Secretos de los estantes

Cómo deciden las bibliotecas qué libros conservar —y cuales no pasan la prueba del tiempo

El Sr. Escritor
18 min readOct 9, 2014

Elegir libros para una biblioteca como la mía en Nueva York es un trabajo de tiempo completo. El jefe de adquisiciones de la Society Library, Steven McGuirl, lee Publishers Weekly , Library Journal , The Times Literary Supplement , The New Yorker, The New York Review of Books, el London Review of Books, The London Times y The New York Times para decidir qué obras de ficción deben ser adquiridas. Las obras de ficción representan un cuarto de los 4800 libros que la biblioteca adquiere cada año. Hay adquisiciones permanentes para ciertos novelistas—Martin Amis, Zadie Smith, Toni Morrison, por ejemplo. Algunos escritores populares ameritan adquisiciones permanentes para más de una copia.

Pero las primeras novelas y las colecciones de cuentos presentan un problema. McGuirl y sus dos ayudantes tratan de adivinar lo que los miembros de la biblioteca van a querer leer. Responden a las peticiones de los miembros, por supuesto. Si un libro es solicitado por tres personas, el personal los solicita. También hay un comité de miembros que se reúne mensualmente para recomendar la compra de libros. El comité revisa las listas de los bibliotecarios y sugiere títulos que han omitido. Toda la iniciativa equilibra entusiasmo y excepticismo.

Quieren una colección completa pero no quieren llenarse con libros que nadie lee.

Impulsada por reseñas, premios, grandes ventas, el boca a boca o recomendaciones personales, una novela puede hacerse camino hacia el estante de la biblioteca, pero aun así no tiene garantizada la oportunidad de ser leída por las generaciones futuras. Las bibliotecas se deshacen constantemente de los libros que han adquirido. Tienen que hacerlo, pues de lo contrario se quedarían sin espacio. El término amable para esto es “descartar” la palabra usual: “desyerbar”. Le pregunté a una amiga que trabaja para una pequeña biblioteca pública cómo eligen los libros para deshacerse de ellos. ¿Existe una fórmula? ¿Quién toma la decisión, una persona o un comité? Ella me dijo que había una fórmula basada en las recomendaciones del manual estándar de la industria CREW.

CREW significa Continuous Review Evaluation and Weeding (Revisión, Evaluación y Descarte Continuo, por sus siglas en inglés), y el manual usa “crew” como verbo transitivo, por lo que se puede hablar de el “crewing” de la colección de una biblioteca. Significa desyerbe pero no suena tan duro. El corazón del método CREW es una fórmula que consiste en tres factores: el número de años transcurridos desde el último registro de derecho de autor, el número de años desde que el libro fue prestado por última vez y una colección de seis factores negativos a los que abrevian como MUSTIE para ayudar a decidir si un libro ha dejado de ser útil. M. ¿Es engañoso (Misleading) o inexacto? ¿Su información está, como sucede tan rápidamente, por ejemplo, con los textos médicos y legales o libros de viajes; desactualizada? U. ¿Está deteriorado (Ugly)? ¿Tanto que no se pueda reparar? S. ¿Ha sido Superado (Superseded) por una nueva edición o un mejor registro del tema? T. ¿Es Trivial, de ningún mérito literario o científico discernible? I. ¿Es Irrelevante a las necesidades e intereses de la comunidad a la que la biblioteca sirve? E. ¿Se puede encontrar en otros lugares (Elswhere), a través de préstamo interbibliotecario o en la Web?

Obviamente no todos los factores MUSTIE son relevantes en la evaluación de ficción, especialmente engañoso (Misleading) y superado (Superseded). Tampoco es importante la fecha de copyright. Para obras de no ficción, la fórmula CREW podría ser 8/3 /MUSTIE, lo que significaría “Considere un libro para la eliminación si han pasado ocho años desde la fecha de copyright y tres años desde que fue prestado por última vez y si obtiene uno o más de los factores MUSTIE”. Pero para obras de ficción a menudo la fórmula es X/2/MUSTIE, es decir, la fecha de copyright no importa, pero se debe considerar un libro para eliminación si no se ha prestado en dos años y si es TUIE-Trivial, Deteriorado (Ugly), Irrelevante, o si puede ser encontrado en otro lugar (Elswhere).

