Marc Cuixart en la exposición Cuixart: los años cruciales (1955–1966) en Palma / Foto: Xisco Bonnín / Archivo: Fundación Juan March

Marc Cuixart: “Cuando tenía 20 o 21 años, maté al padre”

El arquitecto catalán habla de la relación con su padre, Modest Cuixart durante la inauguración de una exposición sobre los años cruciales del pintor

Fundación Juan March
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13 min readApr 13, 2020

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Esta no es una entrevista habitual, con sus preguntas y respuestas. Fue poner una grabadora delante de Marc Cuixart, y contó la relación que había tenido con su padre, el pintor Modest Cuixart, desde los 5 años. A la complicidad ayudaba el contexto: la entrevista se realizó el día de la inauguración de la muestra Cuixart: los años cruciales (1955–1966), que expone en el Museu Fundación Juan March de Palma la obra de este cambiante, y quizá por eso mismo a menudo incomprendido, artista catalán.

Un padre pintor

Nadie escoge dónde nace, y en qué familia nace, y a mi me tocó nacer en una donde el padre era un artista pintor. Había formado parte del grupo Dau al Set entre 1947 y 1951. Yo nací en 1954. Cuando tenía 5 años, mi padre ganó la Bienal de São Paulo, y de eso ya tengo memoria. También de reuniones en casa con gente rarísima: el poeta Joan Brossa haciendo magia, mi padre haciendo sus cabriolas simpatiquísimas, gente del mundo del arte, pintores, músicos… Se hacía muy tarde, yo tenía que ir al colegio y no me podía dormir, pero como el piso donde vivíamos no era muy grande, escuchaba y participaba de todo aquello.

Sin darme cuenta, nací en este crisol. Para mí el arte abstracto, el arte moderno, la influencia de Paul Klee o de Joan Miró era lo más normal del mundo. Además, tenía un padre premiado, que salía en las revistas… me acuerdo una que se llamaba La Gaceta Ilustrada, que nos sacó en portada, a mis padres y a sus tres hijos. Entre que iba al colegio, y que esta revista tenía bastante difusión en España… pues naces así, así te crías y así lo ves. Cuando yo hablaba con mis amigos de clase y les decía que aquella pintura era muy buena, me decían: “Tú estás chalao, si aquí no se ve nada”. Yo la defendía a mi modo, de una manera pasional, la de un niño que sabe que aquello es lo moderno, es lo que toca. Y, en su caso, a lo mejor en sus casas tenían paisajes, o bodegones… en ese entorno empecé a ver.

En mi casa les gustaba mucho la música, teníamos un giradiscos y eran muy melómanos. Joan Brossa se sabía todas las zarzuelas de memoria, pero también se escuchaba música dodecafónica, canciones de Kurt Weill con letra de Bertolt Brecht, óperas de Wagner, jazz… se cocían cosas en aquel piso. En este entorno me fui criando, con un padre muy bohemio, muy ausente: vivió en Francia, cuando ganó la Bienal estuvo en Nueva York… era un padre que aparecía poco por casa, pero cuando lo hacía, como tenía un carácter extraordinariamente divertido y seductor, se montaban, en casa y fuera de ella, reuniones interesantes.

Abrir España al mundo

De aquella conocí a don Luis González-Robles, comisario y director del Ministerio de Bellas Artes en los años cincuenta. Era un hombre muy inteligente, gran conocedor del arte moderno. Años más tarde nos volvimos a reencontrar, y me contó que todo el movimiento de jóvenes artistas españoles –tanto del grupo El Paso como los catalanes– era una política muy pensada del Ministerio de Bellas Artes para exportar la imagen de España y abrirla al mundo. No es casual el impulso que recibieron Chillida, Tàpies y otros artistas desde la Bienal de Venecia de 1958. Tampoco el éxito de Cuixart, ganador de la de Sao Paulo en 1959 frente a otros finalistas, de la talla de Francis Bacon, Alberto Burri o Robert Rauschenberg. Quiero decir que la preparación española para ir por el mundo a vender modernidad y a vender arte no era poca, y si hubieran querido habían podido presentar a artistas “del Régimen”.

Tótem, 1961. Técnica mixta sobre lienzo. 100,5 x 80,5 cm. Museo Luis González Robles. Universidad de Alcalá

La caída

Recuerdo una exposición que hizo mi padre en Barcelona sobre los personajes de Bertold Brecht [Bertolt Brecht, testimoni i homenatge, en la que se leyó por primera vez en público en España la obra del autor alemán, pese a la prohibición expresa del franquismo]. Una exposición magnífica, en la galería René Metras, que tenía buen olfato, con Lucio Fontana y artistas de ese calibre. Otra exposición, en la que yo ya tenía 12 o 13 años, fue una de pinturas al óleo, [Realismo pictórico actual], con obras como Venus kebrada (1965). De esa guardo en casa el libro de firmas, que reúne desde comentarios geniales, desde “eres magnífico” a “eres un misógino asqueroso”. Había una división de opiniones importante.

De chorros de manguera y ave fénix

Además, los cuadros informalistas de mi padre, con los que ganó la V Bienal de São Paulo [en 1959], técnicamente son muy superiores a los de casi todos los pintores de su época. Se pueden lavar con un chorro de manguera, que no se agrietan. La alquimia de los materiales, las resinas para aglutinarlos, eran secretos que tenía, y que funcionaban bien. Tengo un buen conocido que me contaba que en su casa tenía un Tàpies y un Cuixart de la mejor época, los dos muy grandes. Y me decía: “el Cuixart lo lavo como me da la gana. A chorro de agua lo podría lavar”. Y del Tapies me decía: “Lo compré por tanto, y esta mañana con la escoba y el recogedor no se si he cogido 500 o 1000 pesetas” [bromea]. Con esto no quiero decir que la pintura de Tàpies no sea buena, soy un fanático, digamos, y me encanta [aquí engola la voz, hay algo más que no está contando]. Hay cuadros de Tàpies que me arrodillo delante de ellos y me pongo a llorar, porque son verdaderas obras litúrgicas. Pero estamos hablando de la técnica.

Mi padre era más barroco, más cambiante, más mutante. Tengo un libro muy bonito de Juan Eduardo Cirlot, en el que habla sobre él como un ave fénix, que resurge de sus cenizas. Realmente, era un hombre muy inquieto, que, si miras toda su trayectoria desde 1947 hasta que murió [Palamós, 2007] tiene muchas etapas distintas. Esta exposición de 1966 en la René Metras en Barcelona [Realisme pictoric actual] marca el final de una etapa, a mi modo de ver la más importante. Es la que tiene más intensidad, densidad y poética. Fue el principio de un final para mi padre. Después, la vida es cómo es, y vivir de la pintura y pintar cosas un poco más agradables le daba más dinero, le permitía llevar una vida más lujosa.

Pintura, 1961. Técnica mixta sobre tela 100 x 81 cm Colección Modesto Páez

P: Y, sin embargo, es curioso, porque también se vendían muy bien sus obras informalistas, ¿no?

Sí. Lo que pasa es que cuesta entenderlo todo por la persona. La persona es muy importante. Mi padre nunca fue fiel: a un contrato, a un galerista, a un coleccionista. Y esto al final pasa factura. Si una galería de Estados Unidos te avanza 1 millón de pesetas de aquella para que mandes en seis meses dos de los veinte cuadros que te han exigido por contrato para montar una exposición, y al cabo de ese tiempo, te has gastado ese dinero y no has mandado nada, aquel galerista, aquel inversor, –ya sea la Banca Morgan, la Banca Brownstone, o el coleccionista Sweargold, todo ello cierto–, dejan de confiar en aquel artista. Admiran las obras que tiene, pero hacer negocios mejor no. Le hizo daño ser así. Un buen artista necesita un galerista, un manager, tiene que gastarse el dinero o no ganar tanto para que se publiquen libros, para que su obra esté presente. Y si esto no lo cuida, pues… en este mundo eso es muy importante.

Matar al padre

Siguiendo con la forma de ser de Modesto, en 1970, cuando yo tenía 16 años, se metió en el mundo del alcohol de una manera más cotidiana, abandonó la ciudad de Barcelona, abandonó a su núcleo familiar de toda la vida, es decir, a mi madre, a mis dos hermanas y a mi, se fue a vivir a Gerona a Palafrugell, y empezó una nueva etapa “un poco más comercial”, de una pintura menos densa, intensa e intelectualmente potente que la que había hecho antes.

Como adolescente, me costaba decirle lo que iba madurando dentro de mí, no tanto de su forma de ser, sino de su arte, hasta que un día, cuando tenía 20 o 21 años, disparé y maté al padre, usando la famosa frase de Sigmund Freud. Le dije: “Mira Modest, –y ya no dije papá–, qué lástima que no hayas sido mi tío soltero, habrías sido el mejor tío del mundo”. Y es que como padre no había sido ese padre cotidiano, que te enseña con el roce diario, el agua que roma el canto rodado, sino un hombre de puntas, de apariciones. A partir de ahí empezamos a tener una relación mejor, no tan de padre a hijo, sino entre dos personas adultas, y esto me permitió hablarle de su pintura de otra manera, me abrió la puerta para hablar. Tuvimos nuestras conversaciones, y él lo sabía, en su interior era consciente de que la pintura que hacía era comercial y se había banalizado para vivir bien.

Relatar la vida de un pintor

Fueron pasando los años, y en 1990 el conseller de cultura de la Generalitat Joan Guitart i Agell encargó una antológica en el Palau Robert de Barcelona dedicada a casi 50 años de la trayectoria de mi padre, [Exposición antológica (1941–91)]. Y como estaba metido en estos ambientes que he relatado, sin densidad intelectual, mi padre o su mujer de entonces recomendaron a un italiano como comisario que resultó ser –según me dijo el conseller Guitart– “un perfecto tarambaina”, que no sabía lo que había pintado mi padre. Sólo conocía la última época, a partir de los años 1970, y para anunciar la exposición quería engalanar el Palau Robert, en pleno paseo de Gracia esquina Diagonal, con el DNI de mi padre, ampliado a 50 metros.

Presentar la exposición de un pintor que ha ganado una Bienal de São Paulo, que ha estado en galerías de Suecia, de Alemania… con un DNI ampliado, fue la gota que colmó el vaso. El pobre conseller, que era una persona estupenda, me llamó a mi despacho de arquitecto y me preguntó si me atrevía a montar yo la exposición. Y le dije: “Si es una antológica, lo máximo que puedo hacer es un relato bien situado por épocas en el Palau Rubert, con obras buenas que resuman la trayectoria de mi padre. Pero, evidentemente, si eso se me encarga a mí, de la parte de Dau al Set, el informalismo y hasta 1965 pondré más obras que de las últimas, que no puedo dejar de poner”. Y eso fue lo que pactamos.

También me encargaron el catálogo, por aquel entonces tenía un socio arquitecto muy inteligente y al que le gustaba mucho el arte, Enrique Granell, y compartimos el comisariado y el montaje de la exposición. Yo conocía a Arnau Puig, a Joan Perucho, a Santos Torroella, a Joan Brosa, a los Tormo… y mi socio a alguien que conocía a Juan Manuel Bonet –por entonces un joven con una inteligencia extraordinaria–, que nos dio las pautas para montar un catálogo cronológico. La exposición tuvo éxito, la prorrogaron, tuvo muchas visitas… En la prensa salió bien, excepto por algún crítico más afín a las tendencias que venían de la enemistad entre Antoni Tàpies y Modesto Cuixart.

De dos primos enfrentados

Es bien conocido por todo el mundo la disidencia, la enemistad o la poca empatía que había entre dos primos llamados Antoni Tàpies y Modesto Cuixart. Esto nació en los orígenes del universo. González Robles me dijo un día que era tan ancestral como el enfrentamiento entre los Capuleto y los Montesco. La versión de Cuixart era una, la de Tàpies otra, pero también estaban las versiones de Brossa, de Santos-Torrella, de Perucho, de Puig, de Tharrats… Uno era una persona mucho más introvertida, más reflexiva, con un objetivo de vida muy claro, y el otro era un seductor, un simpático, era el centro de todas las reuniones… Uno quería pintar mejor que el otro, igual Cuixart tenía más soltura al principio, y se fue creando un pique de colegio entre los dos empollones, o mejor, los dos gallitos, que se fue acrecentando con el tiempo.

El Instituto Francés de Barcelona dio una beca al conjunto del Dau al Set para ir a París, y por unanimidad acordaron que, si la beca duraba seis meses, irían un mes y medio cada uno de los cuatro artistas plásticos: Tàpies, Cuixart, Ponç y Tharrats. Fue primero Tàpies, y allí pasó algo que nunca he acabado de esclarecer, como si en aquel mes y medio Tàpies se hubiera gastado más de lo que le correspondía. La cuestión es que fueron allí a vivir a la casa de una hermana de mi madre, Mariona. Tàpies era primo de mi padre, pero Teresa, su mujer, era prima de mi madre. Eran dos primos de una familia casados con dos primas de otra, y aquello causó una escisión familiar profunda, que llegó a su apogeo con el artículo que publicó Alexandre Cirici Pellicer a raíz de la exposición de 1965 [Realismo pictórico actual] en la Galería René Metras.

Sin embargo, antes de que muriese Antoni Tàpies yo le edité sus dos últimos libros. El primero, con mi amigo ya fallecido, el poeta Jordi Carrió –A Tàpies le encantó el libro e hizo un dibujo original para meterlo dentro como grabado–, y el segundo, el que me sugirió el poeta y crítico de poesía Sam Abrams: un libro que se llamó Tàpies escriu [Tàpies escribe], que reúne una selección de textos de los libros que Tàpies publicó –tengo la teoría de que Tàpies no era solo un buen pintor, sino también un buen escritor– . Lo edité, pedí a seis artistas catalanes que quisieran sumarse a incluir una obra y presentamos el libro-objeto el día en que Tàpies cumplía 85 años. Fue su último acto público, en la sede del Fomento de las Artes y el Diseño (FAD) de Barcelona. Fue un acto interesante, su regalo de 85 aniversario. Es decir, que yo no tengo rencores. ¿Cómo puedo vivir con rencores? Prefiero olvidar las cosas que no han funcionado.

Después de esta antológica la gente que rodeaba a mi padre decidió hacer una fundación, la Fundaciò Cuixart. Me preguntaron si quería estar, entré en el patronato y dimití a los tres o cuatro meses, porque la fundación no era una fundación. Si estás de patrono de un artista y marcas caminos a seguir, te van diciendo que sí y al día siguiente hacen todo lo contrario, hay un momento que dices: “Seguid por ahí que yo me salgo”.

Raquel Medina y Marc Cuixart ante “Blau o el pa daurat dels pobres” [Azul o el pan dorado de los pobres], 1962. Foto: Xisco Bonnín / Archivo: Fundación Juan March

De viajes, ‘brunch’ y lo que pudo ser

Coincidió que en el mismo año en el que estaba montando la antológica tuve que ir a Nueva York por mi faena de arquitecto. Aprovechando el viaje, decidí buscar a los grandes coleccionistas americanos de los años 1960 que habían comprado obra a mi padre. Conocía a Gilbert Brownstone, que cada navidad se hospedaba en el Ritz en Barcelona. Era un hombre encantador, muy rico y con una pequeña banca. A los otros tres, Chris Amon, el Sr. Morgan y el Sr. Sweargold no los conocía, pero sabía de ellos y sabía que habían comprado cuadros buenos. A Chris Amon todavía tengo que perseguirlo, porque cedió gran parte de su obra al Museo de Arte Moderno de Tel Aviv.

