¿POR QUÉ EL CAMBIO CLIMÁTICO ES TAN INCÓMODO?

GETECC
10 min readAug 31, 2020

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Por Juan Arellanes y Pedro A. Reyes Flores

Miembros del Grupo de Estudios Transdisciplinarios sobre Energía y Crisis Civilizatoria

(Fires in Australia. Matthew Abbott for The New York Times)

El colapso social es un tema controversial. Cuando se plantea el hecho de que muchas grandes civilizaciones del pasado colapsaron y que posiblemente nos estemos dirigiendo en línea recta y con los ojos vendados hacía ese mismo desenlace, muchos se muestran escépticos:

“Las sociedades modernas no pueden colapsar porque son demasiado avanzadas. La tecnología es nuestra mejor arma”.

Evocar los desafíos medioambientales que nos pueden conducir al colapso es muchas veces tachado de “catastrofismo”. Y es que, para la mayoría de las personas, la urgencia ecológica se reduce al cambio climático: sabemos que el calentamiento global es “malo”, pero no sabemos realmente por qué o qué significa. Pero, sea cual sea nuestra opinión al respecto, es un tema que genera malestar y controversia.

Para buena parte de la derecha, el cambio climático es una narrativa ideada por la izquierda para imponer “un programa socialista” de regulación del mercado, de restricciones a la “libertad”, de intervención estatal. Y, aunque equivocado respecto a que se trata de un “complot socialista”, este sector de la derecha tiene algo de razón: minimizar los terribles daños que dejará el cambio climático sobre la humanidad implicaría, desde luego, regular el mercado — desde algún poder democrático, no desde la regulación de monopolios que practican las burocracias privadas de las grandes corporaciones — , limitar las libertades de consumo — a menudo concebidas como derechos inalienables — y gestionar los recursos de manera sostenible a través del Estado o de organizaciones comunitarias. Implicaría en efecto una sociedad más “socialista” en el sentido de más comunitaria, menos individualista, más solidaria y auto-limitada. Así que, obviamente, la derecha no quiere ni oír hablar de cambio climático.

Los Estados Unidos bajo la administración Trump son hoy el portavoz mundial de este discurso. Nada más llegar al poder, el presidente Trump retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París porque perjudicaba los intereses del pueblo norteamericano — de las corporaciones petroleras específicamente. Para Donald Trump, el cambio climático sería un “invento chino” [sic] cuyo objetivo es debilitar a las (decadentes) industrias estadounidenses.

Para una parte de la izquierda, el cambio climático no es una lucha prioritaria. Lo importante es combatir su causa: el capitalismo. Afirma que basta con derrumbar a este sistema devastador para acceder a una vida mejor y para transitar hacia la sostenibilidad global. Algunas interpretaciones extremas (como el trotskismo) asumen el dominio del hombre sobre la naturaleza como algo válido e, incluso, necesario históricamente, y tienden a eludir cualquier debate serio sobre la destrucción ambiental que provocaron las fuerzas productivas (también termo-industriales) del socialismo histórico. El problema es que si esto no se discute y se combate explícitamente, estas externalidades negativas sobre la Naturaleza se reproducirán en cualquier versión de socialismo futuro. Es decir, a la izquierda productivista le resulta impensable asumir la realidad de los límites biofísicos al crecimiento/desarrollo en un planeta finito y la realidad de las férreas imposiciones de la termodinámica sobre la expansión de la civilización. Esto ocurre porque tanto los límites al crecimiento como las imposiciones exógenas a la condición humana anulan muchos de sus planteamientos teleológicos y profecías auto-realizadas.

Otro sector de la izquierda, más crítico que el anterior, piensa que el cambio climático es una conspiración del neoliberalismo para encontrar nuevos nichos de mercado. Y en parte tienen razón: las prácticas eco-friendly son ya importantes productos plenamente integrados en los ciclos de producción-consumo capitalistas y en las dinámicas de especulación financiera. Pero que el neoliberalismo se aproveche de ella, no significa que la lucha contra el cambio climático sea de facto menos urgente o legítima.

Más aún, para la izquierda progresista de los países periféricos, el cambio climático sería un complot de los países industrializados para limitar el desarrollo del Sur Global. En resumen: el cambio climático representaría el boicot del gran capital al desarrollismo de la periferia. Terrible error de interpretación. No se asume seriamente que el desarrollo, tal como se ha concebido en el mundo moderno, requiere de crecimiento económico, sea en una lógica socialista o capitalista. Es por eso que el cambio climático es incómodo para ellos porque les confronta con escenarios eco-sociales en donde sus objetivos sociopolíticos de consumo y expansión de clases medias son irrealizables: escenarios de escasez, de degradación ambiental y, a fortiori, de colapso social. Sin llegar al negacionismo, para la izquierda desarrollista el cambio climático es un obstáculo incómodo para sus agendas transformadoras.

