¿Cómo es nuestra cultura del trabajo en la nueva sociedad de control?

Reflexiones sobre los transformaciones tecno-culturales de finales del siglo XX en “la pequeña europa argentina”

Ema Gimenez
10 min readOct 14, 2017
El pan-óptico, vigila para ordenar y castiga para disciplinar…¿El ojo que todo lo ve o Dios como formulación filosófica de nuestra existencia?

La cultura del trabajo se ha roto opina un político en televisión, “lo que pasa es que los pibes no quieren laburar” comenta un taxista veterano, “el empleo se ha reducido” marcan las estadísticas, en realidad hay empleo, pero sumamente precarizado replica un estudiante de economía.

Ocurre que he escuchado alguna vez en las salas de espera de hospitales o consultorios de la biología y la enfermedad humana, largas y difusas conversaciones, también en comentarios de facebook (realidad virtual de nuestro yo contemporáneo) quejas rotundas o simples posturas y sentimientos de incomodidad ante situaciones diversas y por lo tanto factibles de múltiples consideraciones sobre el trabajo; el trabajo como gran tema y como preocupación social ante todo.

Mi interés surge entonces de considerar al trabajo como un elemento indispensable en las estructuras de vida de las sociedades, como posibilidad de supervivencia y garantía de la reproducción humana, como aglutinador social y cultural que definen las relaciones de vida que tenemos, también como etiqueta y presentación de las personas, como estatus social y moral o un lugar dentro del mundo que habitamos, bueno en fin, el trabajo como cultura, y sin entrar en discusiones muy específicas sobre las dimensiones semánticas, voy a hablar de Cultura del Trabajo.

¿Será el trabajo lo que explica la idea existencial personal y nuestra actitud hacia la vida?

De seguro está presente en esta pregunta la disputa por el sentido político del trabajo. Ya no importa nuestra pertenecía a cierta categorización social de lo que somos, en fin, somos, somos lo que sentimos y somos lo que hacemos y dejamos de ser, somos de seguro, fuerza de trabajo al servicio de un modo de producción económica y material de la vida.

Partiré del principio general del filósofo francés Michel Foucault, que se encargó de analizar las relaciones de poder entre los siglos XVIII y XIX y en la primera mitad del siglo XX: “toda forma es un compuesto de relaciones de fuerza”; las fuerzas del hombre son las fuerzas de imaginar, de recordar, de concebir y de querer. Esas fuerzas del hombre solo suponen suposiciones (“una región de lo existente”), porque siempre son fuerzas pertenecientes a una época dada y parten de un devenir de procesos socioculturales, con sus cambios políticos, económicos, mentales y atravesados por acontecimientos históricos que según una correlación de fuerzas los hace únicos…como las personas. Entonces a las formas, junto a las experiencias de la cultura (de los individuos, colectivos sociales y comunidades)las podemos entender como las tramas que definen una época y que conforman un todo dinámico: las formaciones históricas.

Estas fuerzas del hombre deben explicarse según la interrelación entre tres elementos indispensables en la genealogía foucaultiana: el saber, que es la relación del hombre con el universo, en el uso y apropiación de la naturaleza mediante la ciencia y la técnica. Entre el poder, que es la relación de los unos con los otros, y en cada formación histórica las relaciones de poder tienen sus propias formas, Foucault reflexionó y construyó categorías filosóficas para pensar sobre los procedimientos del poder a partir del siglo XVII, es decir la organización de un dominio de conocimiento que desarrolló mecanismos disciplinarios y de coerción. Finalmente (no como un eslabón final sino como parte de una trama compleja de reciprocidades), entre el sujeto, la relación del hombre consigo mismo, es el campo de la ética y la subjetividad que conforman la identidad de la persona. La identidad es siempre una pregunta móvil que está en fuga permanente y se interroga el ¿Quién soy? o ¿Quiénes somos? en relación a las identidades colectivas que se forjan en las luchas por el sentido de las cosas.

Saber, poder y subjetivación son los tres ejes que conforman la experiencia de la cultura humana.

Ahora bien, para poder pensar el trabajo según las características de la experiencia de la cultura actual hay que tener en cuenta una historicidad que ha constituido a las sociedades occidentales modernas, es decir los sistemas de pensamientos que han dado lugar a saberes científicos establecidos como discursos. Nos debemos remontar a la Modernidad como experiencia de la cultura que comienza en el siglo XVIII cuando la relación de los tres formas de la genealogía, saber-poder-subjetivación se conforma para Foucault en torno a los sistemas disciplinarios.

