Deleite en 2017

Hanna Orellana Beitze
8 min readMar 31, 2017

Amo las palabras porque son regalos. Regalos que destapas poco a poco y que tienen mucho más dentro de sí de lo que viste al principio. Aun así, no hay nada tan bonito como recibir palabras de Papá. Esas palabras están especialmente marcadas por Su pasión por crear belleza en nosotros. Son las palabras que recibimos a cambio cuando le damos nuestra ansiedad, nuestros proyectos, nuestros temores, nuestros sueños… Nos entrega en ellas Su paz. Sus planes. A través de ellas, nos alineamos a la manera en cómo Él ve nuestra vida. Cómo la ve en sus distintas etapas, cómo ellas se relacionan entre sí. Y qué debemos saber y hacer cuando estamos en esas nuevas etapas.

Claro que no siempre las nuevas etapas coinciden con los inicios de año. Pero, pienso que ya que siempre trazamos nuestros propios propósitos y metas en ese momento, ¿no sería más fácil proponernos trabajar en nuestras debilidades y desafíos estando del lado de Dios, viendo nuestra vida desde Su perspectiva?

No solo es más fácil. También tiene más sentido. Dios anhela que discernamos las etapas que atravesamos en Su proceso de refinamiento, que sepamos porqué ciertas circunstancias difíciles son necesarias y qué espera Él de nosotros para continuar al siguiente nivel. Sobre todo, que sepamos que lo que está sucediendo no es un accidente del azar, que Él está orquestando todo, como una melodía perfecta con muchas clases de sonidos.

Pero yo no sabía que tenía más sentido hacerlo así. No hasta el año pasado. Veía el 2016, desde el principio, como cuando se te acaba el camino que has trazado. Poco a poco, te acercas al final, hay otros caminos adelante, pero no tienes ni idea de a dónde llevan. Solo quería dejarme llevar por Dios al camino correcto. Son decisiones de las que no puedes prever el final, no puedes explorarlas antes para ver cómo terminan y decidir luego qué será mejor.

Fui unos días antes del cambio de calendario a la playa (después de algunos años de no ver el mar)… sentí que este momento de mi vida era también como estar por entrar al mar. No sabes cómo será exactamente. Decides entrar, pero es lo único que puedes decidir, estás un poco fuera de control de todo cuando estás dentro. Entrar a esta nueva etapa con Dios era dejar la playa y adentrarme en las olas, sabiendo que solo Él estaba en control de lo que estaba sucediendo. Claro que Él no sería intempestivo y caprichoso, y si todo había estado bien en mi vida hasta ahora, lo seguiría estando así si se lo dejaba a Él. Sabía de Su soberanía como Creador y Rey del universo y de mi vida, pero era solo un principio abstracto. Entonces, supe que “soberanía” era la palabra que Él me estaba dando para marcar esta etapa, era el desafío de ese año y a lo que debía aferrarme como guía, sucediera lo que sucediera.

Así que decidí prepararme para el proceso, reuniendo todos los pedacitos del panorama que Él me había dado, creyendo en lo que Él haría, aun con toda mi incertidumbre, y finalmente, diciéndole “quiero confiar” con esto:

Ahora, cuando la leo, veo cuánto miedo hay en esa entrada de blog. Creo que fue un poco como “ah la, Dios, voy a confiar en Ti, solo porque ni modo, porque de verdad no puedo controlar lo que pasará”. Pero qué hermoso es ver que 2016 fue un viaje en el que entendí que Su soberanía no solo es reconocer nuestra impotencia, es experimentar que esa impotencia nos guía a abandonarnos a Su sabiduría y amor y que a partir de esa rendición, empieza a suceder todo lo verdaderamente hermoso y perfecto. “Soberanía” es ahora una palabra que ya no me da miedo. Ahora estoy segura de que la soberanía de Dios no es dejar tu vida en manos de Alguien que puede destrozarla solo porque quiere y puede, sino dejarla en las únicas manos que pueden moldearla en perfecto amor. Confiar en Su soberanía es confiar en Él con la confianza tranquila y absoluta de un niño pequeño. Es no saber el qué sucederá, con la certeza de que lo que sea, no nos decepcionará ni aun un poco.

Solemos pensar que la vida es solo un grupo caótico de momentos que se suceden entre sí. Sin embargo, debe haber un punto en el que te das cuenta de que Dios no desperdicia nada. Nada de nada. Y eso significa que ni un solo momento ocurre sin que haya un lugar para él dentro de Su propósito para nuestras vidas. Hay un instante en el que te asombras, con gozo y agradecimiento, cómo Él arma un rompecabezas de tu vida, incluso con piezas que pensabas que ni siquiera pertenecían allí.

