El hombre en el espejo

eduardo j. umaña
EDUARDIARIO
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6 min readDec 11, 2015
Muchas veces vemos en el espejo una versión de nosotros que es mejor de lo que en realidad somos. En “Demon in the bottle”, Tony Stark tuvo esta misma realización cuando descubrió que tenía un problema con la bebida.

En los cielos enfurecidos se formaban vendavales. La oscuridad que las negras nubes de tormenta brindaban sólo era interrumpida por las centellas de los relámpagos. El fuego caía con furor desde arriba. Terremotos abrían la tierra debajo. El cielo sufría un trastorno de disociación de personalidad y se comportaba como un devastador volcán. Parecía el fin de los días y era el peor momento para estar varado a la mitad de la carretera.

Dicen que ya no existe la caballerosidad. Este día no ayudé a refutar ese argumento.

La culpa me devoraba entero. Tal escena apocalíptica y tan vengativo clima eran nada más el reflejo de la angustia que tenía en mi ser. Nunca pensé que iba a ser esa persona que causara dolor.

Unas horas antes ella estaba frente mí. Era una joven mujer y una muy bella. Era inteligente, perspicaz, además de independiente aunque con fuertes opiniones. Un hombre normal estaría feliz de estar compartiendo un café con ella. Cualquiera pensaría que conseguir a una chica así sería una genuina victoria. Al menos eso me diría la fría y lógica calculación además de la opinión popular. Por más que reconocía las cualidades de esta bella chica, no lograba sentirme atraído a ella.

Conocí a esta chica a través de la mentada aplicación Tinder. Había sido un año largo y uno muy solitario debido a mi mala suerte en el amor así que había decido que no perdía nada utilizando la versión milenial de las citas a ciegas. Real y tristemente no sería lo más bajo que hiciera ese año.

Compartimos una noche increíble. La encontré. Nos conocimos en persona. Cenamos. Caminamos. Conversamos. Platicamos por horas. Estuvimos juntos hasta la madrugada. La llevé a su casa. La besé. Nos besamos. Fue una noche perfecta. Inigualable e irrepetible.

Justo ése fue el problema. Realmente quise que no se repitiera.

Ella me dijo que iba a irse del país en los próximos días, me lo comentó abiertamente cuando nos conocimos. Por eso mismo contaba con no volverla a ver. Ella tenía otro plan. Pasamos toda la semana siguiente mensajeando y hablando. Por las conversaciones que teníamos cualquiera diría que había química. Esta chica me gustó físicamente de entrada, que fue la superficial razón por la cual entregué tan fatídico Like que nos llevó a conocernos, pero dicha atracción se desvaneció rápido.

Quizás lo sobre-pensé demasiado, para variar. Quizás revisé demasiado sus fotografías. Quizás era un simple caso de expectativas versus realidad. Quizás estaba usando una aplicación para ligar con la mentalidad incorrecta. Hay una larga lista de quizás pero lo que era indiscutible era que sus fotografías de Tinder no reflejaban todos los aspectos de su personalidad ni todos los matices de su apariencia. Cuando la conocí esto me quedó claro y, aunque la pasé bien esa madrugada, cuando nos encontramos la segunda vez para departir con un café, ya no estaba convencido de que me gustara tanto como originalmente creí.

Comencé a buscar excusas sobre su personalidad y opiniones, y cómo éstas no eran compatibles conmigo. Estaba convencido de que no quería con ella nada más que compartir el café y partir por nuestros caminos.

Ella era cada vez más enfática en que quería que la velada continuara más allá de un simple café. Sugirió inclusive que la distancia no tenía porque ser nuestro fin. Decidí, como todo un caballero, no mentirle ni aprovecharme del hecho que, claramente, ella sí se sentía atraída a mi.

La hice enojar cuando le dije que pensándolo bien, había pensado mal. La velada terminó de irse al carajo cuando tomé la sinceridad demasiado en serio al decirle que su compañía me incomodaba inclusive. Muy acertadamente dijo que no quería estar conmigo. Me sentía aliviado pues al fin estábamos en la misma página. Únicamente necesitaba un plan de escape limpio.

