Los muros de Yehuda Amichai

Escrito por Juan López Vergara Newton y Sergio Ortiz

Galimatías
7 min readDec 4, 2020

Yehuda Amichai es uno de nuestros grandes poetas, uno muy accesible. Una vez que uno ha leído sus poemas, uno nunca puede olvidarlos, puede haber tanta vida en dieciséis versos. Yehuda Amichai es un maestro. Octavio Paz

La ciudad de Jerusalén no es como cualquier lugar. El brote de sus colinas y de sus casas es sólo piedra y más piedra. Louis Khan

Presentamos en Galimatías a Yehuda Amichai (1923–2000), sin duda el poeta israelí más importante de su generación. Amichai participó en la Segunda Guerra Mundial y en la guerra árabe-israelí de 1973. Escribió toda su obra en hebreo. Fue, sin querer, portavoz de la condición judía contemporánea y autor clave para entender otra historia de Israel.

Escalera que llevan al muro de los lamentos, Alfred Bernheim

Amichai, en sus propias palabras:

Escribo en hebreo porque no puedo escribir mis poemas en otra lengua. El hebreo era una lengua sagrada que se utilizaba en las plegarias y en las ceremonias religiosas, como en bodas y funerales. Pero a diferencia de otras lenguas antiguas, nunca fue una lengua muerta. Las oraciones y los rezos siempre les recordaron a los judíos su patria ancestral, la geografía de ésta, su clima, e incluso sus ciclos agrícolas como el tiempo de cosecha y maduración de los frutos. En suma, la lengua hebrea siempre fue una lengua paterna, pero ahora, de nuevo, se ha convertido en una lengua materna. El gran poeta sionista nacional, Jaím Najman Biálik, probablemente hablaba en yídish con la mujer que amaba, pero le escribía sus poemas de amor en hebreo (y quizás ella ni siquiera sabía hebreo).

Provengo de una familia donde todos los hermanos y hermanas de mis padres llegaron a Palestina a comienzos de los años treinta. Ningún miembro de este gran clan se quedó en Alemania, y por lo tanto ninguno pereció en el Holocausto. (Por desgracia, en Israel son pocas las familias así.) Durante la Segunda Guerra Mundial fui voluntario del Ejército británico. Pero a esa edad, entre los 18 y los 25 años, también se viven los grandes amores. Mi vida, pues, comenzó entre dos extremos: la guerra y el amor. Empecé a escribir poesía usando mis palabras en aras de lograr un acuerdo entre esos extremos de mi vida, para poder sanarme y seguir viviendo. A partir de entonces la escritura se volvió esencial para mí. En cada poema que escribo siempre hay algo personal y privado que genera la fuerza del texto.

Me hace muy feliz que los poemas que me han ayudado a curarme también ayuden a otros. Creo firmemente que el arte debe sanar y consolar, y no presentar, de buenas a primeras, la cruel realidad de nuestra vida moderna, aquí y en otras partes del mundo.

Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad imposible, la ciudad eterna, es también la ciudad de Amichai. Jerusalén no es una ciudad, son varias ciudades sucesivas (la de los judíos, árabes y cristianos) y, para colmo, son ciudades enfrentadas. Jerusalén, La Venecia de Dios, no es para el poeta el simple escenario o soporte espacial donde sucede la vida: es la vida misma. En los muros de Jerusalén, en sus calles y en sus plazas, se respiran –más que en cualquier otro lugar del mundo– el pasado y el presente; la vida y la muerte.

La piedra de Jerusalén es la única piedra
que siente dolor. Hay en ella una red de nervios.
en una multitud que protesta como en la Torre de Babel.
Pero con grandes macanas nuestro Dios-policía azota a
sus adentros: las casas son derruidas, las vallas infringidas,
y entonces la ciudad vuelve a dispersarse
entre plegarias y quejas musitadas por aquí y por allá
que vienen de las iglesias y de las sinagogas y de las mezquitas.
Cada uno a su sitio.

Murallas de la vieja ciudad de Jerusalén, Paolo Pellegrin

En una época donde la lógica especulativa-proyectual predomina y determina nuestra experiencia del habitar (una experiencia técnica, no poética, diría Heidegger), la poesía de Amichai nos recuerda la importancia que tiene lo sencillo, lo elemental, lo que va más allá de lo arquitectónico. Detrás de la aparente sencillez de cada uno de sus poemas se esconde una sabiduría cimentada en un profundo conocimiento de la complejidad del ser humano y de la vida moderna.

Como el muro interior de una casa
Me encuentro
De repente y demasiado pronto en mi vida
Como el muro interior de una casa
Que se ha convertido en muro exterior luego de guerras y devastaciones
Casi olvido ya
Lo que es estar dentro. Sin dolor,
Sin amor. Con lo Cerca y lo Lejos
a la misma distancia de mí
e iguales.