Es evidente que la fórmula CREW no es de la misma clase que E = mc2. Hay mucha subjetividad en decidir si un libro es trivial o irrelevante, incluso si el libro está irremediablemente deteriorado. Y si se incluye Internet como factor para que pueda ser encontrado en otros lugares (Elswhere), la fórmula plantea la cuestión de si vale la pena mantener copias en papel de los libros más antiguos en la biblioteca local, ya que casi todos ellos, mediante Google, estarán disponibles en línea. El escritor del manual CREW hace hincapié en que el juicio del bibliotecario debe considerarse constantemente en la toma de estas decisiones. Ella insiste que la fórmula CREW es una guía. “Es importante recordar que las directrices no pretenden actuar como sustituto del juicio profesional y el sentido común”. Descartar ya no funciona cuando hay demanda, recomienda, especialmente segundas y terceras copias de los bestsellers del pasado. “Conserve las obras de demanda constante y/o de alto valor literario”.

No está claro para mí que el autor del manual CREW tiene alguna idea de lo difícil que es determinar “alto mérito literario” en contraposición a “demanda constante”. Mi amiga me dijo que habían hecho un “desyerbe” de ficción recientemente en el que todos los libros que cumplían con los requisitos CREW fueron revisados ​​por un bibliotecario para ver si el libro tenía una conexión o interés local y también para asegurarse de que obras clásicas tales como una de las novelas “Palliser” de Trollope no se desechen, incluso si no se habían prestado en dos años. Eso está bien para las novelas “Palliser”, pero ¿qué pasa con, digamos, Rhoda Lerman? ¿Etienne Leroux? ¿Sigrid Undset, la novelista ganadora del premio Nobel, cuyo trabajo fue venerado por la generación de mi madre, y que ahora es en gran parte desconocida? ¿O incluso Lawrence Durrell cuyo “Cuarteto de Alejandría” compré en una venta de libros de la biblioteca, al ser descartado de la colección?

Desyerbar, incluso en el jardín, se ha convertido en un tema muy controvertido. Hay una poderosa escuela de pensamiento, más filosófica que botánica y que se remonta a Emerson, que considera la yerba como una planta incomprendida. Muchas personas creen que toda la vida verde es sagrada y no debe ser inhibida.

Desyerbar es, para esas personas, como la eugenesia y el asesinato. Algunas personas creen lo mismo sobre los libros: ninguno debe ser depuesto de la biblioteca.

A todos vale la pena preservarlos. Por lo tanto, hay un tono defensivo cada vez que los bibliotecarios discuten sus procedimientos de descarte. Esto es del “Informe Anual 2010" de la la Biblioteca de la Sociedad de Nueva York:

La circulación nunca se usa como criterio único al expurgar un libro. El Jefe de Adquisiciones revisa entonces la lista ponderando diversos factores: las existencias en otras bibliotecas, libros del mismo autor en la colección, precio y disponibilidad vía libreros de segunda mano…edad del material, citas en bibliografías, la condición del libro, si el tema ha sido cubierto por otros libros en la colección y hace que el libro en cuestión sea obsoleto o redundante, así como otras variables como ilustradores, encuadernado, ex libris, y otros más. Es importante recordar que muchos libros tienen potencial de ser material de investigación precisamente porque están fuera de circulación y proveen una ventana a las actitudes culturales de tiempo atrás. Es un proceso envolvente, y puede tomar mucho más tiempo seleccionar un libro para ser descartado que para ser comprado.

