El interruptor terapéutico
El otro día hablando con un amigo intenté hacerme el psicólogo para saber en qué fallamos a la hora de comunicarnos con nuestros pacientes, lo que creo que es uno de los principales problemas que existen en la psicología clínica. El no saber hacernos entender por aquellos ajenos a la profesión, o incluso dentro de la misma, puede deberse a muchos motivos diferentes. Como que no se fomenté en las aulas que nos expresemos como humanos, es decir, pudiendo cometer errores o que nosotros mismos tengamos mucho miedo de equivocarnos y que por eso lo evitemos usando diversas estrategias.
Le pedí que me contará qué eran aquellas cosas que no le permitían sentirse completamente feliz y me dijo que uno de sus mayores problemas era la falta de interés que sentía de forma general por todo, aunque esto estaba cambiando poco a poco. Me dijo que toda su vida el interés había sido un interruptor que siempre estaba apagado pero que recientemente podía controlar más o menos a voluntad.
Al preguntarle qué cosas habían cambiado en su vida que le hicieron sentir interés me dijo que básicamente ahora tenía pareja y tenía ganas de hacer cosas. Indagando sobre qué cosas hacen juntos que antes no le llamaban nada pero ahora sí, me comentó que ahora se esforzaba mucho más en sus estudios y que incluso iba a entrenar boxeo con ella.
Terminamos la charla y le pregunté qué cosas habían sido más útiles para que nos entendiéramos y me dijo que lo del interruptor era mucho mejor que algunos datos que le conté de neuropsicología y demás.
Todo esto fue previo a la lectura de las metáforas y lo dejé ahí aparcado como un intento más o menos útil de creerme psicólogo. Tras la lectura me di cuenta de lo importante que son las metáforas a la hora de construir la forma en la que nos comunicamos y cómo interpretamos el mundo que nos rodea. Además, coincidió con una lectura sobre el debate socrático y la terapia racional emotiva-conductual que estábamos viendo en clase.
Estos factores me llevaron a hablar con mi amigo de nuevo, esta vez usando la metáfora del interruptor y otros usos de la misma para hacerle ver, entender o lo que fuese que está falta de interés suya no era un rasgo de su personalidad, sino que venía de una historia de negligencias y depresión a lo largo de toda su adolescencia. Voy a hacer un breve resumen de las partes que me parecen más interesantes sobre esta conversación:
- A ver, ¿por qué dices que lo de no tener interés es algo tuyo, si cuando eras pequeño no te estabas quieto?
- Illo yo que sé, cuando empecé el instituto me empezó a dar pereza todo y no quería hacer nada.
- Pero esa pereza era porque no te interesaba nada o por qué te sentías mal al estudiar y lo empezaste a evitar.
- Puede ser también pero yo que sé, es que no me gustaba nada estudiar, me hacía sentir tonto y que no valía pa’ eso.
- Bueno, no es lo mismo que no te interese a secas, que también puede ser, a que lo empezaste a evitar porque no te gustaba.
Seguimos un rato hablando de esto hasta que intenté usar la metáfora del interruptor.
- Illo, acuérdate lo que dijimos esa vez de que tu interés por las cosas era un interruptor. Ahora mismo piensas que es algo tuyo voluntario pero, ¿si antes no era así por qué ahora sí lo es?
- A ver, lo único que ha cambiado es que desde que estoy con mi pareja es como más fácil todo.
- Para que nos entendamos, podríamos decir que tu pareja te ha dado algo de esperanza, aunque suene muy motivado decirlo así.
- No no, si es así, es como que ahora tengo una luz en mi vida.
- ¿Es decir que el interruptor se ha encendido sin darte cuenta?
- No lo pillo, pero sí, más o menos.
Para que no se haga más largo esto, intenté que pensará en su interés como algo externo y controlable (un interruptor) que regulaba algo más grande, el disfrutar lo que hacía (la luz está encendida) o hacer las cosas por hacer (está apagado). Considero esta metáfora encontrada por accidente especialmente útil en este caso por varios motivos:
En primer lugar es una metáfora que propuso el propio paciente (mi amigo, no nos motivemos), por lo que podríamos decir que más o menos, representa sus esquemas mentales. En segundo lugar, es algo tan cotidiano y realista que se puede pensar e imaginar en cualquier momento, apagar o encender la luz. En tercer lugar, es algo que se controla a voluntad.
También creo que cuanto más lo analizamos más capas tiene. Está hecho por el hombre, es una creación propia y nosotros la hemos hecho voluntariamente, o no, como los pensamientos irracionales, desadaptativos o como quieran llamarles. Tiene dos dimensiones, la buena relacionada con la luz, que te permite ver lo que hay delante, tener esperanza e intereses y la mala, en la que no ves nada y eres un cascarón vacío, como sucede en la falta de sentimientos que caracteriza a la depresión.
Lo que quiero recalcar con este texto es la importancia de que usemos herramientas cotidianas, tal y como lo haríamos en una conversación sincera en la que nuestro objetivo es ayudar al otro. En este aspecto creo que las metáforas tienen una importancia mucho mayor de la que pensaba anteriormente y que son más precisas para explicarnos que cualquier otro recurso lingüístico. También me ha llevado a plantearme que casi todo lo que decimos viene de alguna parte, está construido de piezas más pequeñas y como tal podemos desmontarlo para ver cómo actúa y modificarlo si consideramos que no funciona bien.
Lega, L. I., Caballo, V. E., & Ellis, A. (2002). Teoría y práctica de la terapia racional emotivo-conductual. Siglo XXI de España Editores.
Soriano, C. (2012). La metáfora conceptual. Lingüística cognitiva.