Fernando Chacón
6 min readMar 28, 2024

Ritmos de Sinaloa: Entre el Ruido y la Identidad

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Por: Fernando Chacón Corral.

En las costas bañadas por el sol de Sinaloa, un bullicio peculiar llena el aire: trompetas que desafían el viento, tambores que marcan el compás y el vibrante sonido de la música de banda sinaloense. Esta expresión cultural, arraigada en las corrientes migratorias europeas del siglo XIX, ha evolucionado hasta convertirse en un símbolo inconfundible de la región.

Las bandas sinaloenses, con sus melodías festivas y sus letras cargadas de amor y desamor, han conquistado los corazones de los sinaloenses. Pero en medio de esta celebración sonora, surge un debate que trasciende las fronteras de Sinaloa: ¿es la música de banda un patrimonio cultural que merece reconocimiento y protección?

Entre las quejas de los visitantes estadounidenses, —que se sienten perturbados por el “ruido” de las bandas sinaloenses en las playas de Mazatlán– , han desatado una controversia que ha llegado a oídos de los empresarios locales. Estos últimos, preocupados por el impacto en la industria turística, han levantado la voz en contra de la música de banda.

Pero, ¿qué hay detrás de este conflicto entre el “ruido” y la cultura? En medio de las cornetas y tambores, se plantea una cuestión fundamental: ¿quién tiene el derecho de decidir qué es cultura y qué es simplemente “ruido”?

Desde una perspectiva histórica, las bandas sinaloenses han sido testigos de la historia de Sinaloa. Surgieron en un contexto de migraciones europeas hacia la región en el siglo XIX, trayendo consigo sus tradiciones musicales. Según los archivos históricos, principalmente fueron inmigrantes alemanes, austriacos y polacos quienes llegaron a Sinaloa en esa época.

Estos grupos étnicos trajeron consigo sus instrumentos musicales y estilos, como la tuba, clarinete y trompeta, que se mezclaron con la música mexicana preexistente para dar origen a la banda sinaloense (González, 2010). Este mestizaje musical, caracterizado por la fusión de ritmos europeos y mexicanos, dio lugar a un nuevo género que reflejaba la identidad y la historia de la región. La tuba alemana se convirtió en uno de los instrumentos emblemáticos de la banda sinaloense, aportando su característico sonido grave y poderoso (Sánchez, 2008).

En las actuales manifestaciones de las bandas sinaloenses en las calles de Mazatlán, frente a los hoteles que ahora son testigos de su protesta musical, se puede ver un acto de resistencia cultural. Estas bandas, con sus trompetas y tambores, no solo están tocando música, están haciendo una declaración enérgica y alegre de su identidad y herencia cultural. Es como si cada nota fuera un grito de “aquí estamos, esta es nuestra música, nuestra historia, nuestra alegría”.

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Mientras tanto, desde la óptica de los turistas extranjeros y algunos empresarios hoteleros, las bandas sinaloenses pueden ser percibidas como un “ruido” molesto que interrumpe la tranquilidad de sus vacaciones. Es una visión que, desde una categoría epistemológica o moral distinta, puede parecer colonizadora, imponiendo una idea de lo que es “aceptable” en términos de música y cultura.

En este contexto, la crítica de Jean-Paul Sartre sobre la institucionalización de la cultura cobra relevancia. Sartre argumentaba que la cultura institucionalizada, aquella que es impuesta desde arriba y se convierte en normativa, tiende a ser una herramienta de opresión y uniformidad.

En el caso de las bandas sinaloenses, la idea de querer regular o incluso prohibir su música se alinea con la crítica de Sartre. Se estaría imponiendo una visión cultural dominante sobre una expresión auténtica y arraigada en la historia y la identidad de Sinaloa (Sartre, 1948).