La tecnología reglamentada en las sociedades disciplinarías de los siglos XVIII-XIX se creó acorde a la forma de producción, distribución y comercialización de bienes de la época: el capitalismo (que se consolida como industrial en el siglo XIX), donde el dueño del medio de producción era el capitalista-burgués.

El capitalismo para poder vigilar, controlar y corregir (y castigar) necesitaba de grandes espacios de encierro organizados por la institución madre de todas las demás (familia, hospital, cárceles, escuela, etc.), el Estado: institución que regula las relaciones sociales de los sujetos y ha creado sus mecanismos de gobernabilidad y como sucedió en toda formación histórica, ha observando y experimentando sobre los individuos, construyendo modos de existencia relacionados en este caso a formas de racionalidad, técnicas e instrumentaciones a través de la cuales es ejercida: la vigilancia, el control, la corrección.

Gilles Deleuze (1991) se encargó en buena parte de su carrera como filosofó y escritor de profundizar los análisis de Foucault en “Posdata sobre las sociedad en control” donde plantío que “el individuo no deja de pasar de un espacio cerrado a otro, cada uno con sus leyes: primero, la familia, después la escuela (“acá ya no estás en tu casa”), después el cuartel (“acá ya no estás en la escuela”), después la fabrica, de tanto en tanto el hospital, y eventualmente la prisión, que es el lugar de encierro por excelencia” (p.1).

Se van perfilando entonces, espacios de encierro configurados en moldes, el molde del trabajador asalariado es la fábrica, allí el espacio-tiempo se construyó en una fuerza lo más productiva posible, acorde a las necesidades de acumulación y la movilidad internacional del capital que explota los diversos territorios. Este espacio de control (disciplinario) se hizo más visible en los lugares (ciudades) con un fuerte desarrollo de la fábrica como espacio de trabajo, con el fordismo como organización productiva básica.

Gilles Deleuze, “el arte es lo que resiste.;resiste a la muerte, a la servidumbre, a la infamia, a la verguenza“

Nuestra sociedad argentina también fue parte de esta red de hechos y fuerzas que crearon a la sociedad disciplinaria, desde una “anatomía política que entrenaba y lubricaba los organismos mecanizados de la sociedad industrial” en el eje de control disciplinario hombre-cuerpo (Sibilia, 2009, p. 200) fue establecida como un eslabón colonial en la división internacional del trabajo y con sus características particulares, en el mercado de una estructura económica más global.

Tales fuerzas dinámicas fueron instalando un sentido común sobre el trabajo en esta forma de ser y estar, que contiene a las prácticas económicas, las relaciones de clase, vida cultural y social y mentalidades de cuerpos que vivieron esta experiencia; un sentido común ligado al liberalismo como ideología dominante y a la moral del “buen burgués” o padre de familia de clase media que se ganó lo que tiene “laburando”. Esas tramas de valores se construyen acorde a las vivencias propias; el empresario cree y debe ser “buen empresario” y el trabajador debe “romperse el lomo laburando”, eso se ve muy bien, el cuerpo puesto para la reproducción económica propia y del conjunto. Sin duda y de algún modo, todas los cuerpos trabajan, tengan o no un trabajo estable o sean un engranaje, una piedra o un desecho que arroja el sistema.

Una vez definido el andamiaje de pensamiento por el cual partimos, la pregunta es: ¿Cómo se constituye el trabajo en la sociedad actual? para ello hay que tener en cuenta las transformaciones en la organización del capitalismo en los últimos años.

En relación a esto sostengo algunas posturas que me despiertan más preguntas y otras afirmaciones subjetivas sobre los sentidos que quedan de la experiencia de la cultura de fines del siglo XX y que entran en tensión con las nuevas formas de vida, al menos en el espacio que me (y nos) toca vivir.

Para Foucault la Segunda Guerra Mundial fue un hito que marcó fuertemente la historia humana, considerándola una ruptura epistémica que dio lugar a nuevas experiencias de la cultura, otros modos de relación de los unos y otros, con el naturaleza y el universo y el hombre consigo mismo. A partir de ahí se comienza a dilucidar otra formación histórica, ¿qué es lo que cambia desde ese hecho como identificación histórica? Comienza la progresiva transformación tecnológica y cultural que da pie a la actual sociedad, la experiencia de la cultura que habitamos.

A la sociedad disciplinaria que bien caracterizó al capitalismo industrial la está remplazando la sociedad de control.

La vigilancia ya está relacionada a las tecnologías y no tanto a las instituciones, las tecnologías son nuevas formas de control del espacio, el tiempo y el movimiento de los cuerpos , para Deleuze (1991) en la actualidad hay una crisis generalizada de los espacios de encierro, es decir las instituciones como la prisión, escuela, fabrica, hospital, familia, “siempre se habla de la necesaria reforma de las instituciones que están en decadencia, pero esa reforma esconde en el fondo una agonía de la propia sociedad disciplinaria”.

