Tocar fondo
Llegué a Punta Arenas haciendo lo que mejor sé hacer: arrancar. Arranqué de un trabajo y una vida monótona en Santiago a tiempo. Justo cuando veía cómo compañeros y amigos de mi edad colapsaban sufriendo crisis de pánico y siendo víctimas del estrés propio de la vida en la capital. No los culpo. Como muchos otros, ellos también sentían esa absurda necesidad de seguir el camino del éxito.
Estoy parado a orillas del Estrecho de Magallanes; hoy he vuelto a arrancar. Me escapé del diario donde llevo cuatro días trabajando y me vine a este lugar de la capital más austral de Chile. El viento magallánico ayuda a secar mis lágrimas y al mismo tiempo refresca mi cara. Recién mi vieja me escribió para contarme que la Tábata, nuestra perra de hace catorce años, falleció en nuestra casa en San Fernando. Elegí el Estrecho a propósito, porque acá realmente siento que estoy en el fin del mundo. Más allá viene Cabo de Hornos y luego la Antártica, después nada. Para mí es como llegar a un punto límite, tocar fondo. Desde ahora nada puede resultar peor.
Hoy también renuncié a mi nuevo trabajo y acumulo así tres renuncias en los últimos cuatro meses. Necesito un verdadero cambio, volver a empezar. Y qué mejor que hacerlo desde este punto. Pienso en una canción de Fito Páez: “Es genial por fin haber tocado fondo porque ya no se puede bajar mucho más”.