El programa poético en el proyecto de Amichai oscila entre la guerra y el amor. El amor, sin embargo, prevalece (no sin cierta dosis de ironía) y se enmarca continuamente dentro de la arquitectura. El amor confiere a nuestra ciudad una carga e intensidad únicas. Las casas y sus muros tienen ahora una vida paralela a la vida de los enamorados. Son muros tristes, muros de lamentos. Los hombres son una muralla de piedras errantes, dice Amichai en uno de sus poemas. La enorme inteligencia y la capacidad de Amichai para crear imágenes que aúnan y navegan con la guerra y el amor es asombrosa.

La casa donde viví se aleja,
la luz se quedó encendida en la ventana
para no oír nada, sólo para ver.
Es el fin.

Y amar de nuevo es como el problema
de los arquitectos en una ciudad antigua. Volver
a construir en lugares que ya existían,
que parezcan de entonces, aunque sean de ahora

La vieja ciudad de Jerusalén (ca. 1900)

A continuación, algunos poemas de Yehuda Amichai donde la arquitectura actúa como protagonista o escenario de fondo:

Cada uno en su vida necesita un jardin abandonado

Cada uno en su vida necesita un jardín abandonado
o una casa vieja con las paredes que se doblan,
cada uno necesita otro mundo olvidado.

Con gran nostalgia los hombres observan
el paisaje y lo llaman con nombres de cuerpo:
la espalda de la montaña, pies de la montaña,
el lomo de la montaña.
También los hombres de guerra señalan blancos
para una dura herida con palabras tiernas:
pezón, hueco, paso, impacto.

Porque cada uno en su vida necesita un jardín abandonado
(Adán y Eva sabían que cada uno necesitaba un jardin así)
o una casa vieja, u o al menos una puerta cerrada
que nunca más vuelva a abrirse.

Una ventana siempre

En un jardín oí
una vez una canción o una vieja bendición.
Y sobre los árboles oscuros,
una ventana siempre iluminada
en recuerdo de las caras que hubo alli,
que también eran el recuerdo de otra ventana iluminada

Construcción de una casa

Con gritos se levantan las paredes y con estrépito el tejado.
¡Cómo puede salir una casa tranquila de todo eso!
Las paredes se alisan con yeso, las grietas se tapan
para que no sean como el Muro de las Lamentaciones,
para privarlas de llanto, de plegarias.

Y un constructor examina el muro con un nivel,
la burbuja salta y se estremece, después
permanece entre las líneas: el muro está recto y equilibrado,
la casa está terminada, la casa está muerta.

Una joven permanece a un lado
viéndolo todo,
ve los instrumentos
que los hombres hicieron para allanar, para alisar y para tranquilizar

Una joven guapa, el preludio del dolor está en su cara.
Oh, qué disminuya ese dolor a lo largo de su vida.

No disminuirá, no disminuirá.

Muro de los lamentos, Alfred Bernheim

Jerusalén 1985

Peticiones metidas en las grietas del Muro de las Lamentaciones,
pedazos de papel arrugados y pegados unos a otros

En otro lugar, un pedazo de papel metido
en una vieja puerta de hierro
medio oculta por una planta de jazmín
“No he podido venir,
espero que comprendas”

Una Casa

Flores de papel y flores de verdad juntas
en el jarrón. Así, lentamente, entra la paz en mi corazón.

El único hombre que me conocía
se ha dormido en la silla, sus ojos están abiertos en otro lugar,
las palmatorias sobre la cómoda son el alma,
las velas efímeras son el cuerpo,
las palmatorias permanecerán un poco hasta que también ellas.
Las escaleras son la esperanza de la casa,
las paredes son para apoyar la frente
como muros de lamentaciones sin techo y sin cornisa
sólo para recuerdo y oración.
Los días pasan como personas por la calle,
cada día alguien distinto que no volverá.
La ventana es la hermana de la puerta
como el sueño es el hermano de la muerte.

Durante nuestro amor se completaron casas

Durante nuestro amor se completaron casas
y alguien, que no sabía,
aprendió a tocar la flauta. Sus escalas
suben y bajan. Puede oírselas
ahora que ya no nos colmamos el uno al otro
como pájaros a la copa del árbol,
y tú cambias monedas sin cesar
de país en país y de deseo en deseo.

Y no obstante habernos conducido con locura,
parece ahora que no nos desviamos demasiado
de lo establecido y no molestamos al mundo,
a los hombres y su sueño.
Y dentro de poco no quedará ninguno de los dos
para olvidar al otro.

Es el fin del paisaje

Es el fin del paisaje. Entre bloques
de hormigón y hierro oxidado
hay una higuera con pesados frutos,
pero ni siquiera los niños van a recogerlos.
Es el fin del paisaje.
Y dentro de la carrafa de un colchón podrido en el campo permanecen los muelles como almas.

La casa donde viví se aleja,
la luz se quedó encendida en la ventana
para no oír nada, sólo para ver.
Es el fin.

Y amar de nuevo es como el problema
de los arquitectos en una ciudad antigua. Volver
a construir en lugares que ya existían,
que parezcan de entonces, aunque sean de ahora

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Galimatías

Plataforma dedicada a la colaboración, el diálogo y la difusión del conocimiento arquitectónico en Guadalajara, Jalisco.