En relación al trabajo y la producción, la empresa está reemplazando a la fábrica. Ha cambiado de acuerdo a otra exigencia del capitalismo actual: el capitalismo de superproducción, donde la oferta es de servicios y lo que demanda son acciones, “tal vez sea el dinero lo que mejor expresa la diferencia entre las dos sociedades, puesto que la disciplina siempre se remitió a monedas moldeadas que encerraban oro como numero patrón, mientras que el control refiere a intercambios flotantes”.(Gilles Deleuze, 1991, p. 2).

capitalismo de superproducción, ¡liquidación!

Ejemplo de estos cambios en la organización del capitalismo es la innovación en los sistemas de producción y nuevas TICs, la movilización de la moda en mercados masivos junto a técnicas de producción más rápidas, un consumo de bienes de servicio en lugar de mercancías tangibles y la penetración capitalista en la producción cultural, que a partir de los 60` comienza a crecer exponencialmente y hoy es un negocio multimillonario y una herramienta de dominación cultural mundial. Ya no es el capitalismo para la producción, sino para el producto, “el servicio de venta se ha convertido en el centro o en “alma” de la empresa” (G. Deleuze, 1991, p. 2). Lo que vende ahora es la publicidad, es la imagen o representación social de la empresa, “el marketing es ahora el instrumento de control social” (G. Deleuze, 1991, p. 2).

Los conceptos sobre trabajo y cultura son ambivalentes, se inscriben en formas de pensamiento y posicionamientos en el mundo. El neoliberalismo toma a la cultura del trabajo como una expresión del éxito individual y es el mercado garantía de ello, miradas alternativas sostienen que es un proceso social complejo y que son las relaciones sociales de producción las que definen a la cultura del trabajo en un lugar determinado.

Las generaciones que conllevan en sus cuerpos las vivencias de la sociedad disciplinaria, rechinan exigencias sobre la incapacidad de voluntad de trabajo de los jóvenes que ya no vivimos en la sociedad que tenía a la fábrica como espacio de trabajo por excelencia, y los medios masivos ponen en altavoz esas mentalidades conservadoras.

Es que en realidad es un sistema de pensamiento que no se condice con la realidad tecnológica, cultural y económica actual. Sin embargo, las estructuras de enseñanza de las instituciones siguen en ese paradigma y nos auto castigamos ante la inmaterialidad de nuestros esfuerzos. El “vago” al que tanto se apunta en discursos incriminatorios de culpa social es producto de una realidad sin referencias de crecimiento, en todo caso, la imposibilidad laboral cada vez más creciente es un síntoma del cambio de paradigma en la producción y el trabajo y por más que el Estado intente ejecutar políticas públicas para contener esa gran demanda laboral, no es nada más que la administración de la agonía que Deleuze denunciaba.

“En las sociedades de control, las tecnologías informáticas constituyen “el dispositivo” disciplinario por excelencia” (Hardt y Negri, 2001)

Si toda experiencia de la cultura se basa en la relación del saber-poder y sujeto, en los últimos años los modos de subjetivación se encuentran en la cultura digital que está creando nuevos modos de significación social y de trabajo. Vimos a través de Foucault que cada formación histórica tiene sus formas que la definen, tal vez este giro digital de nuestro lenguaje sea lo que explique nuestro presente, donde lo virtual es lo mas material que hay, todo se vuelve más volátil y es difícil la planificación a largo plazo.

La instantaneidad de la producción no se armoniza con el cuerpo como palanca y polea de la sociedad industrial, el sistema necesita del saber en la actualidad y el uso de la tecnología para materializar ese nuevo saber en trabajo, no está al alcance de todos los cuerpos (desigualdad tecnológica). Nos encontramos entonces en una tensión permanente entre dos paradigmas, las actuales y nuevas generaciones ¿tendremos que ajustarnos? a las necesidades de esta nueva experiencia de la cultura, donde el saber como catapulta individual hacia el éxito es la nueva puesta de valor por el capital y la tecnología es el nuevo espacio de trabajo y demás está decir, de control.

Fuentes

· Deleuze. G, Posdata sobre las sociedades de control, 1991.

· Deleuze, G.; Conversaciones. Valencia, Pre-Textos, 1999. p. p. 263–286.

· Deleuze, G, Foucault. Bs. As., Paidós, 2003 p.p. 159- 170.

· Sibilia, P.: El hombre postorgánico. Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. Bs. As., FCE, 2009. Cap. 5.

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Ema Gimenez

Estudiante de Comunicación Social- periodismo popular- amante de la música (@emagim886 )