Kisling, Paquerette y Picasso en el ‘Café de La Rotonde’. Montparnasse, París, 1916. / Autor: desconocido

8 claves sobre el París de Picasso, Le Corbusier y Breton (1918–45)

Recordamos la conferencia de Luis Fernández-Galiano en la Fundación Juan March de la serie en la que analiza la historia cultural del siglo XX tomando como eje las cuatro ciudades más representativas: Viena, París, Nueva York y Los Ángeles.

11 min readJun 19, 2020

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A lo largo de la historia, París ha sido un símbolo de las artes. La Belle Époque y la reforma haussmaniana se ven interrumpidas por la Gran Guerra, que no impide que la capital siga siendo la élite de la alta cultura en Occidente, y que da paso a años de explosión creativa (“París era una fiesta”, como escribiría Hemingway). Tres acontecimientos conducen al París de entreguerras: el deseado retorno al orden tras la Primera Guerra Mundial, los convulsos años treinta y su incipiente movimiento surrealista, y la ocupación de la capital francesa por el gobierno nacionalsocialista alemán. Con Fernández-Galiano recorremos los hechos históricos de la ciudad de la mano de sus artistas: el cubismo con Picasso y Braque, el retorno al orden con Cocteau y Le Corbusier, los Ballets Rusos con Diaghilev y Eric Satie y el París de Vichy con la literatura existencialista de Sartre y De Beauvoir.

1. Picasso en la capital

En 1900, coincidiendo con la Exposición Universal de París, Pablo Picasso llega a la capital francesa y comienza a representar lo que le resulta insólito de la ciudad. Como refleja en Le Moulin de la Galette (1900), conoce un mundo nuevo, festivo y bohemio, alejado de los estándares burgueses en los que él había vivido su infancia y juventud.

En estos primeros compases de siglo, Picasso ya ha pasado por la etapa azul –imbuida por el impacto emocional que supuso la muerte de su amigo Carles Casagemas– y continúa con su etapa rosa. Entonces se da cuenta de que “en París solo hay alguien con la misma ambición y con la misma voluntad de transformar el universo artístico”. Como explica Luis Fernández-Galiano: “Durante las siguientes décadas, se mirará en el espejo de Matisse e intentará discutir su supremacía intelectual y artística”.

Gertrude Stein por Pablo Picasso, 1906 / Colección: © 1999 Estate of Pablo Picasso/Artists Rights Society (ARS), New York

2. La familia Stein

Leo Stein –uno de los cinco hermanos de una antaño acomodada familia de San Francisco– compra La mujer con sombrero de Henri Matisse (1905). Pese a haber perdido parte de su fortuna, él y sus hermanos Michael y Gertrude todavía pueden permitirse ser patrocinadores de las artes y grandes coleccionistas en París. Dejándose llevar por la pugna artística entre Matisse y Picasso, los Stein dudan entre ambos artistas y, aunque adquieren obra de los dos, Gertrude se decantará desde un primer momento por Picasso.

Es el principio de una relación de amistad que unirá a la coleccionista y al pintor durante toda la vida. En 1906, Picasso realiza el famoso Retrato de Gertrude Stein, tras hacer posar a la modelo más de noventa veces: “No me parezco en nada”, exclama Gertrude al ver el cuadro. “Ya se parecerá usted con el tiempo”, contesta él.

Picasso empieza a alumbrar una nueva manera de pintar y, sobre todo, establece una relación muy estrecha con el mundo de los Stein: asiste a las sesiones de los sábados junto a muchos otros pintores, literatos y músicos, en lo que se constituye como un foco de cultura y de conocimiento en el París de entonces. Los Stein presentan a Matisse y Picasso y serán sus principales coleccionistas y defensores en los medios intelectuales y artísticos de Francia.

El Bateau-Lavoir, circa 1910 / Archivo: Christie’s. Foto: autor desconocido.

3. De Avignon a Bateau-Lavoir

En 1907, Pablo Picasso pinta una de sus pinturas más famosas: Les demoiselles d’Avignon. De gran formato, extraña y reveladora de la fascinación de Picasso por la relación entre el sexo y la muerte, en ese momento no es comprendida ni siquiera por su marchante, Kahnweiler. La pieza quedará cubierta con una sábana en el estudio de Picasso, sin ser conocida ni ejercer apenas influencia durante diez años, hasta ser expuesta en 1917. No será hasta 1938 cuando, motivado por sus aspiraciones de crear el canon del arte contemporáneo, Alfred H. Barr –fundador y primer director del MoMa de Nueva York– convierta esta obra en un icono.

Mientras, el prodigioso pintor vive con su pareja de entonces, Fernande Olivier, y trabaja a diario con Georges Braque en su estudio compartido del Bateau-Lavoir (Montmartre) desarrollando una nueva forma de pintar y conociendo las posibilidades del “nuevo mundo” con el que están experimentando: el cubismo. Después del cubismo analítico, que se ha convertido en la moda de París, llega el cubismo sintético. Picasso pasa tiempo con sus amigos Guillaume Apollinaire y Max Jacob, ambos poetas surrealistas, y, en un intercambio entre literatura y arte, se convierten en sus protectores y pilares intelectuales de su mundo.

Pablo Picasso (con una boina) y pintores de escena sentados en el desfile de ballet de Léonide Massine, puesto en escena por los Ballets Rusos de Sergei Diaghilev, 1917 /Archivo: V&A. Foto: Harry B. Lachmann

4. Los Ballets Rusos

En ese mundo bohemio que rodea al Bateau-Lavoir aparece algo inesperado: los Ballets Rusos. Desde 1909 hasta su muerte, Serguei Diaghilev convocará a lo mejor del mundo intelectual y artístico de su época. Ya en el primer ballet, el productor invita a Picasso a colaborar en la escenografía, y es en ese contexto, rodeado de los mejores escritores, artistas y bailarines, donde conocerá a su futura mujer, Olga Khokhlova.

Los ballets rusos de Diaghilev serán el escenario de las vanguardias, del caos, del Parade de Erik Satie, El sombrero de tres picos de Falla, o La consagración de la primavera de Stravinsky. También de los poemas de Jean Cocteau y de la pintura del “artista maldito” Modigliani. Poco a poco, el clima va cambiando y, tras la Gran Guerra, muchos piensan que el asunto de las vanguardias ha terminado. Es entonces cuando cobra fuerza una voluntad de volver al orden y, el primero en subirse al carro es Le Corbusier.

El arquitecto Le Corbusier en Chandigarh, India, 1955 / Archivo: Colección International Institute of Social History, Amsterdam. Foto: Wim Dussel.

5. El retorno al orden

En medio de este “retorno al orden” llega a París Charles-Édouard Jeanneret, más conocido como Le Corbusier. Como apunta Fernández-Galiano, “quiere llegar a ser alguien importante en el mundo, y para eso hay que irse a París”. En la capital, Jeanneret conoce a buena parte del mundo parisino integrado en las élites intelectuales, y al que será su compañero de trabajo durante años: Amédée Ozenfant. Juntos, ponen en marcha revistas, escriben, pintan y deciden crear un movimiento propio, al que llaman purismo, cuyas formas se basan en el objeto tipo –esos objetos que están tan perfectamente diseñados que no pueden mejorarse–. Su pretensión es que sea la continuación del movimiento inmediatamente anterior de Picasso y Braque, y así lo manifiestan en su ensayo de 1918, Après le cubisme [Después del cubismo], aunque nunca llegarán a tener tanto éxito como ellos.

Los revistas de arte y de arquitectura están a la orden del día, generando una fertilización cruzada entre ambas disciplinas que hace que avancen a la vez. Jeanneret y Ozenfant escriben en L’Esprit Nouveau , Jean Badovici en L’Architecture Vivante, Christian Zevros en los Cahiers d’Art… En 1923, Jeanneret recoge todos los artículos que había firmado junto con Ozenfant y los publica en exclusiva bajo su nombre en “Vers une Architecture”, probablemente uno de los libros más influyente de la arquitectura del siglo XX. Lógicamente, la amistad de ambos arquitectos acaba aquí.

Bajo esa premisa de la vuelta al orden, Jeanneret promueve un regreso al clasicismo. Comienza a trabajar bajo el nombre de Le Corbusier y sentencia que “todo deben ser cilindros, pirámides, cubos, prismas y esferas. Hay que reducir la arquitectura a formas elementales. Esta es la lección de Roma, esta es la forma de retornar al orden en la arquitectura”.

Ville Savoye / Autor: Julien Chatelain

6. De la exposición de 1925 a la Ville Savoye

La exposición de las artes decorativas de 1925 marcó un antes y un después en la arquitectura del siglo XX. Solamente dos pabellones han pasado a la historia: el pabellón ruso de Melnikov y el pabellón de L’Esprit Nouveau de Le Corbusier, cuyos interiores expresaban la modernidad tensa y limpia que el arquitecto defendía.

En la primera etapa de los años veinte, la mayoría de la clientela de Le Corbusier –al que habían llamado “el Picasso de la arquitectura” en alguna ocasión– eran americanos residentes en París. La Maison Cook, la Villa Stein (que, como deja ver su nombre, había sido construida para el pequeño de los Stein) y la Ville Church, cuyo mobiliario había diseñado junto con la arquitecta Charlotte Perriand, se convirtieron en iconos de la nueva modernidad.

La última obra de Le Corbusier cristaliza en su tan ansiado clasicismo. “La Ville Savoye, con sus formas depuradas, refleja cómo la arquitectura moderna podía ser tan clásica como un templo griego”, explica Fernández-Galiano. Y continúa: “Este Le Corbusier racionalista tiene una relación poco amistosa con el mundo del surrealismo que está empezando a burbujear. Y, sin embargo, el surrealismo penetra y lo ocupará todo a partir de entonces; reflejando, no solamente las lecciones del Freud vienés, sino también la convulsión de los tiempos”.

André Breton. Primer manifiesto del surrealismo, 1924. / Autor: desconocido

7. Freud y los postulados del surrealismo

Los años treinta se presentan convulsos y azarosos, y esto tiene su natural reflejo en el mundo de las artes con el surrealismo. Un movimiento que “tiene por Papa a André Breton, que excomulga periódicamente a los que no siguen sus directrices”, cuenta Fernández-Galiano. El Manifieste du surréalisme [Manifiesto del surrealismo] (1924) de Breton “se convierte en el palo del pajar donde se enredan todos los que sienten que ese mundo de retorno al orden, del Picasso de Olga, está caduco”.

Max Ernst, Paul Éluard, Meret Oppenheim, Salvador Dalí o Man Ray comienzan a acaparar la atención de los medios artísticos e intelectuales de la época. En la lista tampoco puede faltar Luis Buñuel, cuyo “perro andaluz” traslada el surrealismo al terreno cinematográfico. Lo que la mayoría de estos artistas tienen en común es su admiración por los postulados freudianos, y Salvador Dalí es, quizás, uno de los más fanáticos. Obsesionado con Freud, Dalí conseguirá conocerle a través de Stefan Zweig. Pero, mientras que Freud quiere hablar de Velázquez, el pintor solamente quiere enseñarle su teorización del Método paranoico-crítico. Cuando se va, Freud le dice a Zweig: “Es un español típico, ¡qué fanático!”.

Tarjeta de invitación para la Exposición Internacional del Surrealismo en París / Colección: desconocido

En enero de 1938 tiene lugar la la exposición más grande jamás organizada sobre el surrealismo, que marca, de alguna manera, el fin de una era. A partir de ese momento, junto con la mayoría de obras que siguen los principios estéticos y psicoanalíticos del movimiento surrealista, comienzan a despuntar obras con un cariz más bien político. Muchos de los artistas surrealistas se afiliaron al Partido Comunista, con mayor o menor convicción, y muchos pasarían a convertirse en iconos de la resistencia en los agitados tiempos de contienda que se avecinaban. Y es que la Guerra Civil española era el anticipo de lo que podía pasar en el resto del mundo. Aidez l’Espagne de Miró (1937) o Liberté de Paul Éluard (1942), son solo algunos de los testimonios de estos tiempos.