El novelista Nicholson Baker es quizás el mayor crítico de los retiros en las bibliotecas, apareciendo por primera vez en 1996, en una artículo muy discutido sobre la Biblioteca Pública de San Francisco (SFPL) publicado en The New Yorker magazine, y luego en un libro llamado “Double Fold. Preocupado inicialmente sobre la desaparición de los catálogos de fichas y la forma en que el entusiasmo por las tecnologías de información estaba dañando la cultura tradicional de las bibliotecas, demandó a la Biblioteca Pública de San Francisco para el acceso a su antiguo catálogo de fichas que había sido sustituido por uno electrónico al trasladar la biblioteca a un nuevo edificio. Lo que descubrió fue más allá del tema del catálogo de fichas frente a la catalogación electrónica. Encontró que había muchos libros descritos en el catálogo de fichas que ya no existían en la biblioteca. Entre el momento en que la SFPL dejó su viejo edificio principal y el momento en que se trasladó a su edificio de alta tecnología, construido-para-el-futuro, supuestamente más espacioso, con su catálogo electrónico; en algún punto, entre cien mil y un cuarto de un millón de libros fueron retirados de la colección.

Esto era descarte en una escala — y en un lapso de tiempo— que sugería destrucción imprudente más que una selección cuidadosa. Muchos libros de los que no existían copias, muchos libros con presumible valor histórico, fueron simplemente desechados y enterrados en el basurero. En parte esto se hizo porque la nueva biblioteca, que presumía una arquitectura amplia y ostentosa, no contaba con suficiente espacio para los estantes. En parte se hizo porque el bibliotecario actual tenía una visión diferente de qué libros pertenecían a la colección que difería de la de los bibliotecarios anteriores. Él veía a la biblioteca como un servicio al lector general, y no a investigadores y literatos profesionales, argumentando que con la cercanía de las bibliotecas de las universidades de Berkeley y Standford no había falta de bibliotecas de investigación en el área de la bahía de San Francisco. Concebía la SFPL más como una biblioteca para la población urbana y vió una oportunidad recortar su colección radicalmente.

La hierba es algo que uno no desea creciendo en el jardín—mas formalmente “una planta que interfiere con los objetivos de manejo de un área dada de tierra en algún punto en el tiempo”. Cada jardín representa los “objetivos de manejo” de alguien y así lo hace cada biblioteca. La definición refleja el cuidadoso relativismo de los sistemas de orientación de nuestro tiempo. Los objetivos de manejo pueden cambiar, y entonces la hierba podría ser muy bienvenida.

Sin embargo los escépticos del desyerbe en la biblioteca, como Baker, estan bien conscientes de la diferencia entre jardines y bibliotecas: una vez que desyerbas un libro, no va a crecer de nuevo.

Aún así, Baker pudo haber ignorado el alcance al que debe llegar una biblioteca para cumplir sus objetivos. Al ver las bibliotecas como un almacén, sobrestimó su función de preservación y subestimó su necesidad de servir a una comunidad en específico. Yo me hallo solidaria, aunque inequitativamente, con ambas partes en esta disputa, mi corazón está con la furiá bibliófila de Baker debido a la destrucción de objetos preciados pero también con el deseo del bibliotecario de crear una institución que sirva a su comunidad. Fue claro que esta batalla acerca de la forma y función de las bibliotecas no se había acabado cuando la Biblioteca Pública de Nueva York anunció su nueva construcción y generó protestas de gente (como yo) que temía cambios extensos en las bibliotecas. (Nota del editor: La Biblioteca Pública de Nueva York anunció recientemente que abandonaba su plan de renovación.)

La Biblioteca de la Sociedad de Nueva York está en la afortunada posición de no tener que preocuparse por el descarte tanto como otras bibliotecas. Consideran los 4800 libros que adquieren al año como un número mágico. Si fuera tres o cuatro veces mayor, tendrían que desyerbar su colección de manera mucho más severa. Así como están, pueden concentrarse en encontrar modos de hacer más espacio y mantener la colección —en cualquier proporción de ficción—razonablemente estable. El año pasado, McGuirl movió la colección de historias premiadas con el O.Henry y las “Best American Short Storiesa un depósito en el sótano y mantuvo los volúmenes de los últimos años en los estantes. Eso liberó mucho espacio. Eliminar copias duplicadas de libros que fueron populares en el pasado y que ya no se leen tanto libera espacio adicional. Pulgada a pulgada, se debe hallar espacio para lo nuevo. Considerándose una colección de carácter especial—el registro de los gustos de lectura de los neoyorkinos a lo largo de los años—los bibliotecarios de la NYSL son reacios a expurgar copias únicas de obras de ficción.

