COVID-19. La forma del vacío (1 de 2)
Enfermedades democráticas y el triunfo de las apariencias
I. Primero fue epidemia, es decir «por fuera», por la «parte exterior», «periférica», epi-dérmica: eso les sucedía a los otros, a los de más allá. A los chinos. ¡Bah! Metecos, extranjeros. Nada de qué preocuparse. Luego se transformó en pandemia: «pan», totalidad, «demos», la ciudadanía. Una carga de profundidad contra el pueblo. Una bomba democrática. Y comenzamos a preocuparnos los de aquí, los del demos. Las enfermedades democráticas no son solo físicas; también son morales y políticas, aunque, como dice Han, su origen no lo sea. Pues el pueblo es la humanidad. Por eso es tan importante que la salida de la crisis no nos suma en un nuevo contagio, el del totalitarismo y el control.
II. Al principio nos asomábamos a la calle. Todo «parecía» seguir igual. Los edificios, el mobiliario urbano, las «cosas»… Pero, a poco que reparábamos, se percibía una ausencia: la ausencia de lo «natural», como si lo artificial se hubiera impuesto por doquier y lo hubiera desplazado. Sin embargo, la frontera entre lo natural y lo artificial ha sido rescindida hace tiempo.
III. Sumidos en la infoxicación/antiinfoxicación, a más sabemos, menos sabemos, puesto que — Sócrates y Descartes redivivos — , descubrimos lo ingente de lo que nos queda por saber: obsesionados por las «cifras», todos los medios han generado su espacio de datos, gráficas, infografías animadas, correlaciones… Analíticas. Cuantofrenia. Los medios se han lanzado a competir en ver cuál de ellos construye las representaciones más impactantes y reveladores. Aprendemos — a la fuerza ahorcan — la diferencia entre lineal y logarítmico, absoluto y relativo, tasa e índice. Todo ello, sin embargo, solo es la punta del iceberg. Por debajo, no sabemos nada: no sabemos contar contagios, hay que rehacer las series, los números se descuadran, los supercontagiadores acechan, los niños son peligrosos ahora, protégete de los que hablan en voz demasiado alta… Ello trastoca el valor de todas las cifras. No sabemos. Saltos de mata. Essay-error.
IV. La pandemia se expresa como «hiperulencia», esto es, en la forma de la superabundancia de la naturaleza.
V. La primera gran crisis televisada fue la «guerra» de Irak. Pero la abundancia de la naturaleza no se percibe ante la televisión, puesto que no tiene la forma de la catástrofe atómica, ecológica, la forma de la muerte en tiempo real, sino la forma de lo incomprensible, del vacío de sentido. Alguien entra en un hospital, entubado. A partir de ahí se le pierde el rastro. No sabemos el desenlace. Al día siguiente, los «números» de las autoridades quizás contabilicen, quizás no, al sujeto que vimos entrar entubado. No sabemos. Imaginamos. La imaginación eleva al extremo el aspecto catastrófico de toda catástrofe. Vacío de sentido, sí. Justamente, para lo que esta sociedad en sí misma hiperulenta, que vive del contacto permanente, excesivo, no estaba preparada. Justo para lo único que no había desarrollado inmunidad ni defensa probiótica: el virus revela nuestra debilidad ante la soledad.
VI. Todo virus es una muesca en el bagaje biológico de la humanidad, pero también en el cultural. Los virus no se van jamás, lo que sucede en el demos se queda en el demos.
VII. Se especula sobre el origen del virus. Qué más da que fuera una transferencia animal o un producto de laboratorio. Eso es un simple desvío de la atención; la cuestión es la guerra epistemológica desatada: en ella no solo intervienen médicos y personal sanitario, también lo hacen matemáticos, expertos en epidemiología estadística, bioingenieros, geógrafos, diseñadores de front-end de aplicaciones, programadores informáticos, científicos de datos… La «defensa», se apunta, procederá del «ataque» multidisciplinar. ¿Significa eso que, en realidad, si solo hay una naturaleza, solo debería haber un saber? Quizás Google lo «sepa».
VIII. Como fuere, lo cierto es que no sabemos exactamente «lo que pasa». No sabemos qué variables medir, qué instrumentos usar, no sabemos sobre las mutaciones ni su agresividad; no sabemos si los casos «observados» permiten extraer conclusiones sólidas sobre la prevalencia; las curvas miden datos inconsistentes, puesto que los protocolos de medida han sido variados repetidamente; no sabemos si afecta a todas las razas por igual. La ignorancia es suplida con superstición, alimentada por líderes de opinión tarados; aparecen consejos, pócimas, charlatanes contra el virus y algunas personas mueren, no víctimas del patógeno, sino de su irreal y preventiva protección ante un ataque que no se había producido sobre sí mismos.
IX. Todo «parece ser», esto es lo fascinante. De súbito, la humanidad ha entrado en la era de las apariencias. La evidente distancia entre esta «simulación de realidad» y una presunta, digamos, realidad «real», nos da que pensar. Quizás no exista un referente detrás de las apariencias. ¿El mundo de Nietzsche o Baudrillard realizado?
X. El virus es el macrofestival del espejo que no refleja realidad alguna.
[Continua en COVID-19. La forma del vacío (2 de 2)]