Juan José Tamayo: “En tiempos de crisis, las utopías son más necesarias que nunca, porque nos devuelven la esperanza y nos permiten soñar”:

En plena crisis de la pandemia recordamos la conferencia que dio el filósofo en la Fundación Juan March en 2013 con el título “Utopías para tiempos de crisis”.

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11 min readMay 29, 2020

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Juan José Tamayo durante su conferencia “Utopías para tiempos de crisis”, el 19–11–2013 / Archivo: Fundación Juan March. Foto: Dolores Iglesias.

La crisis social y económica que ha generado la pandemia de la COVID-19 ha impactado en nuestra forma de vivir, nuestras relaciones, rutinas y expectativas. Algunos se han visto arrastrados por el pesimismo, la desesperanza, la apatía, la indiferencia, la pasividad, el desencanto e incluso la depresión. En ese contexto, conceptos como el de la utopía permiten soñar con otros mundos posibles, movilizar las conciencias adormecidas y cuestionar el orden establecido, otorgándole al ser humano la esperanza suficiente para afrontar las crisis y cambiar la realidad.

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones «Ignacio Ellacuría» y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid, de Historia del Cristianismo en la Universidad de Valencia, y colabora en diferentes revistas y periódicos, como El País, El Periódico y El Correo (Bilbao). Filósofo y teólogo, está especializado en feminismo, teoría de la liberación, laicismo, interculturalidad y utopía. En noviembre del 2013, en el contexto de la crisis del 2008, dictó una conferencia sobre la importancia de la utopía en tiempos de crisis. A continuación, algunas de sus reflexiones sobre la necesidad de cultivar la utopía para arrojar algo de luz en este presente incierto.

Sobre el destierro de la utopía

No corren tiempos propicios para la utopía, pero quizás nunca los haya habido y ese sea el estado propio de la utopía: nadar contra corriente y subir cuesta arriba con el viento de frente. Es sentir que no se encaja dentro de la sociedad, la cual ya se ha venido acostumbrando a asumir actitudes pesimistas que se consideran realistas.

En la actualidad cuando calificamos a una persona, a un proyecto, o a un colectivo de utópicos, no es precisamente un piropo. Más bien todo lo contrario: es una descalificación en toda regla. Estamos diciendo que está en las nubes, que no tiene sentido de la realidad, que crea mundos imaginarios, que es un iluso… Por eso, las personas utópicas, los proyectos utópicos, los movimientos utópicos están siendo desterrados en nuestro mundo y en nuestro tiempo. Les pasa algo parecido a lo que les sucedía a los poetas en la República de Platón: eran excluidos, porque no eran capaces de alcanzar la verdad, lo único que hacían era fabular. Esto mismo sucede en nuestra sociedad: suele imperar el realismo, y las personas o los proyectos utópicos son desterrados de todos los campos del saber y del quehacer humano.

Por ejemplo, me han transmitido desde muy pequeño una serie de máximas: Niño, no te hagas ilusiones; ten los pies en la tierra; no te vayas por las ramas… Esas tres afirmaciones dichas en la infancia, repetidas en la adolescencia y ratificadas en la juventud, surten el mismo efecto que el de un pájaro al que se le corta las alas, te quedas sin futuro, te quedas sin horizonte.

¿Por qué la utopía está sufriendo ese destierro en nuestra sociedad? Por tres razones. La primera es que la utopía es subversiva, es inconformista, intenta transformar las cosas. Y en ese sentido, la utopía no se contenta con la realidad tal y como es, sino que se pregunta cómo debe ser la realidad y busca su transformación. La segunda razón es porque desestabiliza el orden establecido, y eso es lo que más molesta, sobre todo a la razón políticas, pero también altera las conciencias adormecidas (incluidas la tuya y la mía). Tercero, porque revoluciona las mentes instaladas. La mente se puede acomodar a la realidad, y eso le dificulta para cualquier transformación. Tercero, porque la utopía sueña otro mundo posible, y los sueños son los más incontrolables. Al descontrol se suma el peligro: los sueños a plena luz del día son muy peligrosos, porque sueñan las cosas de otra manera, y porque remueven los cimientos del sistema. Controlar los sueños, robar las ilusiones, y frustrar las esperanzas son algunos de los principales objetivos de los gobernantes, de los dirigentes religiosos, de los educadores, de los tutores.

Sobre la utopía como motor de la historia

La utopía es el motor de la historia, porque la libera de su estancamiento, de su inercia, de su pasividad y, sobre todo, la libera de caer en la ley del eterno retorno, o de considerar que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, como dijo Jorge Manrique. Eso no significa que todo el pasado fue peor, en el pasado hay huellas de libertad que hay que seguir para poder caminar hacia la patria de la libertad, pero la utopía nos libera de que la historia desemboque siempre en un eterno retorno.