En otros lados, el proceso es más complejo y potencialmente polémico—por ejemplo en una biblioteca de universidad como la mía, donde los maestros están atentos como perros guardianes para ladrar ente cualquier movimiento. La biblioteca de la Wesleyan University está comprometida en un proyecto de tres años para descartar sesenta mil volúmenes. Ya no tienen espacio y desyerbar a pequeña escala, como lo hace la Biblioteca de la Sociedad, sólo libera espacio que se ocupa inmediatamente. Para alcanzar la meta de descartar sesenta mil volúmenes, la biblioteca ha comenzado por considerar noventa mil, o 6 % de todos los libros en la biblioteca. Una lista de libros que cumplen con los requisitos iniciales de descarte está disponible para alumnos y académicos, quienes pueden abogar por algún volúmen que les interese. La escala de la operación es estupefaciente. Yo busqué en la lista la categoría PR de la Biblioteca del Congreso —literatura inglesa—y había nueve mil registros. Esto significa que nueve mil libros, publicados antes de 1990, habían sido prestados sólo dos veces o menos desde 1996 y ni una vez desde 2003. Reconocí con profunda tristeza algunos títulos en la lista. Eran trabajos de crítica literaria que habían sido escritos por amigos míos cuando éramos jóvenes y a los que ahora se les consideraba en el fin de su vida útil, tal como a sus autores. Su eliminación de la biblioteca fue como una muerte real, un tipo de muerte que jamás imaginé.

La gente que cree vehementemente que se deben mantener los libros en la biblioteca tiene una manera sencilla de combatir el descarte de volúmenes apreciados. Debido a que cada sistema de eliminación se basa, sin importar lo que se diga, en conteos de circulación, el número de años que han pasado desde que un libro ha sido prestado por última vez, o el número de veces que ha sido prestado en lo absoluto; si te importa mucho un libro, debes ir a cada biblioteca a la que tengas acceso y solicitar el tomo que te importa. Llévatelo a casa. Leelo o no. Mantenlo a tu lado mientras lees el mismo libro en una Kindle, Nook o iPad. Deja que respire el aire de tu casa, y luego regrésalo a la biblioteca, consciente de que has peleado en la guerrilla por los libros físicos. Este fue el espíritu con el que yo saqué el tercer libro de la trilogía “Welgevonden” de Etienne Leroux sin intención de leerlo.

Hay muchos factores que afectan las posibilidades de sobrevivir para una novela, y no hemos hablado de cómo es que llega a ser lo que llamamos un clásico: cómo es que se recibe inicialmente, si es que se vende, si la gente continúa leyéndola, si se enseña en las escuelas, si se incluye en la curricula de las universidades, lo que dicen los críticos literarios de ella después, el cómo responde a diversas corrientes políticas conforme pasa el tiempo.

Nos gusta pensar que sus méritos serán eventualmente reconocidos, que un gran libro se hará camino por si mismo, pero sólo conocemos las historias de éxito.

En busca del tiempo perdido” fue rechazada por tres casas editoriales, uno de sus primeros lectores no era un novato: André Gide. El primer volumen fue publicado por Grasset sólo cuando Proust accedió a pagar los costos. Luego, después de todas las burlas sobre 50 páginas que tratan sobre alguien que se va a dormir, fue rápidamente reconocida como una obra maestra. Gide le escribió a Proust y se disculpó, diciendo que rechazar el manuscrito había sido el peor error de su vida profesional. El “Ulyssesde James Joyce fue publicado marginalmente y fue incluso despreciado por lectores como Virginia Woolf. Eventualmente una parte del público se educó a si mismo para apreciar la novela, la aceptó y peleó por ella. Pero uno tuvo que haber sido un optimista a prueba de todo para creer que esto era inevitable. En otro escenario, “De Rerum Natura”, perdida por mil quinientos años, fue hallada y su mérito reconocido. Pero, ¿Cómo es que otras piezas de la antigüedad no fueron encontradas? ¿Cuántos trabajos de los siglos pasados nunca fueron publicados, o siendo publicados nunca fueron leídos?