La Liberación de París, 25–26 de agosto 1944. El General Charles de Gaulle y compañía desfilan por los Campos Elíseos / Archivo: Colecciones del Museo Imperial de la Guerra, Reino Unido. Foto: autor desconocido.

8. El París de la ocupación

“La Gran Exposición de París de 1937 supuso para el mundo la presentación del pabellón alemán con el águila enfrentado al pabellón soviético de la pareja campesina y obrera con la hoz y el martillo. Faltaban dos años para la Guerra Mundial, pero aquí [en París] ya estaba presente”, cuenta Fernández-Galiano. En España, El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella de Alberto Sánchez y el Guernica de Picasso marcaron las posturas de apoyo a la República de los artistas del pabellón español. España había tomado el relevo de París como centro neurálgico ideológico, y figuras como Dos Passos o Hemingway quisieron dejar su legado.

Cuando la Segunda Guerra Mundial estalla, París cambia de cara. La capital presenta los símbolos nazis en edificios públicos y se promueve el arte fascista socialmente permitido, el gusto oficial, que encarna Arno Breker. El arte nacionalsocialista reclama la vuelta al orden, el neoclasicismo. En 1937 los nazis ya habían dejado clara su intolerancia al arte de vanguardia en la famosa exposición Entartete kunst [El arte degenerado] en Múnich. Como explica Galiano, perseguían “todo aquel arte que no podía tolerarse, lo que condujo a expurgar los museos y galerías”.

Con todo, la vida sigue, los artistas no paran de exponer, los dramaturgos de estrenar y los escritores de publicar. Pablo Picasso vuelve a París y escribe una obra teatral, El deseo atrapado por la cola, que estrena en 1944 en casa de unos amigos. Entre su nuevo círculo de amistades se encuentran personajes destacados como Lacan, Brassaï, Sartre, Camus o De Beauvoir, que continúan publicando y escribiendo bajo la ocupación alemana. Todos ellos alumbran ese nuevo sentimiento y percepción que denominamos “existencialismo” en un momento de profundo desaliento.

El desembarco de Normandía, la liberación de París por las tropas americanas y el gobierno de Charles de Gaulle marcaron un nuevo destino para la nación. La obra que cierra el círculo que hemos abierto con este relato es el Osario (1944–48) de Pablo Picasso, pieza testigo de un siglo tan prolífico en las artes como oscuro en la política.

Si quieres saber más…

  • Sobre el histórico amor-odio entre Pablo Picasso y Henri Matisse, este artículo de Álvaro Chaves para el diario La Vanguardia, ilustrado con este hilo de Twitter sobre la Escuela de París
  • Sobre Gertrude Stein, este artículo de Manuel Vicent para El País. Sobre sus vínculos, su correspondencia epistolar con Picasso y la autobiografía de Alice B. Toklas, su pareja sentimental.
  • Sobre el amor que profesaba Picasso por Montmartre y su Bateau-Lavoir en sus primeros años en París, este artículo de Sergio Mellado para El País.
  • Sobre Las señoritas de Avignon (1907), uno de los cuadros más emblemáticos de Picasso, este documental.
  • Sobre los Ballets Rusos en España, este artículo de Cristina Marinero para El Mundo y sobre la figura de Diaghilev, este de Alberto López para El País.
  • Sobre el purismo de Le Corbusier y Ozenfant, esta presentación del Tate Museum de Nueva York y este artículo del arquitecto Adolfo González Amezqueta para el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid.
  • Sobre la exposición de París de 1925, este artículo de Barnebys. Sobre el pabellón ruso de Melnikov, este artículo de Ethel Baraona Pohl para Plataforma Arquitectura. Sobre el pabellón de l’Esprit nouveau de Le Corbusier, este del estudio Ramón Esteve.
  • Sobre “la vida alegre” de los artistas bajo la ocupación nazi de París, este artículo de José María Martí Font para El País.

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