INTRODUCCIÓN A EZRA POUND, ensayo de T.S. ELIOT

Fabi Pacheco
15 min readSep 20, 2018

--

Lo que haya podido ser la literatura americana desde principios de siglo hasta 1914 constituye un gran vacío en mi memoria. No guardo ningún recuerdo de haber leído una página escrita por una poeta de este período.

Fue en 1915, en Inglaterra, cuando oí hablar de Robert Frost. En mis tiempos, los estudiantes de Harvard leían a los poetas ingleses de los años 1890, todos muertos. Nunca se llegaba a una poesía viva. Y no puedo recordar a ningún poeta vivo que haya influido en mi educación. Es cierto que Yeats era un poeta célebre, pero yo sólo veía en él a un mediocre sobreviviente de los años 1890. Así fue hasta 1917. (En aquel momento mi punto de vista cambió mucho. Recuerdo perfectamente la impresión que me causó el estreno de The Hawk’s Well, al que me llevó Pound. Tuvo lugar en un salón londinense y un bailarín japonés hacía el papel de halcón. A partir de entonces, consideré a Yeats como a un eminente contemporáneo y no como a un predecesor del que hubiera podido aprender algo.)

A principios de siglo había algunos buenos poetas en Inglaterra, pero lo supe más tarde, y, a menudo, gracias a Pound (cuyos juicios eran mucho menos sectarios de lo que la mayoría de la gente cree). No creo exagerado afirmar que no había mi un sólo poeta en Inglaterra o en los Estados Unidos, capaz de ayudar a un principiante. Era necesario desviarse hacia otras épocas y otros países. Browning era más embarazoso que útil, porque no había llegado lo suficientemente lejos en su búsqueda de un lugar moderno.

En la situación en que nos encontrábamos nosotros, necesitábamos los ojos de un francés, para comprender a Edgar Poe y a Whitman. Nos planteábamos siempre el mismo problema: ¿qué se podía hacer después de Swinburne? Y no encontrábamos la respuesta. Ya que estoy hablando de Pound, prefiero decir pronto que tengo una gran deuda con él. Mis primeros poemas (incluyendo «Prufrock» y otros publicados posteriormente, yacieron en un cajón desde 1911 a 1915, salvo cuando Conrad Aiken intentó, sin éxito, venderlos en Londres. En 1915, Aiken me presentó a Pound. «Prufrock» se publicó en Poetry en el verano de aquel mismo año, y, gracias a los esfuerzos de Pound, mi primera compilación fue publicada por The Egoist Press, en 1917.

Pound vivía entonces en un oscuro apartamento, en Kensington. Cocinaba en la habitación más grande, con luz artificial; trabajaba y recibía en la más pequeña, mejor iluminada, pero de forma triangular, muy poco práctica. Vivió allí hasta que se_marchó a París: creo que en (1922) pero siempre tenía el aire de un pionero inquieto. No sólo a causa de su inagotable energía, que no era fácil de distinguir de la agitación y de la nerviosidad, que hacía que la habitación más grande se volviese pequeña para él, sino especialmente por su resistencia a lo circundante, por su negativa a adaptarse.

Estoy seguro de que en los Estados Unidos parecía siempre a punto de salir para Europa y en Londres, de atravesar el Canal de la Mancha. No he conocido a ningún otro hombre, del país que sea, que haya vivido tanto tiempo fuera de su patria, sin parecer querer afincarse en alguna parte. Durante cierto tiempo, fueron Londres y después París, los centros en los que mejor podía reanimar la poesía. Pero, aunque los jóvenes poetas ingleses, o de cualquier nacionalidad, pudieron contar con su ayuda, si despertaban su interés, él se preocupaba sobre todo del porvenir de la literatura americana.

Nadie más gentil que él con los jóvenes, o con los escritores de cualquier edad, que le parecieran poco conocidos, a pesar de su valor. Todavía más, ningún poeta era menos pretencioso, sin modestia exagerada, acerca de sus propios poemas. La arrogancia que algunos le han atribuido, no era precisamente por esto. Sea como fuere, jamás ha manifestado una excesiva alabanza de su propia poesía. Le gustaba ser el empresario de gente más joven que él, estimular la actividad artística del medio en que vivía. En esto llegaba a extremos de generosidad y amabilidad.

Podía invitar a comer cada noche a un escritor desgraciado, cuya pobreza sospechaba, regalar sus vestidos (aunque únicamente la ropa interior y los zapatos eran lo bastante normales para que otro se atreviera a usarlos), buscar empleo, reunir dinero, hacer publicar una obra, después lograr que los críticos hablasen de ella y la elogiasen. En verdad, estaba presto a darse por entero a aquel cuya obra le interesaba con una intensidad que todos los beneficiados no se merecían y que, a veces, se volvía embarazosa y aunque el objeto de su beneficencia pudiera sentirse molesto, sólo el más mezquino de los hombres podría ofenderse. Se interesaba tan apasionadamente en las obras de arte que esperaba de sus protegidos, que tenía la tendencia, a veces. de considerarles de modo impersonal, como a máquinas de escribir o de pintar, que él tenía que engrasar cuidadosamente, en vista de su futura producción.

Pound era, de hecho, un maestro autoritario. Siempre ha tenido la pasión de enseñar. No sé de nadie que se le parezca tanto, en ciertos aspectos, como Irving Babbit -una comparación que no agradaría ni a uno ni a otro. Quizás hayan crecido los dos, un poco, en el mismo ambiente; quizás, si Pound se hubiera quedado en los Estados Unidos, hubiera sido, y lo hubiera podido ser, un profesor de literatura comparada ; la semejanza, entonces, sería más acentuada. Yo tuve a Babbit de profesor: y profesor no quiere sólo decir que él dirigiera mis estudios o que yo asistiera a sus cursos: orientó mis intereses, en un punto culminante de mi vida, de tal modo que aún conservo las huellas.

El mejor amigo de Babbit era Paul More, que llegó a ser también amigo mío, al cabo de cierto tiempo. Después de haber sido alumno de Babbit, era imposible, más tarde, hacerse su amigo, en el verdadero sentido de la palabra. Se le podía conservar la admiración, e incluso un afecto real -el afecto de un ex-alumno-. Pero si se tenían convicciones religiosas, sociales o políticas opuestas a las suyas, no se podía alcanzar otra posición que la de un antiguo alumno.

Era uno de esos hombres comprometidos hasta tal punto con sus propias opiniones, que no podía discutir útilmente con aquellos que no compartieran sus mismas ideas. No sé si Babbit era un buen juez de Jos hombres: yo era demasiado joven para comprenderlo cuando era alumno suyo. Pero sospecho que más bien juzgaba a los demás según sus opiniones, en vez de juzgar a las opiniones según su comprensión de los individuos. Esto diferencia a dos formas de inteligencia.

Pound siempre ha comprendido admirablemente la poesía, mejor que a los hombres, según mi opinión. Aquellos que no le parecían dignos de advenir al ideal intelectual y artístico que él intentaba encontrar o fundar, aquéllos no le interesaban en lo más mínimo. A veces, era indulgente, en demasía, con los que compartían sus opiniones y se dejaba engañar, al considerar sobre todo sus ideas, en vez de juzgarlos por sus personalidades o caracteres.

Escribo todo esto en pasado, porque he querido referirme a un período preciso, entre 1910 y 1922 -y en lo que a mí me concierne, de 1915 a 1922 (en aquel año le presenté los caóticos borradores de The Waste Land, que saltó de sus manos reducida a la mitad, en su forma definitiva. Por un lado, prefiero creer que el manuscrito completo se ha perdido definitivamente, pero por otro, desearía que se hubieran conservado las rayas en lápiz azul, que Pound hizo en el manuscrito, como un testimonio irrefutable de su genio crítico).

Es el período que terminó con Mauberley, Propertius y los esbozos de los primeros Cantares. Es también aquel en que Pound tuvo una influencia decisiva sobre la poesía inglesa y americana, sobre todo en Jos jóvenes poetas que no le conocían y algunos de los cuales no tenían ni siquiera conciencia de la extensión de esta influencia.

No me estoy refiriendo al Imaginismo. No sé si el nombre y los principios de este movimiento nos vienen de Pound o de Hulme, y tampoco me interesa en lo más mínimo. El lmaginismo ha dado algunos buenos poemas -sobre todo los de H. D.-, pero fue absorbido rápidamente por movimientos más vastos, como aquel que animaba Pound.

Pound realizó, después, de Catholic Anthology, The Egoist, The Little Review, una labor que ningún otro hubiera sido capaz de hacer con la ayuda de antologías y revistas de un tiraje tan reducido. (Le debemos, como también a Miss Weaver, la publicación de Portrait of the Artist as a Young Man, de Joyce y Tarr de Lewis).

Pound no se inventaba poetas, pero creaba un clima, donde por primera vez, existía una tendencia modernista en poesía, donde colaboraban poetas ingleses y americanos, se conocían y se influían mutuamente. Me pregunto quién en Inglaterra (sin hablar del resto de Europa), ha leído a los poetas americanos entre Whitman y Robert Frost. Si, en aquel momento, Pound no se hubiera dedicado a esta labor, la poesía y los poetas de Estados Unidos hubieran permanecido aislados durante más tiempo todavía.

No me olvido de Miss Lowell, pero pienso que su actividad se ejercía en un nivel más bajo, y que ella se contentaba con hacer que los americanos aceptasen la poesía americana. Era un asunto demoníaco, y si recuerdo bien sus métodos (porque hace mucho tiempo que no he releído Six Poètes américains) era una persona más entusiasta que crítica.

Si hoy parece natural que los londinenses se interesen por los poetas newyorkinos, y que los newyorkinos lean a los poetas editados en Londres -no sólo a los célebres, sino también a los jóvenes- se lo debemos, en gran parte, a lo que ha hecho Pound durante diez años. No sabría decir lo que pensarán de sus ensayos críticos aquellos que no lo han conocido: personalmente, no puedo desenredarlos de su conversación. Siempre pienso que son los únicos escritos contemporáneos sobre arte poética que podrían ser útiles a un poeta joven.Constituyen un todo, una doctrina, tienen relaciones privilegiadas con la poesía de cierta época, y se dirigen sobre todo, a un poeta.

Se ha dicho que la fama de Pound se deberá más a su crítica que a su poesía. (Se me ha hecho el mismo cumplido). No estoy de acuerdo. Se Ie debe juzgar por el conjunto de sus actividades literarias: su poesía, su crítica, su influencia sobre los hombres y los acontecimientos, en uno de los momentos cruciales de la historia literaria. De todos modos, su crítica tiene sentido porque son las reflexiones de un poeta sobre su arte. Debe ser considerada a la luz de sus propios poemas y a la de los poemas de aquellos hombres que él ha querido dar a conocer. Este tipo de crítica es la defensa de cierta poesía, la afirmación de que la poesía del mañana, para ser valiosa, debe observar ciertos métodos y seguir ciertas direcciones.

El único problema es saber si la crítica ha valorado correctamente la situación. Si es así, su juicio durará, como han durado los de Dryden y los de Wordsworth. Pero, en un futuro, no se la podrá leer sin conocer bien la situación en la que su autor se encontraba. Verdaderamente, no se puede comprender la concepción que Aristóteles tenía de la tragedia sin referirse a las supervivencias de la tragedia ática, basándose en las cuales fundó su doctrina.

Los que lean a Pound se sentirán irritados por sus prejuicios, a no ser que se tomen el trabajo de situar sus ensayos dentro de un contexto -e igualmente a muchos contemporáneos, para los que la «crítica literaria» no es más que las observaciones de un poeta sobre su arte. Estos lectores se encontrarán desorientados, algunos ya se encontraron, por su falta de respeto por aquellos que son habitualmente considerados como «monstruos sagrados», y por la importancia que da a escritores a los que ellos nunca han leído. Pero aquéllos que comprendan la necesidad de una renovación radical de la lengua y de las formas poéticas, en la época de la que hablo, aquéllos que comprendan que Pound entendió bien no sólo la situación, sino que vio el camino a seguir, aquéllos, situarán en su marco sus exageraciones y sus denigraciones, y podrán justificarlas. En conjunto, prefiero los artículos reunidos en los dos volúmenes publicados en Nueva York , a los de su último libro editado en Londres, Make it New. La selección de Nueva York me recuerda la aparición de cada artículo en tal o cual revista, y mantiene una actualidad así, de la cual no se puede apreciar el sabor en una selección de ensayos críticos. En Make it New, el ensayo sobre los simbolistas franceses (que es al mismo tiempo una pequeña antología), no ha resistido tan bien como los otros el paso del tiempo.

Hoy ya no se puede considerar el problema desde el mismo ángulo. Habría que ignorar a algunos de los poetas citados, e incluir a Mallarmé y a las obras más bellas de Valéry. Le parece a uno que está leyendo el relato de un turista en poesía francesa, y no las conclusiones de un hombre que ha estudiado largamente la materia. El ensayo sobre Henry James, ha mantenido su validez, aunque después haya ido más lejos. Ya no se concede a Rémy de Gourmont la importancia que le ha dado Pound. Las observaciones sobre los trovadores, Arnaut Daniel, los isabelinos, los antiguos traductores, son tan valiosas ahora como cuando las escribió. Y hoy, al igual que ayer, un poeta joven debe leer los artículos cortos que abren y cierran el libro, ‘Date line’ y ‘Stray Document’. Lo esencial de la doctrina de Pound cabe en el párrafo siguiente: ‘Teóricamente (la crítica) quiere preceder a la composición, aunque no exista ningún ejemplo, que yo sepa, de que guía tal haya tenido jamás la menor utilidad, salvo para el mismo que escribe.