Si uno quisiera ver que tan problemático es el criterio “mérito literario” y que tan poco probable es reconocerlo a primera vista, nada es tan divertido—o mejor consuelo para los escritores—que leer las cartas de rechazo o terribles reseñas de libros que han terminado por ser indispensables para la cultura. Así es, por ejemplo, cómo el reseñista del New York Times recibió inicialmente “Lolita”: “ “Lolita”… es innegablemente noticia en el mundo de los libros. Desafortunadamente, es mala noticia. Hay dos razones de igual seriedad por las que no vale la atención de un lector adulto. La primera es que es aburrida, aburrida en una modo pretencioso, caprichoso y maliciosamente fatuo. La segunda es que es repulsiva”.

Las reseñas negativas son divertidas de escribir y de leer, pero el mundo no las necesita, ya que la media del trabajo en creación literaria es, en palabras de Laura Miller, “invisible para el lector promedio”. Aparece y desaparece de escena desapercibidamente, ampliamente ignorada. “Incluso los novelistas que uno considera como ‘de moda’ son de hecho relativamente desconocidos”, escribe Miller. “Tengo un batallón de primos bastante inteligentes que nunca han escuchado de Jonathan Franzen o Dave Eggers…ellos nunca han leído un libro porque fue calificado como una obra genial en la página frontal del New York Times Book Review magazine”. Ya sean positivas o negativas, la atención que las reseñas atraen para un libro es difícilmente suficiente, y se está volviendo cada vez más difícil para una novela el levantarse de la oscuridad. En las palabras breves y elegantes de James Gleick, “La mercancía en la economía de la información no es la información, es la atención. Estos artículos tienen una relación inversa. Cuando la información es barata, la atención se vuelve cara.” En estos días, además de escribir, el novelista debe ayudar a atraer la atención a lo que escriben, tuitean, hacen amigos en redes sociales, bloguean, y generan meta tags—defensores de la poesía sin reconocimiento a lo Shelley, pero ahora más como publicistas sin paga.

En la Web, todos podemos ser reseñistas, y se puede establecer un consenso acerca de un libro a partir de un rango potencial de lectores tan disímiles como el primo de Laura Miller y los miembros de la Academia Francesa. En este entorno que ha cambiado, los reseñistas profesionales podrían hacerse obsoletos, reemplazados por la sabiduría popular. Hace más de dos siglos, Samuel Johnson inventó la idea de sabiduría popular aplicada a la literatura, llamándola “el lector común”. “Me regocijo al coincidir con el lector común, pues es mediante el sentido común de los lectores, incorrumpido por prejuicios literarios, después de todos los refinamientos de la sutileza y el dogmatismo del aprendizaje; que debe ser decidida la afirmación de los honores poéticos”. Virginia Woolf aprobó esto y tituló su maravillosa colección de ensayos sobre literatura “El lector común”.

Ahora el lector común existe hipotéticamente en menor medida—el promedio de opinones no solicitadas en Amazon.

