No te vayas sin darme el desayuno

Daniel Moure Martín
2 min readJun 13, 2018

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L os ojos de Tete bailaban siguiendo los rápidos y erráticos movimientos de María, que volaba sacudiendo su ropa y haciendo malabares con su teléfono y su peine, con el que intentaba ferozmente desenredar su enmarañada cabellera. Deslizándose sobre el sofá con extremo sigilo, Tete acomodó su trasero y se desperezó sin poder evitar un bostezo; mientras tanto, María abandonaba su carcasa nocturna y se disfrazaba de aquel inamovible ente que surcaba su territorio.

Semidesnuda, anduvo por la casa hasta encontrar la camisa que llevaría ese día; tapó su piel con telas de brillantes colores . Entró con violencia en la cocina para después huir y encerrarse en el cuarto donde estaba El Tazón Gigante — a ocultar su rostro entre polvos y olores fuertes — . A él le divertía aquél momento de la mañana, pero no podía evitar vivirlo con cierto nerviosismo; mientras María corría todas las mañanas por salir de ahí, Tete dejaba de existir para ella. Normalmente intentaba no molestarla porque sabía que no era buen momento para buscar sus caricias, se limitaba a echarse sobre la cama o sobre el sofá y disfrutaba del espectáculo: hoy era diferente, María estaba corriendo más de lo habitual.

Decidido por fin, Tete lanzó un quejido y abandonó su postura horizontal, danzó con la cola en alto hasta la cocina y dejó caer sus posaderas sobre el suelo, justo al lado de su plato; irguió su espalda hasta donde pudo y abrió sus ojos cargándolos con dulzura. María, en cambio, engulló el último trozo de tostada, tragó los últimos sorbos de zumo y abandonó el piso como una centella, llevando su chaqueta como si fuera una capa.

Tete emitió un quejido que se perdió en la soledad de la cocina; luego emitió otro que sonó más a súplica. Así estuvo cerca de un minuto hasta que escuchó el ruido de las llaves golpeando la puerta: María entró en escena de nuevo como una estampida, abordó la cocina, llenó el plato de Tete y antes de besar su frente le bramó:

— ¡Perdóname, Tete! ¡Es que voy un poco loca!

Abandonó el piso mientras gritaba:

— ¡Hasta luego!

Tete se agachó y comenzó a comer de su plato, no sin tapar la quietud de la casa con un suave y sincero ronroneo.

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Daniel Moure Martín

Músico y escritor neófito. Vivo con dos gatas muy monas y un perro bastante vago.