El cambio climático no sólo es incómodo para los negacionistas, también lo es para aquellos que somos conscientes de la gravedad del problema porque pone en evidencia nuestras propias contradicciones.

Por un lado, están los partidarios del capitalismo verde. Aquellos que consideran que el capitalismo no es la fuente del problema sino que incluso puede ser la solución. Son conscientes de las desigualdades socioeconómicas, pero creen que se pueden adoptar políticas democráticas y sostenibles sin tener que renunciar a la calidad de vida que creen merecer. Esta eco-burguesía, con sus seguidores proletarios-liberales acríticos, está convencida de que la transición a energías renovables está en curso. Está convencida de que debemos priorizar la movilidad urbana sostenible, promover el reciclaje, consumir productos orgánicos, volvernos veganos, apoyar a “visionarios” como Elon Musk, promover la creación de start-ups eco-responsables y saludar el multilateralismo ecologista de Justin Trudeau o de Emmanuel Macron. En resumen, que podemos seguir creciendo, pero de manera social y ecológicamente responsable.

Los partidarios del capitalismo verde ignoran, sin embargo, que adoptar modos de vida verdaderamente sostenibles significaría renunciar al confort, a la globalización y al consumo desenfrenado. Ignoran que sin combustibles fósiles su bienestar sería inconcebible. Ignoran que el capitalismo nunca podrá ser verde porque necesita — como condición de supervivencia — crecer de manera ilimitada, lo cual exige: un consumo ilimitado de recursos y una producción ilimitada de desechos y de necesidades que implican la explotación incesante de los entornos naturales. Por más que se vista de verde, el capitalismo nunca dejará de ser extractivista.

Por otro lado, podemos encontrar a los tecno-optimistas. Ellos piensan que cambiar los hábitos de consumo y crear conciencia no será suficiente para combatir el cambio climático — y en esto tienen razón. Para ellos, la hoja de ruta es clara: poner en marcha mega estructuras avanzadas de geoingeniería, desarrollar la fisión nuclear, instalar paneles de reflexión solar, extraer el carbono de la atmósfera y enterrarlo en el fondo del mar, modificar genéticamente los cultivos para mejorar su capacidad de adaptación a entornos hostiles, desarrollar la inteligencia artificial y la nanotecnología, explorar la posibilidad de colonizar la Luna y Marte…Verdaderas utopías más cercanas a la ciencia ficción que a la realidad. Para ellos, la solución debe ser tecnológica antes que sociopolítica. Carecen de una interpretación crítica de la tecnología. Son incapaces de comprender siquiera la paradoja de Jevons.

En otra esquina, encontramos a los ecologistas moderados. Muy activos políticamente, se organizan en torno a ONG’s, asociaciones civiles, empresas de consultoría, coordinan mesas de discusión y talleres de sensibilización, ponen en marcha proyectos de “desarrollo sostenible” en comunidades locales y hacen un llamamiento a la sociedad civil para que cambie sus hábitos de consumo en favor de la economía solidaria, la economía circular y las energías “limpias”. No excluyen a ningún actor de la sociedad y, como son políticamente correctos, no critican el capitalismo, sino que prefieren cuestionar el “modelo de producción lineal”. Criticar abiertamente el capitalismo (no sólo sus dinámicas de producción-consumo sino también todas las relaciones socio-ecológicas de explotación que implica) significaría renunciar al apoyo moral y económico de muchos actores poderosos e implicaría la pérdida de sus contratos con empresas eco-responsables.

Hay también un movimiento ecologista radical. Su diagnóstico es grosso modo correcto pero su fundamentalismo (anarquista y de extrema izquierda) dificulta muchas veces el reclutamiento de activistas. Son actores políticos marginales, lo que permite que sus ideas sean congruentes con sus acciones, siempre desde la oposición. No temen migrar a comunidades autárquicas, sostenibles y menos complejas y llaman a la des-urbanización inmediata. Sin embargo, no ven las limitaciones técnicas que ello implica. No se puede descomplejizar rápidamente el mundo de manera ordenada. No nos podemos lanzar todos al campo sin arreglar pendientes importantes: recolectar y destruir las armas de destrucción masiva, desconectar los reactores nucleares y otras infraestructuras críticas peligrosas, deshacerse de residuos que podrían producir resultados apocalípticos de no tratarse adecuadamente y un largo etcétera. ¿Cómo alimentar hoy a 7,800 millones de personas sin combustibles fósiles?, ¿cómo abastecer ciudades superpobladas y bombas de demográficas como India o China sin comercio internacional? Los ecologistas radicales no se hacen este tipo de preguntas porque saben que, pese a todo, no tienen un peso real en la toma de decisiones políticas.