Una de mis satisfacciones este año ha sido llega a conocer al Lector Común. Entro en línea para ver cómo es que el Lector Común ha respondido, por ejemplo, a “God’s Ear”, mi novela favorita de Rhoda Lerman, y encuentro con alegría que tiene una calificación de cinco estrellas en Amazon. Pero sólo tiene dos reseñistas. Uno, “Anónimo”, es tan elecuente y meticuloso que sospecho que él o ella es una amistad de Rhoda. Sin embargo, el otro parece completamente imparcial. Es una médico retirada, vive en el estado de Washington y busca hacer carrera como novelista. Ya ha publicado una novela. Aspira a ser tan buena como Bernard Malamud, Thomas Hardy, Stefan Zweig y Proust. Por lo pronto, está muy activa en su comunidad, esquía y hace caminata, lee “ávidamente” y participa en un club de lectura. Tiende a gustar de libros de contenido espiritual o de aventura. Sus reseñas de libros se alternan con reseñas de zapatos o de moldes para panqué: “Lamento decirlo, pero estos zapatos son espantosos… me los pongo y minutos después siento dolorosos puntos de presión en mi pie. Cuando me quito los zapatos mis pies tienen marcas rojas donde la presión me estaba ‘matando’ literalmente… Mis pies se sentían como si estuvieran atrapados en cemento”. Tiene la misma confianza para describir la experiencia de leer un libro como la experiencia de ponerse un zapato. Sobre “Novela de ajedrez” de Stephan Zweig escribió:

Las descripciones son poderosas y generan una reacción visceral que es inaudita. Mientras leía, notaba como mi pulso aumentaba haciéndome sudar y percibía la sensación de estar al borde del asiento. Conforme la historia llegaba a su conclusión, tenía la urgencia de gritar “¡Detente! ¡No juegues de nuevo!” Lloré cuando guardé el libro. Las lágrimas eran para el Dr. B, y todas las víctimas de la carnicería Nazi y quizá también una reacción de lo que poco después sucedería, el suicidio del autor. Esta pequeña joya de libro explora y perturba la psique humana como ninguna otra.

Doce personas de doce hallaron esta reseña útil, así que quizá, como yo, vieron además los otros gustos del reseñista. ¿Cereal de muesli Bob’s Red Mill? ¡Cinco estrellas! ¿Aceite para el cuerpo Aroma Land Massage? Cinco estrellas. ¿Hilo dental Crest Glide? ¡Cinco estrellas! Ella odió un libro llamado “One God Clapping” (“Un aplauso de Dios”) de Alan Lew y le dio sólo una estrella, pero amó “God’s Ear” (“El oído de Dios”). “Sus retratos de personajes son vívidos, saltan de la página y exigen tu atención. Toman de tu corazón con fuerza. No importa como se describan sus defectos, los amas incluso más y te deleitas con cada aventura deseando que el libro no se termine. Aprendes que los mitzvahs, las buenas acciones, vienen en todas las formas y tamaños”. Yo diría que ella está completamente en lo correcto, y además seguiría su consejo sobre el hilo dental.

El Lector Común, sin embargo, no es una persona. Es un promedio estadístico, la media entre una estrella de esta lectora para “One God Clapping” y el entusiasmo de veinte otros por este libro, la autobiografía de un “rabino Zen”; produciendo una calificación de cuatro estrellas. Lo que el sistema de calificación me dice es que si yo fuera el tipo de persona que quisiera leer la autobiografía de un rabino Zen, es probable que lo disfrutaría. Que los reseñistas de Amazon sean un grupo autoelegido es un hecho que debería subrayarse. Si uno es como los primos de Laura Miller que nunca han escuchado de Jonathan Franzen, sería difícil que uno llegara a leer “Freedom”, y mucho menos que llegara a reseñarlo. Si uno lee todo lo que John Grisham ha escrito, probablemente uno leerá su última novela y quizá incluso la reseñará. Si uno lee “Lolita”, es tal vez porque uno ha escuchado que es una de las grandes novelas del siglo veinte o porque uno ha escuchado que es un libro obsceno. Lo que sea que lo atraiga a uno a él, es posible que lo disfrute. Cuatro estrellas y media.

La idea de la sabiduría de las masas, popularizada por James Surowiecki, data de 1906, cuando el estadístico inglés Francis Galton (el primo de Darwin) se fijó en un concurso en una feria en el campo para adivinar el peso de un buey. Por seis peniques una persona podía comprar un boleto, ponerle su nombre y adivinar el peso del animal despues de ser destasado. La persona que estimara el peso más cercano al real ganaba un premio. Galton, teniendo el tipo de mente que tenía, jugó un poco con los números que reunió del concurso y descubrió que el promedio de todos los estimados sólo estaba una libra abajo del peso real del buey: 1,198 libras. Si uno busca la respuesta del Lector Común a una novela, uno no puede tomar la reseña de una persona como verdad sino como una aseveración apasionada del punto de vista de esa persona, un estimado de una persona al peso del buey.

