Buenos Aires, 2087 (relato)

Franco Agustín Carbone Costa
4 min readAug 7, 2022

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La ciudad está a oscuras. Es una noche sombría. En el interior del taxi suena una melodía lánguida ejecutada por el saxo de Ben Webster.

— A Ayacucho y Rivadavia

El hombre pone primera sin decir una palabra. Un cartel publicitario a la derecha, otro a la izquierda y adelante los semáforos. El vehículo va despacio, al ritmo de la música. A ella no le molesta. El hombre la mira por el espejo retrovisor. Tiene un vestido azul, piernas largas y zapatos negros. El semáforo rojo lo sorprende y frena con brusquedad.

— Disculpe.

Ella no responde. Al cabo de unos minutos, él escucha el sonido de un papel metálico y mira por el retrovisor: la mujer abre un envoltorio de chocolate.

— ¿Quiere?

— No, gracias.

“Qué buen gesto”, piensa él. El silencio gana el interior del taxi. La avenida está prácticamente vacía. En la vereda un par de personas caminan de la mano. Enfrente un muchacho pasea con su perro. A metros de ellos, un hombre se acuesta sobre unos cartones en la puerta de un banco.

La canción termina y ella pregunta:

— ¿Qué escuchábamos?

— No sé. Lamentablemente, nunca recuerdo los nombres.

— Oh.

Luego de un breve silencio ella agrega:

— ¿Usted tiene un neurodrive?

— ¿Qué es eso?

— ¡Cómo “¿qué es eso?”! Es un disco que conecta a su cerebro para pasar allí los recuerdos que ya no le interesan conservar. Luego de allí puede subir los recuerdos a internet, por supuesto, para no perderlos.

— ¿Y qué gana con ello?

— De este modo usted libera su cabeza. Por ejemplo, puede olvidar cosas tales como que Júpiter es un planeta, si considera que tal información no le sirve para la vida cotidiana, y recordar, por el contrario, el nombre del artista que acabamos de escuchar.

— Parece sacado de una película.

— Tantas cosas parecen sacadas de una película…

Una nueva melodía se impone en el interior del taxi. El semáforo de enfrente cambia a verde. Las luces de la ciudad entran por una ventanilla y salen por la otra.

“Si pudiera manipular la memoria, ¿qué quisiera olvidar?”, piensa él. Sabe muy bien lo que quisiera olvidar. Mientras, ella busca algo en su cartera. “Y si pudiera recordar algo destinado al olvido, ¿qué sería?” Mira por el espejo retrovisor. Ella está pintándose los labios.

— ¿Y realmente con ese coso que usted mencionó…

— El neurodrive.

— Eso. ¿Cree que con eso uno puede manipular los recuerdos?

— Es un hecho. Es la mejor forma de tener una mente productiva.

— Suena tan extraño…

— Es maravilloso. Yo, por ejemplo, entre otras cosas, quité de mi cabeza cualquier recuerdo de las tablas de multiplicar. No podría decirle cuánto es nueve por siete sin sumar siete veces nueve. En cambio, me acuerdo a la perfección los diálogos, línea por línea, de las obras más importantes de Chéjov.

— ¿Y eso le sirve?

— Soy actriz.

— Entiendo.

Comienza a llover. Las gotas de agua se hacen trizas en el parabrisas. Ella cierra la ventanilla. Él pregunta:

— ¿Y cuál es su línea favorita de todas esas obras?

— ¿Mi línea favorita?

— Apuesto que no lo sabe — insistió él con una sonrisa.

— ¿Qué quiere decir?

— Pienso que, si metió esa información a la fuerza en su cabeza, es probable que no tenga una línea de diálogo favorita.

La mujer titubea. Abre la boca, pero no dice nada. El hombre gira el volante hacia la izquierda. Están a diez cuadras del destino.

— Usted no entiende el espíritu del neurodrive — sentencia ella. “Usted no entiende el espíritu de la memoria”, piensa él.

Mientras, la radio:

“Así pasaba When your lover has gone, de Ben Webster. Son las 02:15 Hs. de la madrugada en todo el país. La temperatura en la ciudad de Buenos Aires es de 2°C y la humedad del 70%”.

— Nunca entendí por qué la radio nos dice el porcentaje de humedad. No sirve para nada.

— Quizás por eso lo olvidamos.

— Tal vez, no sé.

— Me puede dejar en la próxima esquina.

El semáforo de Av. Rivadavia está en rojo. Ambos saben que quedan pocos minutos de viaje, quizás, segundos. La ciudad es grande. Es probable que el azar no los vuelva a juntar.

— ¿Así que es actriz? ¿La puedo ver en alguna obra?

— Ya no soy actriz. Me olvidé quién soy.

El hombre frunce el entrecejo. Con la mirada perdida del otro lado de la ventana, ella continúa:

— Qué importa quién soy. No soy nadie y no estoy en ningún lugar. Al bajar del taxi desapareceré en la bruma de Buenos Aires. ¿Y usted? Usted seguirá dando vueltas por la ciudad, porque de eso se trata. Cada uno en su rol, en su papel, hasta que un día se termine la función. Entonces, nuestros familiares nos meterán en un neurodrive, para luego ver nuestras vidas en una pantalla, como si fuera una película muda. Usted manejará este taxi durante toda la eternidad y yo me bajaré y me perderé en las calles de la ciudad una y otra vez hasta el infinito.

El hombre no responde nada. El semáforo cambia a verde. El taxista frena en la siguiente esquina. La mujer paga el monto que marca el taxímetro y se baja:

— Buenas noches — dice.

— Buenas noches —responde él.

La figura azul se aleja por el espejo retrovisor y se pierde entre el humo y la bruma de Buenos Aires. El taxista la sigue con la mirada hasta que desaparece.

“Ben Webster”, piensa ya con la vista al frente. Pone primera y avanza. Dos cuadras después, repite, ahora en voz alta, como si quisiera grabarlo en su cabeza:

— Ben Webster.

Franco A. Carbone Costa. 2019

Para citar este artículo:

Carbone Costa, F. A. (07 de agosto de 2022) “Buenos Aires, año 2087". Aunque sea un homo sapiens. Disponible en: https://medium.com/@facarbonecosta/buenos-aires-2087-relato-9114c3c8691

Photo by Gustavo Sánchez on Unsplash

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Franco Agustín Carbone Costa

Soy profesor de Lengua y Literatura, escribo reseñas y ensayos literarios y doy cursos a distancia de literatura, lingüística y composición literaria.