Le di su espacio. Fui a pagar la cuenta a la caja. Pensaba enfrentar el problema a mi retorno. Antes de regresar a la mesa, mientras guardaba mi tarjeta de crédito y mi distancia, la vi. Estaba en la mesa. Su disgusto era aparente. No quería enfrentarme a una mujer disgustada por mis excusas y cambio de parecer. En seguida tomé la decisión nefasta de irme, convencido de que únicamente estaba honrando su deseo de no querer estar conmigo. Literalmente la dejé varada en aquel café y sin medio de transporte de regreso a su apartamento.

Este es el momento donde debería escribir que me sentí mal por lo que hice.

Quisiera confesar que me sentí mal por lo que hice pero sería mentira. Me sentí aliviado. Sí sentía como la culpa me consumía por haberla dejado abandonada lejos de su casa y esa línea de pensamiento me llevó a enfrentar que la había lastimado. Mi bajeza no conoce límites, ¡tuve que racionalizar la situación para darme cuenta que había lastimado a alguien con mi egoísmo!

El karma trabajó con mucha rapidez aquel domingo. Había sido un hombre ruin, un genuino patán, y parecía que ni siquiera mi carro me apoyaba en aquella hora. Mi auto se descompuso en media carretera. Me senté ahí mismo, derrotado y sin lugar a dónde escapar y noté que habían varios mensajes de la chica en cuestión en mi teléfono.

Dijo muchas cosas, muchas de ellas muy feas. Con lujo de barbarie describió mi bajeza y de forma muy creativa pintó como mi egocéntrica personalidad me llevaría a vivir escenarios trágicos. Ella tenía todo el derecho de decir todo esto y más; yo mismo estuve de acuerdo con la mayoría de lo dicho. Sus agudas palabras corto-punzantes habían materializado el nuevo concepto que yo mismo tenía de mí: soy un hombre mezquino y egoísta.

Dicen que ya no existe la caballerosidad. Yo siempre me imaginé como un caballero, un defensor del honor, un paladín de la justicia, un ejemplo de sinceridad. La verdad es que he meditado en las decisiones que he tomado este último año y a la gente que he dañado en el camino y si bien no soy un ofensor serial, sí soy un hombre mezquino, pretencioso y egoísta, entre otras flores de peyorativos.

La ironía no me evade. Estoy consciente de la implicación: ¡pareciera que me tomó casi 30 años realizar que no soy perfecto! Y aunque en algún nivel sí es eso lo que estoy diciendo, no es lo único que quiero decir. Quiero decir que el hombre que veía cuando me miraba al espejo era un hombre bueno o al menos un hombre mejor que el promedio. Después de todo, sí soy una persona honorable, justa y sincera, bueno, al menos lucho por serlo cada día. Me enfoqué en mis buenas cualidades y creí que por no ser traicionero, injusto ni hipócrita tenía superioridad moral. Craso error.

En mi defensa, aceptar nuestros defectos, reconocer nuestras faltas y enfrentar nuestras transgresiones no es algo que, como personas, hacemos con frecuencia. No es algo fácil de hacer, además. Sin embargo, mientras literalmente estaba en la calle, trataba de encontrar sentido a porqué lastimé a alguien ese día. Después de meditar largo rato encontré algunas respuestas.

Llevo casi 5 años soltero. Me he mantenido alejado de relaciones porque me lastimaron la última vez que estuve en una. Cuando conozco a una nueva mujer siempre tengo las defensas altas, busco no involucrarme demasiado y me cierro a la posibilidad real de dejar a alguien entrar en mi vida. En mi búsqueda desesperada por no ser lastimado he comenzado a lastimar a otras personas para asegurarme de no ser yo el que termina con el corazón hecho pedazos.

La vida es todo o nada. No hay espacio para medias tintas y es imposible tener la certeza de no ser lastimado. Sin arriesgar no hay posibilidad de éxito. Estoy pretendiendo jugar seguro y este camino me está llevando a convertirme genuinamente en alguien que no soy, una persona egoísta y mezquina. Esto debe parar.

No sé cuál será mi siguiente paso pero esto debe parar.

El lado positivo es que he aceptado, finalmente, que gran parte de mi “mala suerte en el amor” es culpa mía.

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