Finalmente, podemos encontrar a los “realistas trágicos”. Lamentablmente muchos de los llamados colapsistas terminan por posicionarse aquí. Como los ecologistas radicales, son muy conscientes de la magnitud del problema. Comprenden las implicaciones del cambio climático y saben que el desarrollo sostenible y la modificación de las pautas de consumo no serán suficientes — por eso son realistas. Consideran que el capitalismo acabará por colapsar, que nadie cederá, que a medida que los recursos se agoten las sociedades serán menos cooperativas. Por consiguiente, han decidido ser actores pasivos porque, hagan lo que hagan, el colapso es inevitable — por eso son trágicos.

Estos retratos caricaturales son útiles para comprender que en general no sabemos cómo enfrentar el cambio climático y, mucho menos, el riesgo de colapso. A pesar de ser conscientes del problema, no estamos preparados para hacer los sacrificios necesarios y para hacer una lectura objetiva del problema climático y de las realidades geopolíticas.

Olvidamos que vivimos en un mundo cuya complejidad depende de las energías fósiles. Que los grandes productores seguirán extrayendo estos recursos — sus mayores fuentes de ingreso — hasta el agotamiento, que las grandes corporaciones de energía no cederán y que las sociedades termo-industriales tenderán a cooperar menos en la medida en que los recursos se agoten y la degradación del medio ambiente se agrave.

Olvidamos que los países desarrollados son dependientes de combustibles fósiles importados. Que sus Estados de bienestar son inconcebibles sin estos flujos de energía. ¿Podemos realmente esperar que países de Europa occidental como Francia, Alemania, Reino Unido o España sacrifiquen su calidad de vida? Si bien los líderes de estos países tienen la voluntad de incluir la sostenibilidad en sus estrategias gubernamentales, continúan favoreciendo las mismas lógicas de crecimiento, de urbanización, no han parado de subsidiar las energías fósiles y de desplegar proyectos extractivistas en la periferia global.

Mientras las élites globales se sigan empeñando en mantener sus privilegios, de nada servirán los cambios individuales. Reciclar, dejar de utilizar popotes y ser vegano será completamente estéril.

Olvidamos que el crecimiento demográfico y económico de China o India — que conjuntamente suman más de 2.5 mil millones de habitantes — está intrínsecamente vinculado a su consumo de energía fósil. A pesar de sus esfuerzos de diversificación energética, no abandonarán sus ilusiones de crecimiento nacional por el “bien de la humanidad”.

Olvidamos que las poblaciones de países en desarrollo como México, fuertemente influenciadas por la publicidad, el acceso a internet, por nuevas fuentes de información y el bombardeo de productos culturales occidentales, tienen aspiraciones irrealizables de consumo y quieren acceder a los modos de vida que históricamente se les ha negado. Estas naciones se enfrentarán a una dura realidad: el planeta no ofrece las condiciones para que estos miles de millones de individuos se desarrollen a imagen del Norte Global.

¿Cuándo entenderemos que la adopción de modelos de producción y consumo sostenibles implica renunciar al estilo de vida que creemos merecer?

¿Cuándo dejaremos de tener esa fe ciega en la tecnología?

La literatura científica muestra que, a pesar de sus culturas vanguardistas y de su poder militar, muchas civilizaciones avanzadas del pasado no pudieron desarrollar innovaciones tecnológicas que les permitieran evitar el colapso. Si bien las razones inmediatas variaron en función de sus contextos históricos particulares, la causa principal fue la incapacidad de asegurar el flujo suficiente de energía y de recursos para mantener la complejidad sociopolítica, frente al crecimiento demográfico exponencial y a la degradación medioambiental. El colapso social, entendido como el resultado de un largo proceso de declive económico, político y cultural, no es un fenómeno marginal, sino un rasgo distintivo de las civilizaciones humanas.

“Mientras las élites globales se sigan empeñando en mantener sus privilegios, de nada servirán los cambios individuales. Reciclar, dejar de utilizar popotes y ser vegano será completamente estéril”

Para sobrevivir al colapso no se requieren innovaciones tecnológicas sino cambios culturales muy profundos. Y tales cambios son muy difíciles de lograr.

(Destruction. Oil on canvas, 1836 by Thomas Cole)

El cambio climático plantea que, de no parar la inercia ecocida, algo muy grave se avecina. En caso de que un proceso de colapso haya comenzado, sus síntomas son aún lo bastante difusos para ser percibidos por la población en su conjunto. El problema es que cuando las sequías, el aumento del nivel de los mares, la pérdida de biodiversidad, la erosión del suelo, los apagones, la falta de alimentos…afecten la vida diaria de las personas, independientemente de su ubicación geográfica y de su condición de clase, será demasiado tarde.

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Grupo de Estudios Transdisciplinarios sobre Energía y Crisis Civilizatoria [Transdisciplinary Study Group on Energy and Crisis of Civilization]