“En verdad disfruto al leer esta novela, te hace pensar en la mente de un agresor sexual. Me alegra también haber comprado esta novela en Amazon porque la pude encontrar fácilmente en un precio adecuado para mi.”

“Vladimir tiene facilidad con las palabras. La prosa en este libro es simplemente notable.”

“Sobrevalorada y pretenciosa. El excesivo adorno en el lenguaje encapsula un argumento recocido y sin interés. Hombre adulto y mujer pre-adolescente hipersexual—por favor no exageremos en la originalidad de ese concepto, que ha existido por milenios. De hecho, podrás encontrar historias similares en cada capítulo de la Biblia.”

“Como muchos otros leí Lolita cuando salió por primera vez. Era un hombre de sexualidad normal y la encontré sumamente erótica. Ahora, que me acerco a los 80, sigo sintiendo la emoción erótica pero estuve más abierto a la belleza de la prosa de Nabokov.”

“Presentar la historia desde el punto de vista convenenciero de Humbert fue el modo peculiarmente brillante en que Nabokov lleva a un lector convencional, sin perversiones, a lugares secretos que de otro modo no se atrevería a ir.”

“ Un hombre que estaba ‘en onda’ y que mantuvo cierta perpleja lejanía de la moda, ¿Qué pudo haber dicho de los centros comerciales? ¿ De la corrección política? ¿La televisión por cable? ¿El internet?… ¿O de algunos de los grandes escándalos de la última década, eventos casi-Nobokovianos por sí mismos, como Joey Buttafuoco, Lorena Bobbitt, O.J. Simpson, Bill y Mónica? Dondequiera que esté (Cielo, Infierno, Nirvana, Anti-Tierra), me gustaría agradecer a Nabokov el proveernos un atractivo y único modelo de cómo leer, escribir y percibir la vida.”

¿Qué diría el escritor perplejo, “en onda”, de las reseñas de Amazon? Me gusta pensar que se deleitaría con ellas como evidencia de la alegre, confidente y lunática democracia de su cultura adoptiva.

“Lo que alguna vez fueron artilugio populista, las reseñas son vitales para asegurarse que un nuevo producto no se pierda en la selva digital”, reporta el periódico Times.

Pero cuando la sabiduría popular se vuelve autoconsciente, consciente de su propio poder, se vuelve propensa a la manipulación y deja de funcionar.

Los propios custodios de Amazon eliminaron miles de reseñas del sitio en un intento por contener lo que ha desencadenado en una manipulación masiva de sus calificaciones. Ellos eliminaron algunas reseñas de familiares y gente considerada muy tendenciosa para poder dar una opinión, por ejemplo los escritores que son competencia del autor reseñado. Sin embargo, no eliminaron reseñas de gente que admitió que no leyó el libro. “No obligamos a la gente a que haya probado el producto para poder reseñarlo”, dijo un vocero de Amazon.

Hay un elemento similar a los fumadores pasivos en el mundo de la literatura—un consenso general sobre si un libro es bueno o no se desarrolla aparte del consumo del libro, como en el caso del estudiante quien, al ser cuestionado por su maestro si había leído “Madame Bovary”, respondió, “Yo, personalmente, no”. Yo diría que sería necesario el probar el producto para poder calificarlo, pero entonces tendría que recordar lo mucho que Gaby Bordwin, la diseñadora (de la portada), aprendió de “A Hero of Our Time” sin leerlo que lo que yo aprendí habiéndolo leído tres veces.

Extracto de “THE SHELF: de LEQ a LES” por Phyllis Rose, publicado en Mayo de 2014 por Farrar, Straus and Giroux, LLC. Todos los Derechos Reservados (c) 2014 por Phyllis Rose.

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El Sr. Escritor

Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse.