Un otoño extraño
「秋の夕 べ枯葉ざわめく 空虚なうわさ」
Ha comenzado el frío. De manera extraña —por decir lo menos — , pero ya comenzó. Tal vez sus pasos son indecisos y pequeños como los de un bebé, pero le roban unas décimas de grado cada noche al termómetro. Todos creímos que una vez terminadas las lluvias, el otoño permanecería fresco y fértil en parques y jardines, pero no fue así. La temperatura remontó del mismo modo que lo hizo en primavera y, al igual que entonces, no se detuvo ahí. Sin darnos cuenta, alcanzó de pronto los mismos niveles del verano y siguió en aumento, reconcentrándose en lo más alto del día. Las mañanas eran tibias y las noches, benévolas; sin embargo, durante el cenit era imposible dar un paseo por el bosque. Muchas plantas que florecían en octubre se agostaron y tampoco hubo la humedad suficiente en el ambiente para contemplar el brillo proverbial de la luna estos días. Se trató pues, de un otoño extraño.
Ahora, la salida del sol sigue su carrera hacia el sur y nos da un respiro en lo abrasador de su recorrido por el cielo. Las noches cada vez son más largas y algo de niebla proveniente del mar alivia lo tórrido de su puesta. Los gansos salvajes y otras aves han iniciado su migración —bastante tardía, es cierto— y puede contemplarse un tímido cambio de color en aquellas hojas que no se quemaron del todo. Los niños regresan poco a poco a las calles y nos preguntan, no sin un dejo de preocupación en sus voces, por qué las hojas apiladas en la zona de juegos son tan pocas y quebradizas.
Tarde otoñal—
la hojarasca se agita
con rumor hueco.