El caso es que me fui a Nueva York y telefoneé a Mr. Swergold. Me contestó un viejecito judío de 89 años que cuando supo que Cuixart aún vivía y se le montaba una exposición se puso a llorar de la ilusión, y al día siguiente recibí una invitación para ir a ver su casa. Fui en taxi hasta el Upper East Side, donde tenía un tríplex en un ático, delante de Central Park. Me enseñó los tres pisos, y cuando estábamos en el que tenía sus estancias particulares, apretó un botón, se separó una librería, y detrás había una habitación de 200 metros cuadrados con toda su colección de arte europeo de 1960. Casi caigo de espaldas. Me la enseñó, y me dijo que me prestaría un cuadro blanco, muy especial y raro, de mi padre.

Al cabo de dos días, me volvió a llamar el Sr. Swergold en persona y me dijo que estaría encantado de que asistiera a un brunch que hacía en su casa con sus amigos. Allí había 15 señores y 15 señoras que debían sumar seis mil siglos de edad entre todos, pero debían tener también cada uno una cantidad de millones… nunca había estado en una reunión con tantos vejestorios millonarios encantadores. Y entre todos me presentaron a uno, que me dijo: “Estoy muy relacionado con el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) porque trabajé allí de asesor, y en sus fondos hay cuadros de tu padre”. Quedamos en que nos escribiríamos. El pobre falleció, pero antes me telefoneó para decirme que había contactado con el jefe de colecciones del MoMA y que si volvía a Nueva York me abrirían las cámaras –del Vaticano no, del MoMA– para enseñarme si había un Cuixart, y cuál era. Esta historia acaba de la siguiente manera: jamás fui a Nueva York, por la sencilla razón de que la Fundació Cuixart no lo creyó conveniente. Y así quedó el tema, en vía muerta.

Meses después, una aclaración final…

El ambiente mágico de amistad y creatividad de Dau al Set, ese grupo formado por Joan Brossa, Arnau Puig, Joan Ponç, Antoni Tàpies y Modest Cuixart, nació de las relaciones forjadas en el mismo barrio de l’ Eixample de Barcelona. Como explica Marc Cuixart, “todos vivían en Balmes, a una distancia de unos trescientos metros. Eran chavales del barrio” que quisieron sentirse libres y explorar su pasión por el arte y el arte moderno. Grandes admiradores de Miró en sus comienzos, gracias a la relación entre el suegro de Cuixart, el arquitecto José Goday, y Joan Prats, gran amigo y mecenas de Miró, visitaron su estudio, situado en los bajos de una de las mejores tiendas de sombreros de la época en Barcelona. Cuenta Marc Cuixart que “Miró los recibió encantador, se puso en un rincón del estudio sin decir palabra, y empezó a sacar cuadros. Y todos “¡oh!” Y el pintor no decía nada, no dijo ni una palabra en toda la tarde. Al final, les dijo “me gusta que os haya gustado”. Y se acabó la historia”.

Si quieres saber más…

  • Sobre el pintor Modest Cuixart, esta exposición, disponible en el Museu Fundación Juan March de Palma.
  • Sobre Cuixart: los años cruciales (1955–1966), esta entrevista a su comisaria, Raquel Medina.
  • Sobre el ministro Luis González-Robles, este catálogo de la exposición España bajo la bienal de São Paulo, de la que fue comisario en 2008.
  • Sobre el intercambio de arte entre España y Estados Unidos, este artículo de la profesora de la UNED Genoveva Tussel.
  • Sobre Bertolt Brecht, este vídeo sobre la vida del dramaturgo, que en su juventud escribía canciones acompañándose de la guitarra, y del que organizamos este ciclo sobre su universo musical.
  • Sobre la última aparición pública de Tàpies, este artículo de La Vanguardia.

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