Quiero decir que el hombre que hace progresar el principio de coordinación, es aquel que lo ha demostrado. Los que utilizan este principio se inspiran habitualmente en esta demostración, y en general se contentan con debilitarla y diluirla. Creo que la demostración precede casi siempre al enunciado, o en todo caso, a la publicación de la teoría -aunque en estos casos extremos tengan la misma relación que los dos pies de un bípedo-.’‘Stray Document’ es un consejo a los poetas. Antes de escribir este artículo, hacía mucho tiempo que no lo había releído. Me he dado cuenta de que yo mismo he dado ciertos consejos -que están en este ensayo- a muchos poetas jóvenes. Por ejemplo: «Que el candidato inunde su espíritu con los más bellos ritmos que pueda descubrir, elegidos, sobre todo, en una lengua extranjera, a fin de que el sentido de las palabras no distraiga su atención de la cadencia: los sortilegios sajones, los cantos populares de los Hébridas, los versos de Dante y los sonetos de Shakespeare -en caso de que pueda disociar la rima del vocabulario-. Que analice fríamente los poemas de Goethe: los valores sonoros, los largos y los breves, los acentos fuertes y los débiles, que los reduzca a consonantes y vocales.»

Hay que añadir a estas líneas que no se puede apreciar plenamente la música de un poema a menos que se conozca perfectamente la lengua en la cual ha sido escrito -y en este nivel reaparece el peligro de dejarse distraer por el sentido de las palabras. Pero, el consejo es útil: yo mismo me sentí profundamente estimulado por Carmina Gadelica, una selección de poesías populares de las Highlands, reunidas por Carmichael. En cuanto a los errores que Pound señala a los debutantes, yo los descubro todos los días en los poemas que me traen.

‘Aceptad la influencia de los grandes artistas, de tantos como podáis, pero tened la decencia de reconocer abiertamente vuestra deuda, o intentad disimularla’. El punto débil de casi todos los poemas que yo debo leer -sin mencionar el gran número de poetas que parecen no saber nada de poesía- está en que sus autores tienen mucha influencia de los grandes poetas, pero han leído demasiado poco, o bien han seleccionado con limitación. Se ve que conocen los poemas cortos de Donne; algunos, los de Gerard Hopkins, y parte de las obras de sus predecesores. Otros parece que han ojeado un libro de Whitman: han observado la disposición de los versos en la página impresa. Y no sé decir quién ha inspirado la mayor parte de los a versos libres (si no es un rumor que el verso haya sido liberado).

No se conoce una buena mitad de la actividad critica de Pound más que por el testimonio de aquellos que tuvieron el privilegio de su conversación o de su correspondencia. En un cierto momento yo le debo, sobre todo, el haber releído Emaux et Camées de Gautier, un libro al que yo no había prestado ninguna atención.

Ya he hablado de su trabajo sobre The Waste Land. Llegó a atacarme por semejante trabajo maiéutico. Sé que una de las tentaciones de las cuales me previno es la de querer reescribir el poema de otro, de la manera que yo lo hubiera hecho, si el tema me hubiera tentado. Pound nunca ha hecho eso: en primer lugar, intentaba comprender las intenciones del poeta, y después, ayudarle a realizarlas. Claro está que lograba que sus opiniones y su punto de vista estuvieran demasiado alejados, o su origen y circunstancia demasiado diferentes, o las dos cosas a la vez. Ya he dicho que la crítica de Pound obtiene gran parte de su valor de su poesía, y que hay en su poesía, si uno tiene a bien buscarlos, muchos ejemplos críticos.