Las utopías en la historia son las que han hecho posibles los avances de la humanidad en el terreno de la libertad, de la justicia, de la solidaridad. Después de dedicar cuatro o cinco años a escribir este libro, estoy convencido que sin las utopía se habría impuesto en el mundo la injusticia de manera generalizada, y eso habría desembocado en la barbarie. Las utopías constituyen un freno frente a ese triunfo de la injusticia que sería la norma general de la historia. Pero la utopía tiene que ser guiada por la razón, porque de lo contrario puede desembocar en un viaje a ninguna parte, o en un activismo alocado.

Quien mejor resumió esta relación dialéctica entre razón y esperanza, entre utopía y acción, fue el filósofo alemán Ernst Bloch cuando dijo: “La razón no puede florecer sin esperanza. La esperanza no puede hablar sin razón”. La esperanza es la que hace que la razón mire al futuro, que no se adapte al presente y, sobre todo, que esté en tensión y avance permanentes. Pero la esperanza no puede hablar sin razón, porque desembocaría en irracionalidad. La utopía no se identifica con una confianza ciega o un optimismo ingenuo. Cuando, después de enterarse de la construcción del Muro de Berlín, Bloch abandona en agosto de 1961 la Alemania Democrática ­–estaba dando unas conferencias en la Alemania Federal y comunica al rector de la Universidad de Leipzig que ya no vuelve porque el muro hace incompatible un socialismo con libertad y con igualdad–, le invitan a inaugurar el curso en la Universidad de Tübingen. El título que puso fue: ¿Puede frustrarse la esperanza? Y contestó que sí, que la esperanza puede frustrarse, y la utopía puede no conseguir su objetivo, pero esa frustración puede dar lugar a un levantamiento con raíces mucho más profundas, porque se ha experimentado el fracaso.

Una mujer, sobre el muro de Berlín, saluda sus familiares en Berlín-Este, 1961.

Yo creo que los hombres y mujeres utópicos han hecho avanzar la historia. Buena parte de los hombres y mujeres que han luchado por la justicia, por la libertad, puede considerarse que fracasaron: Zaratustra, Buda, los profetas de Israel, Sócrates, Espartaco, Jesús de Nazaret, Francisco y Clara de Asís, Margarita Porete –una mística medieval que terminó con sus huesos y con su libro, El espejo de las almas simples, en la hoguera–, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Lutero, Olympe de Gouges –la autora de aquella Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791) que le costó la guillotina–, Marx, Bakunin, Rosa Luxemburgo, Gandhi, Martin Luther King, Juan XXIII, Ignacio Ellacuría, Rigoberta Menchú, Yasir Arafat, Isaac Rabin… Muchos de estos nombres que he citado, hombres y mujeres –creo que es de justicia reconocer la lucha de las mujeres a lo largo de la historia, rehabilitar esa lucha y devolverles la voz y el protagonismo–, fueron desacreditados, sus proyectos fueron deformados por sus sucesores, sus ideas descalificadas por los ideólogos, y en muchos casos, fueron condenados a muerte, fueron asesinados. La pregunta es: ¿Todos estos hombres y mujeres fracasaron realmente? Mi respuesta es dialéctica: Sí a corto plazo, no a largo plazo. Porque sus proyectos fueron enarbolados y desarrollados por personas que creyeron en ellos y los hicieron realidad, o pueden llegar a hacerse realidad en su momento. Pero lo importante es que estos hombres y mujeres utópicos son ejemplos morales, son referentes éticos. Pudieron equivocarse, no acertar en los análisis o en las soluciones, pero las utopías que propusieron son hoy ­–y lo digo humildemente, por lo menos para mi– luminarias que iluminan el camino en la oscuridad de la historia.

Sobre el despertar del movimiento utópico

A pesar de que la utopía está sometida a un largo e injusto destierro y que vive en una situación de invierno, se está produciendo un importante despertar de la utopía en dos ámbitos complementarios: El ámbito de la reflexión y el ámbito de la praxis de los movimientos.

En el pensamiento, el siglo XX se ha caracterizado por una reflexión pertinente y tenaz en torno a la utopía. Ha sido un siglo dramático en guerras, en destrucción, en intolerancia y enfrentamiento, pero ha ocupado a los grandes pensadores y a los grandes ideólogos de la utopía en todos los campos. En la sociología, Karl Mannheim, con su libro Ideología y utopía (1929). En la filosofía, Ernst Bloch en una dirección, pero también la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, Max Horkheimer, Walter Benjamin. En la ciencia política, el filósofo polaco Leszek Kołakowski. En la teología y en las religiones, la Teología de la Liberación, la Teología Feminista –con su utopía de la igualdad–, o la Teología de la Esperanza. Pero la figura clave, que reflexiona sobre la utopía desde un punto de vista filosófico, fue Ernst Bloch, que se centró en la utopía durante más de 60 años, y su mérito radica en haberla convertido en la categoría central de su filosofía y antropología, liberándola de las connotaciones negativas que tenía hasta ese momento.

Estamos asistiendo a una floración de movimientos portadores de utopías concretas, que luchan por otro mundo posible en dos direcciones: el sentido crítico y las propuestas alternativas. Los movimientos de indignados, el fenómeno de las mareas, los foros sociales mundiales, la Primavera Árabe… todos estos movimientos son los portadores de la utopía de otro mundo posible, con una serie de propuestas que no se quedan en el aire, sino que se hacen a partir de la situación que se está viviendo. Esos movimientos se caracterizan por dos elementos.

  1. El primer elemento de la utopía es el sentido crítico, a modo de indignación o de protesta dirigida a los poderes: el poder político, (que se olvida de que los representantes han sido elegidos por la ciudadanía), el poder económico, (que pone la economía por encima de la política), el poder financiero, el poder militar, el poder mediático, las diferentes formas de dominación, y, muy importante también, la crítica a la sociedad adormecida, a esa sociedad que aguanta estoicamente (o acaso pasivamente) una serie de situaciones de humillación que la convierten en indigna.
  2. El segundo elemento es la propuesta alternativa. Una de las mayores críticas que se han hecho a los movimientos sociales o los foros sociales mundiales, es que son muy contestatarios, pero no proponen alternativas. En un primer momento era verdad, pero la situación ha cambiado. El problema radica, en el poder que tienen las potencias internacionales, que obligan a que todos los organismos que trabajan por la defensa de los derechos humanos a que no cumplan o se concentren en su labor, impidiendo que esas utopías o alternativas se realicen.

Sobre la utopía en tiempos de crisis

Se podría pensar que la utopía en tiempos de crisis es una evasión de la realidad y una huida a la solución de los problemas. Pues bien, las utopías son hoy más necesarias que nunca, porque en tiempos de crisis tan aguda y que afecta a los sectores más vulnerables de la sociedad como los que estamos viviendo, tiende a apoderarse de la gente el pesimismo, la desesperanza, la apatía, la indiferencia, la pasividad, incluso la depresión colectiva e individual –que, desgraciadamente, se está produciendo por casos como los desahucios–.

¿Por qué se llega a esa depresión? Porque nos han robado la esperanza y porque nos prohíben soñar. Es precisamente en tiempos de crisis cuando los sectores marginados toman conciencia de su descontento, de la negatividad de la historia y expresan su insatisfacción con la realidad. Es en esos momentos especialmente críticos cuando radicalizan la búsqueda de alternativas y formulan utopías movilizadoras de las energías emancipatorias de la humanidad. Es en los márgenes de la sociedad donde siguen fraguándose las alternativas. Es en tiempo de crisis y desde los márgenes cuando resulta más necesario que nunca sacar a la luz los tesoros ocultos que anidan en lo más profundo de la realidad y activan las potencialidades liberadas y liberadoras de los seres humanos.

Pero no podemos caer en actitudes ingenuas: es necesario liberar a la utopía del descrédito en que ha caído y de las connotaciones negativas que llegan a confundirla con la quimera y devolverles el auténtico sentido originario en la mejor tradición literaria y filosófica, y a partir de ahí, rehabilitar la utopía. Pero una utopía no mitificada, con una concepción del ser humano como ser en esperanza, bajo la guía de la razón. Por eso voy a hacer tres propuestas:

1) Pensar la realidad utópicamente, decir: “no es verdad que las cosas sean como son y no puedan ser de otra manera”. Ese es un realismo totalmente craso, las cosas no son como son, sino que son cómo queremos que sean.

2) Seguir escribiendo relatos de utopías. Moro y tantos otros nos precedieron en el género. Quizás no lo hagamos tan bien como ellos, pero es importante diseñar utopías de futuro, porque de lo contrario es muy difícil conseguirlas. Si no sabemos a dónde vamos, nunca vamos a llegar.

3) Trabajar por otro mundo posible, ese mundo que nos lleve a pensar la realidad más allá de los hechos y superando los límites de lo posible.

Tengo que terminar con un autor mucho más importante que yo, que pensó en el tema muchos años antes que yo, y que expresó su concepción de la utopía de manera extraordinariamente poética, como lo era él, Walt Whitman:

“Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir adelante”.

Para saber más…

  • Sobre las utopías y su importancia en tiempos de crisis, el audio de la conferencia.
  • Sobre el concepto de utopía, este artículo de Juan José Tamayo del diario El País.
  • Sobre las obras de Juan José Tamayo, su libro Invitación a la utopía y este catálogo que enseña todas sus publicaciones a lo largo de su carrera profesional.
  • Sobre el destierro de la utopía, este libro de Samuel P. Huntington en el que reflexiona sobre las reivindicaciones de los migrantes latinoamericanos en los años 90, que hicieron peligrar la propia identidad norteamericana, del que habla esta reseña de Juan Avilés en El Cultural.
  • Sobre utopías que florecieron (y se marchitaron) en Estados Unidos, este ensayo de Chris Jennings.
  • Sobre la aportación de Ernst Bloch a la reivindicación del término utopía, este artículo de José Gómez Caffarena, o esta reseña de Peter Zudeick sobre su vida y obra.
  • Sobre las vidas de cuatro utópicos del siglo XIX, este texto extraordinario de Adam Gopnik en The New Yorker.
  • Sobre la importancia de soñar despierto, este artículo de la BBC.

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