El lado doloroso, oscuro y maravilloso al que te acercan los hijos

Eythel Aracil
4 min readApr 29, 2019

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Tan lejos y a veces tan cerca, tan determinante y al mismo tiempo tan nebulosa; es raíz, tronco, ramas y también hojas. La niñez nos marca hasta el fin de nuestros días, pero es curioso que no podamos recordarla completamente.

“(…) Es tan extraño saber que este es un tiempo que no queda en su memoria con detalles. Crecerán y no recordarán esta tarde, o cualquier otra. Y a la vez, estoy segura de que cada uno de estos momentos los constituyen, van consolidándolos como personas”.

Este último es uno de los emotivos textos de la fotógrafa hispanomexicana Ana Casas Broda en la exposición Kinderwunsch, en el Museo de la Ciudad de México. En esta muestra, a través de fotografía y su testimonio, ella documentó el proceso de los tratamientos de fertilidad que siguió para convertirse en madre, así como la cotidianidad junto a sus hijos.

No esperen colores pastel ni imágenes dulces. Al contrario — y maravillosamente — hay sombras, oscuridad, misterio, pero también risas y una intimidad con la cual se puede conectar inmediatamente aunque uno no sea papá.

Esta exposición demuestra cómo la maternidad, además de tener momentos maravillosos, confronta con episodios difíciles de la propia historia de vida — y con los cambios en el cuerpo — en una forma muy directa. Kinderwunsch (palabra alemana que combina los significados de “niños” y “deseo”) derivó de un libro homónimo publicado en 2013 disponible en Hydra, espacio de enseñanza artística que promueve proyectos fotográficos y del que ella es cofundadora.

“Inicié Kinderwunsch pensando que se trataba del deseo de tener niños. Después de seis años, me doy cuenta de que ha sido el proceso de acceder a mi propio deseo. Para vivir el presente con mis hijos tengo que transitar ese escenario oscuro y doloroso, encontrar mi lugar a su lado. Un proceso en el que presente y pasado se entrelazan todo el tiempo”, escribió también la fotógrafa.

Precisamente a partir de esta experiencia ella exploró el significado en su vida de experiencias fuertes como la separación de sus padres y la enfermedad de su abuela paterna.

Los hijos se convierten entonces no solo en una forma independiente de vida, sino en un espejo en el que vamos descubriendo parte de nuestro pasado. Parecería que ellos alumbran la oscuridad que oculta nuestra trayectoria más inicial, nos permiten — ¿obligan a? — recordar instantes de alegría e inocencia y otros de mucho sufrimiento, todos vigentes en nuestro interior.

En el proceso de tenerlos uno se descubre a sí mismo en una especie de renacimiento. Ellos vienen al mundo, pero algo diferente también empieza en uno y lo que a veces se había querido evitar, quizás de una manera inconsciente, ahora aparece sin ese tono fantasmagórico.

“(…) Cada vez que paso un rato con mis niños, me siento invitada a habitar un lugar especial, único. Como si fuera una extranjera que nunca logra estar en este tiempo por más de unos instantes…”

“(…) Para mí son un regalo que debo disfrutar como un soplo de aire que se esfuma. Jamás me había enfrentado a lo efímero de esta manera. Tiene que ver con la memoria, con esta necesidad de que los momentos perduren en los recuerdos del otro para hacerse reales. Siento que estar con mis hijos es habitar el reino de lo efímero, y a la vez lo más perdurable. Quizás porque yo no sabía de niños. Ni de afecto”.

La exposición dura hasta el 19 de mayo.

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