Llevar la propuesta de reconocimiento de la banda sinaloense como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad ante la UNESCO es un proceso que involucra diversos pasos jurídicos y políticos por parte del Estado mexicano. Este proceso se puede resumir en las siguientes etapas: Para llevar ante la UNESCO la solicitud de reconocimiento, el Estado mexicano debe realizar una exhaustiva investigación y documentación sobre la historia, significado y relevancia cultural de la banda sinaloense, respaldando oficialmente la propuesta a través de sus autoridades pertinentes.

Esta propuesta detallada, que debe cumplir con los requisitos y directrices establecidos por la UNESCO, será presentada ante el Comité Intergubernamental de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. Este comité evaluará la propuesta y tomará una decisión sobre su inclusión en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

En caso de ser aceptada, el Estado mexicano se comprometerá a implementar medidas para salvaguardar y promover la banda sinaloense como parte de su patrimonio cultural, lo que puede incluir programas educativos, actividades de difusión, protección legal y otras acciones para asegurar su preservación y continuidad.

El debate sobre el reconocimiento de las bandas sinaloenses como un bien inmaterial de la humanidad nos lleva a cuestionar nuestras propias percepciones de la cultura y el ruido. ¿Es la música de banda una forma de resistencia cultural, una expresión del subconsciente colectivo? ¿Acaso la música de banda, como los corridos tumbados; son el nuevo punk que cuestiona las prescripciones de la moral en turno como diría el poeta Jaime Sabines?

En medio de las manifestaciones y el clamor de las cornetas, se plantea la necesidad de un diálogo sereno y respetuoso. La música de banda sinaloense es más que simplemente “ruido”; es el eco de una historia, la voz de un pueblo que celebra su identidad con cada trompetazo y redoble de tambor.

Así, en las costas de Sinaloa, la música de banda sinaloense sigue sonando, desafiando las críticas y manteniendo viva una tradición que es parte integral de la cultura regional.

En medio de este contexto de fiesta y alegría, uno no puede evitar pensar que tal vez los turistas norteamericanos deberían reconsiderar sus planes. En lugar de buscar música clásica en las playas de Mazatlán, podrían considerar tomar un vuelo directo a Viena, Austria, la cuna de la música clásica.

Allí podrían deleitarse con las sinfonías de Mozart o las óperas de Strauss en un ambiente más acorde con sus preferencias. Mazatlán, por otro lado, es sinónimo de algarabía, de fiesta, de cerveza fría y agua chile, de risas entre amigos al ritmo contagioso de la bandona sinaloense.

Por ultimo, si bien es cierto que no soy de Sinaloa, comparto con ellos la identidad norteña. Si una banda marcó mi infancia y adolescencia, durante las reuniones familiares y fiestas que se acostumbran en mi natal, Ciudad Juárez, es la Banda El Recodo de Don Chuy Lizárraga. Quién no puede olvidar esas canciones como “Te Presumo”, “Dime Que Me Quieres”, y “La Mejor de Todas”, que siempre ponían a todos a bailar y cantar con alegría. Como dicen en una de sus letras: “Que siga la fiesta, que nunca se acabe, que siga la música y que sigan los bailes”, porque esa es la esencia de las fiestas con música de banda, donde la alegría y la identidad se celebran con cada nota y cada trompetazo.

Les dejo una de mis predilectas en el género:

https://open.spotify.com/track/21Pr1VcMqYrK2VOIWqzkNk?si=RHmnM5beQ368Ab2diD09qA&context=spotify%3Aplaylist%3A37i9dQZF1DZ06evO3T96Sc

¡Un saludito a toda la plebada échele mi compa!

Bibliografía

González, A. (2010). “La música de banda sinaloense: una historia de mestizaje y tradición”.

Revista de Antropología, 25(2), 45–63.Sánchez, J. M. (2008).

El papel de la tuba en la música de banda sinaloense”. Estudios Musicales, 12(3), 87–102.

Sartre, J. P. (1948). “Crítica de la razón dialéctica”. Editorial Losada .