COVID-19. La forma del vacío (2 de 2)

Francesc Llorens
5 min readJul 9, 2020

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[Viene de COVID-19. La forma del vacío (1 de 2)]

Lo biológico y lo digital

XI. El virus nos ha sumido en una extraña e inquietante irrealidad, en un vacío de existencia y de «existencias». Hemos vivido hacia el interior, en el secreto de las paredes. Por eso, las salidas a los balcones servían al principio para testimoniar que el mundo continuaba-estando-ahí, en un heideggeriano y aguijoneante gerundio revuelto sobre sí mismo. Al principio — tal era la magnitud de la irrealidad — requeríamos esa confirmación para no sentir que nos habíamos quedado solos en la intimidad doméstica, solos frente a nuestras pantallas y dispositivos electrónicos. Pero no solo se trataba de “ver”. Como si los sentidos fuertes se reforzaran aún más uno al otro, también necesitábamos “escuchar”, poner la oreja y destapar los ruidos, algarabías, gemidos, golpes de los ocultos en el piso de arriba o en el de al lado. Debíamos pensar que seguíamos siendo la sociedad esa en la que somos mejores que los del balcón de enfrente.

Luego, todo cambió: el balcón es también control panóptico. El policía de balcón vigila — y en el pecado está la penitencia, pues es a su vez vigilado, ya que su balcón equidista del de aquel al que vigila — . ¡Somos tan infantiles! El «ser-defectuoso» habita siempre en el balcón de enfrente. Es el que no aplaude o el que repite machacona e insidiosamente la misma canción. El que cuelga banderas. ¿Por qué necesitamos ser vigilados? ¿Porque somos desobedientes? A esto es, tal vez, a lo que Han se refería cuando afirmaba que el oriental es obediente: no necesita ser vigilado, el chino se vigila solo.

XII. Si nos fijamos en casos pasados, si practicamos el pensamiento analógico y analizamos lo que sucede con el medio ambiente o tomamos como referencia la termodinámica, observaremos que la construcción de «inmunorefugios» disminuye la entropía y aumenta la seguridad; pero ninguna disminución de la entropía en un lugar se produce sin el equivalente aumento de la entropía en otro. La suma de ambas debe ser mayor que 1. La economía era la ciencia lúgubre. La ecología y la biología se apuntan a la lista.

XIII. Norberto Bobbio habló de un poder autocrático opuesto a la democracia de la transparencia o «democracia ideal». Lo denominó el poder invisible. Con el virus sucede lo mismo. Siendo en sí mismo democrático, «idealmente democrático», lo cierto es que no se expresa como transparencia, sino como invisibilidad. De ahí su capacidad de infección de cualquier nodo de la red pandémica: la paciente 31 de Corea del Sur infectó a 1000 personas. Una capacidad destructiva potencialmente mayor que cualquier arma convencional.

XIV. El distanciamiento social es el salvoconducto, la inmunidad, la respuesta impuesta por la naturaleza a miles de años de sociedad de hipercontactos. La superpoblación, el mundo bullicioso, la urbanización de la vida…. «Hiperulencia». Mientras, en el mundo digital, los virus también se aprovechan de la conexión reticular entre los individuos-nodo de las redes sociales y se replican en ellos.

XV. Pues el virus digital funciona de la misma manera; de hecho, su noción es construida a imagen y semejanza de su homónima biológica: dejas por olvido tu pendrive en un ordenador del trabajo y contagias a quienes lo usan después. Ello supondrá un crash informativo; en cierto modo, una catástrofe. Tus archivos, tu esfuerzo, tu vida, esa información confidencial, ese informe clave que te catapultará al ascenso… borrados de un plumazo, convertidos en caracteres ilegibles en cuya composición percibes una mueca de burla hacia ti. ¡Imbécil! Mueres por momentos. Vas corriendo a aprovisionarte de un antivirus, el analgésico tecnológico. Apenas instalarlo ya te sientes mejor. Anímicamente. Fisiológicamente. Tu cabeza te sabe protegido y libera las hormonas de la ataraxia. El virus, biológico o digital, requiere, atrae, llama, por su propia naturaleza, a la noción de «vigilancia». Y nos dejamos robar la privacidad por el bien común.

XVI. El virus es lo deslocalizado. Lo deslocalizado, paradójicamente, no es lo «localizado en otra parte», lejos, por ejemplo, del origen — que es el significado real del término en el capitalismo — , sino lo que adviene, ahora aquí, ahora allí, indiscriminadamente, impredeciblemente. Las catástrofes recurrentes que en pocos días generan decenas de miles de muertos y arrasan territorios: tsunami asiático (2004), 228.000 muertos, incendios en Australia (2019), ¡1000 millones! de animales muertos, huracán Katrina (Nueva Orleans, 2005), 80% de la población desplazada, son tragedias vistas como «otras», distantes, como la lectura distante: son números extraordinarios, pero números que, desde las antípodas, apenas nos hacen arquear las cejas un instante. Ahora, en el interior protegido de nuestras viviendas sentimos que, aunque los números, expresados en gráficos, vistos en televisión o en los medios digitales, parecían inicialmente distantes, la distancia se ha reducido y tememos que se reduzca a cero, esto es, tememos ser tocados por el número cero.

XVII. La «numerización» de la vida (los franceses llaman numérique a lo digital) nos hace atender de otro modo a los acontecimientos. Un número, al menos un número racional — aquel que puede manejarse y comprenderse de modo finito — es una magnitud discreta. El número irracional, sin embargo, carece de «razón» (de fracción), es decir, al ser dividido nos retorna otro número interminable, continuo e irrepetible, analógico. Pero, paradójicamente, el número irracional es el que nos devuelve a la realidad de los acontecimientos. Conocemos con precisión el «salto» de un número a otro y eso nos permite el cálculo y la representación, lo que, a su vez, faculta la predicción. Lo digital ha alterado nuestra percepción del mundo. Por influencia, por impregnación de lo digital, percibimos la realidad, un continuuum analógico, en la forma de «saltos discretos». Por eso nos negamos a comprender al virus como una manifestación de la irracionalidad humana. Pues si lo hiciéramos así nos veríamos abocados a delatar la compulsión del sistema capitalista hacia la destrucción ecológica — ¿no es ello, en realidad, equivalente a la «autodestrucción»? — , pero eso no conviene en el universo de las decisiones. Necesitamos reducir las manifestaciones del virus a vectores (se habla de «vectores» de transmisión: en biología se denomina vector a la persona contagiante), a magnitudes y representaciones gráficas. Necesitamos verlo en acción y ver la acción humana sobre él en forma de variaciones matemáticas de una curva logarítmica simple, ya que la escala real, la dimensión biológica del contagio, desbordaría nuestra facultad intelectual, al modo en que Kant decía que sucedía con los fenómenos sublimes de la naturaleza.

XVIII. La irracionalidad del virus es la respuesta a la hiperracionalización de los procesos de explotación, esquilme, vaciado, de las formas de vida naturales. Del abuso y del exceso sobre la naturaleza, de la falta de respeto a su lógica, de su previa infección, e infestación, con el virus de lo humano. Desde el punto de vista de la naturaleza, nosotros somos el virus y ella, simplemente, se defiende.

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