LAS DINÁMICAS DEL PODER Y SUS SECUACES: COMENTARIOS EN TORNO A “EL COORDINADOR” DE MABEL MARÍN

Teatro en Crisis
4 min readOct 6, 2018
Fotografía de los álbumes del Encuentro Nacional de Teatro

Hemos vuelto al teatro con altas expectativas, y se cumplieron. ¿Ante todo nos preguntamos: cómo nos sentimos tan cómodos frente a la megalomanía de la cotidianeidad? “El coordinador” de Mabel Marín invita al espectador a enfrentarse a una persona presuntamente imposible y que pareciera más bien un espejo que nos escupe la realidad de nuestras interacciones, mientras, nosotros disfrutamos, cómodamente, de presenciar una violación.

Al leer al estadounidense Dennis Johnson el lector se expone a padecer un distanciamiento desde la ficcionalidad de un acontecer tan grotesco que pareciera ser imposible. Retratos de personas consumidas por el poder, retazos de seres humanos misóginos, violentos y asesinos y quizás inclusive un Dios ausente que confía tanto en sus especies que las abandonó. Creamos un paralelismo entre la pieza de Marín y los planteamientos de Johnson pero más allá de eso: ¿son estas dinámicas de extrañarse, de aceptarse y de reírse?

Esta obra, debemos admitir, es de las mejores que hemos tenido la oportunidad de ver en el país. Una obra con sello de dirección Marín en donde los significados se conjugan de manera virtuosa con el significante para que el espectador no solo reflexione, sino disfrute y se deje domar durante 60 minutos de espectáculo. Ya antes habíamos hablado de la calidad de esta directora con “Some1 like you” pero, de nuevo, nos sorprende con un registro y tema distinto que, tanto como necesario, es obligatorio cuestionar en una Costa Rica a los albores de un nuevo plan fiscal, de un poder que consume y de una falta de cuestionamiento.

“El coordinador” retrata la relación entre cuatro personajes que se encuentran atrapados en un ascensor por decisión del operador del aparato y encargado de mantenimiento. Este operador, Marlon (Amadeo Cordero), desde su primer encuentro con Milan (Daniel González Munis), un hombre de negocios debilucho, propondrá una clave de violencia para “instruir” a los personajes en la virilidad y la supervivencia. Así, conforme se suman Brigitte (Daniela Valenzuela), una mujer permisiva y Amiel (Álvaro Marenco), un hombre viejo y frágil, las “lecciones” del pedagogo de impacto serán cada vez más violentas, misóginas y asquerosas.

El espacio escénico se conforma de una estructura de ascensor que asemeja una cárcel. Este dispositivo no solo funcionará como claustro y encierro, sino que también será manipulado por la directora misma que se convertiría en una coordinadora más en ciertos momentos de la obra. Este efecto permite al espectador observar varios ángulos de la propuesta por lo que el foco de atención cambia y además las perspectivas permiten un juego visual entre lo oculto y lo observable. Los barrotes de la jaula crean rectángulos que proponen una vista fragmentada de los actores y esto se suma a las proyecciones en el fondo del escenario donde se focalizan ciertas acciones que llevan a cabo los personajes. Estas últimas también muestran una realidad fraccionada, una descomposición del cuerpo en dos acciones diferentes que parten de una misma raíz.

El gran acierto de esta pieza son las actuaciones. Queremos ofrecer un elogio especial a Amadeo Cordero quien desde ayer se convirtió en uno de nuestros actores favoritos (esto lo desarrollaremos más en otra reseña sobre actrices y actores). Su representación de Marlon da señas de virtuosismo actoral sumado a una excelente conjugación del texto en el actor como un signo dramático pilar. De todo esto rescatamos el uso del inglés como una propuesta simbólica y su presencia vocal y corporal. El resto del elenco hace un trabajo también sobresaliente, en especial Álvaro Marenco, aunque Cordero parece ser, siempre, el dux, la directriz, el coordinador de la escena.

¿Quién es el Coordinador? El Coordinador es lo peor de todos los sistemas políticos, lo peor de nuestra sociedad, lo peor de nosotros mismos. El Coordinador está vestido de rojo, que no solo dirige inmediatamente la mirada, sino que también son los colores de la bandera de la Unión Soviética, la bandera del fascismo Latinoamericano, la bandera del dictador. El nombre, inclusive, propone una contradicción pues quien coordina en teoría no tiene más poder, sin embargo, la verticalidad se prescribe desde la violencia. ¿Acaso los dictadores genocidas no llevan una faja de “presidente”?

La propuesta de distanciamiento parte desde la creación de un personaje tan subnormal (o supernormal) que es imposible que el espectador lo crea. El público se ríe y cuestiona y disfruta; nadie puede ser tan hijueputa, nadie puede ser tan desquiciado, nadie puede ser tan asqueroso, pensamos. Los espectadores somos cómplices, no existe nunca verdaderamente una fuerza antagónica que limite el poder del coordinador, él hace lo que quiere. Es así como la ficción nunca nos presenta una respuesta para accionar, entonces cuando salen del ascensor, Mabel rompe la ilusión, toma el poder en sus manos y le dispara. “Se salvó que esto es teatro”, le dice, y nosotros adaptamos la frase de Robert Hass para el momento: está bien que el teatro, a veces, nos decepcione; pero porque debemos ser nosotros quienes disparen al coordinador, al poder, al patriarcado entre los ojos.

Función: 5 de octubre de 2018, Teatro 1887, CENAC. Encuentro Nacional de Teatro

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