacia la escuela. Se escucha música muy fuerte saliendo de una de las casas que invade el espacio varias cuadras a la redonda. Todo está muy cuidado, el pasto cortado, las tranqueras cerradas. Caminamos con parsimonia, el sol nos da derecho sobre las cabezas. Juegan dos niños en el caserío que se asoman, sus ojos negrísimos nos miran con curiosidad, nosotros también vamos con niños. Presiento que las vidas de estos niños son muy diferentes, y me vienen a la memoria los relatos de Mark Twain, dos niños que intercambian identidades y acuerdan a través de un muro, aventuras de niños, admiraciones de golfillos.

Al fin de la calle nos internamos por el inicio de un sendero que se mete entre las flores silvestres, violetas, los cardos altos, del que salen dos ciclistas a toda velocidad y que se abre luego siguiendo al lado de las vías quien sabe hasta dónde.

Al regreso, espiamos por la ventana de una casa de adobe, un centro cultural nuevo.

--

--

Diana Rogovsky

¡Hola! Soy artista, gestora, docente. Me gusta compartir los conocimientos, recibirlos de otras personas. Por eso estoy acá: danza, escritura, música, teorías.