No puedo añadir nada a mi introducción a los Selected Poems de Pound, publicados en 1938, en Londres, sino que hoy tendría más respeto por Whitman, lo que ahora no viene al caso. Aquella introducción no decía ni una sola palabra sobre ‘Propertius‘ un poema que yo admiro mucho. (Sabía las objeciones de los que veían en él sólo una traducción. Desde aquel ángulo, por descontado, que tienen razón.) Tengo mis reservas a propósito de ciertos Cantares, lo que no es óbice para que encuentre menos bella la poesía. Hago a Pound el mismo reproche que un día le formulé, cuando le habla pedido que escribiera para The Criterion un articulo sobre la teoría monetaria de Gesell. Le dije (por lo que yo recuerdo): ‘Te pedí un articulo que hiciera comprender esta materia a cualquier persona que nunca hubiera oído hablar de ella. Sin embargo, la has escrito como si el lector conociese ya esta teoría, pero no la hubiera comprendido en absoluto’. Hay en los Cantares una creciente oscuridad, imperceptible cuando se trata de Segismundo de Malatesta o de las dinastías chinas, pero que aparece desde el momento en que menciona a Martín Van Buren. Los pasajes de este género son perfectamente opacos: se pensaría que su autor está en tal estado de cólera contra el hombre que ignora a una personalidad tan importante como Van Buren, que rehúsa a enseñarle lo que sea.

A mí mismo me irrita la ortografía particular que se encuentra en las cartas de Pound, o los versos que cree haber escrito en dialecto yanqui. Pero, hasta el momento presente, el artesano permanece infalible. Pienso en los Cantares recientes y en los inéditos. Ningún hombre vivo puede escribir como él y me pregunto cuántos escritores tienen la mitad de su talento.

Ya he expresado mi opinión de que los críticos no tienen por qué preocuparse de la ‘grandeza’ de un poeta contemporáneo. Sólo puede emplearse esta palabra cuando dos o tres generaciones han pasado después de la muerte del poeta. Sólo el paso del tiempo puede traer la ‘grandeza’, cuando esta palabra tiene un sentido. Un crítico debe, ante todo buscar la ‘autenticidad’. Pero hay un tercer modo de considerar a un poeta, de juzgarle, cuando su vida está ya casi acabada. Puede uno basarse en sus poemas y también en todas las teorías literarias que ha defendido y puesto en práctica. Dejo la ‘influencia’ de lado, porque siempre es peligroso querer juzgar a un poeta, de acuerdo con su influencia. Se necesitarían dos para que exista una influencia: el hombre que la ejerce y el que la recibe. Este último puede ser un mal escritor, a pesar de las mejores influencias, puede haberse dejado arrastrar en una dirección equivocada, haber hecho una mala elección en lo que podía aportarle el poeta al que consideraba su maestro, o haber nacido en una época desfavorable al arte.

No podemos saber gran cosa sobre esto. Así pues, no hablaré de influencias, sino de lo que Pound representaba en su tiempo. Para esto, es necesario, ante todo, como he sugerido antes, saber más o menos en qué situación se encontraba la poesía, cuando él empezó a escribir. Es algo que se olvida rápidamente, ya que cada generación tiende a aceptar la situación que encuentra, como si ésta no hubiera cambiado nunca.

Creo que la originalidad de Pound reside en su insistencia en repetir que la poesía es un arte, un arte que exige mucho trabajo y asiduidad, y en decir también que este arte debe volverse consciente de sí mismo. Ha sabido ver que un poeta ignorante de la poesía en lenguas extranjeras está tan mal equipado como un pintor o un músico que sólo conozca las obras de su propio país.

Un poeta tiene que ser más consciente de su lengua que los demás hombres, más sensible a la significación y al sabor de las palabras, incluso al hecho de la historia de la lengua y de cada palabra que emplea. Debe también conocer, lo mejor posible, varias lenguas extranjeras, lo que le ayudará, entre otras cosas, a mejor comprender su propio idioma.

Se ha exagerado la erudición de Pound y se la ha subestimado fuera de propósito. Los que le han juzgado eran unos instruidos que no entendían nada de poesía, o bien poetas poco cultivados. Lo que Pound puede, sobre todo, aportar a los poetas (si quieren aceptar lo que les ofrece), en su insistencia en el enorme trabajo consciente que un poeta debe realizar, sus valiosos consejos sobre el tipo de entrenamiento que es necesario seguir -estudio de la forma, del ritmo y vocabulario dentro de las poesías de las diferentes culturas, el estudio de las mejores obras las mejores obras literarias.

Los poetas deberían seguir leyendo la poesía de Pound -y lo harán si la poesía no muere- porque liga nuestra época a la de Browning y a la de Swinburne y también, todo lo que ha escrito sobre poesía. Sólo puedo comparar su devoción al ‘arte poética’, en nuestra época, con la de Valéry, y, en cierto sentido, con la de Yeats. Nombres que dan una idea de la importancia de Pound como cantor del arte poética en estos tiempos donde:

La ‘época reclamaba’ un molde en escayola
hecho sin pérdida de tiempo,
un cine prosaico y, ciertamente, no de alabastro
ni rima cincelada.

--

--