Entonces, en este proceso de hallar la palabra de este año, pensaba tanto en eso último, en las secciones de mi vida que Él estaba encajando increíblemente, como también dudaba y tenía miedo acerca de lo que esta nueva etapa universitaria significaría para mi vida. De pronto, una pregunta fue susurrada con claridad: “¿y si te deleitaras?”. ¿Qué pasaría si escogiera disfrutar el no saber qué pasará, si me gozara en saber que Papá tomará las decisiones por mí y que no solo será un resultado espléndido, sino que también será una preciosa aventura? ¿Y si solo elijo regocijarme en Su soberanía, en lo que ya ha hecho en mi vida y anticiparme en expectación por lo que hará? Si, en lugar de preocuparme por cómo podrían resolverse los problemas o cuál es la mejor opción para decidir, ¿por qué no me ocupo solamente de mi corazón, de permanecer en una actitud de agradecimiento y deleite en Él, en cuán maravilloso es Él y en cómo Él transformará todas las cosas en verdadera belleza?

Dentro de las piezas que encajan a la perfección en el panorama completo de mi vida, está el que también terminé el 2016 junto al mar. Un año después, una perspectiva completamente distinta. No lo planeé, tampoco fue una coincidencia, fue Su soberanía. Esta vez no me quedé solo en la playa. Decidí entrar por primera vez y disfrutar la sensación de las olas, dejando el miedo y mis zapatos en la orilla. ¿Cómo me había podido perder de algo tan sensacional por tanto tiempo? Luego, al atardecer, caminamos en el agua, en una línea paralela al límite mar/tierra. Llegamos con mi familia a una planicie de agua producida por corrientes que iban en todas direcciones. Jamás hubiera pensado que el caos en las aguas era hermoso. El sol se estaba despidiendo y la brisa jugaba a nuestro alrededor. No tenía ni siquiera mi teléfono en el momento para captar la magnífica orquestación de colores (menos mal que Samuel sí y estas fotos son de ese momento).

Tuve que sentarme. La arena bajo el agua era cálida. No obstante, no era la sola conjunción de todos los elementos sensoriales lo que me impresionaba. Fue ese calmo “estoy aquí. Estoy aquí para ti. Todo esto lo hice para ti”. Su dulce presencia estaba en todo lo que veía y sentía. Comprendí finalmente ese versículo que he oído tantas veces y que me parecía una fórmula imposible: “deléitate asimismo en el Señor y Él concederá los deseos de tu corazón” (Sl. 37:4). Siempre quise saber qué era eso primero, cómo se hacía para obtener lo segundo. Pero entonces solo me importó la primera parte: deléitate. Un mandato amoroso. Lo segunda parte ya no importa porque Él es primero y porque Él es suficiente. Y por lo tanto, finalmente lo segundo sucede: tu corazón es satisfecho, es lleno al fin.

Lo mismo sucedió con “estad quietos y conoced que yo soy Dios…” (Sl. 46:10). Solo al sentarme y calmar mis pensamientos pude captar completamente la belleza de lo que Él hacía. Cuando me angustio y busco activamente qué hacer, me pierdo lo que Él hace. Deleite es ese estado tranquilo, en el que descansas en confianza, en alegre anticipación de lo que Él hará, porque Él siempre ha probado ser más que fiel.

Es el final de marzo ya. Pensaba que esta entrada debía estar terminada los primeros días de enero. Pero no podía. Si bien sabía que “Deleite en 2017” era la guía para esta nueva etapa, esperé a ver qué pasaba con las decisiones que estaba a punto de tomar para entender un poco mejor cómo funcionaría en la práctica. Y esas decisiones condujeron a uno de los peores escenarios que pude haber imaginado según mi concepción de cómo es la perfección. Inicié una nueva etapa académica, no al ritmo que soñaba: con menos cursos, lo cual implica un cambio drástico a los planes generales para mi vida. No podía escribir esto por eso, porque no recuerdo otro inicio de año en el que haya llorado tanto. Empezaba a aceptarlo, evitaba hablar al respecto, pero no podía evitar notar la creciente frustración y el inextinguible dolor. Decía estar confiando en Sus planes, pero en realidad, algo en mí le decía a Él constantemente: “¿por qué me estás haciendo tanto daño?”. Estaba “aceptando” lo que Él había permitido, pero solo como un remedio amargo que tienes que tragar, siempre esperando a que pronto venga algo que sí sea bueno.

Sin embargo, la semana pasada me di cuenta que solo fue una etapa de duelo, porque fue la etapa de ajuste de lo que yo planeaba a lo que había en Su corazón de Padre para mí. Y ya se acabó. Dios no es, de ninguna manera, un dictador insensible sobre nuestras vidas. Es legítimo sentir dolor, se vale reclamarle con frustración; Él nos permite decirle “no entiendo lo que haces y no me gusta”… sin ninguna clase de represalias a cambio. Él valora nuestra transparencia y autenticidad. Algo que yo no había entendido hace un año y por eso también en Soberanía en 2016 se ve el miedo que tenía de ser vulnerable. Pensaba que Dios quería que hablara de las lecciones que estaba aprendiendo como si lo supiera ya todo. ¿Qué sentido tiene eso? Y esa autenticidad (lo que sucede cuando pierdo el miedo y decido ser vulnerable) también es admitir que aunque fue una temporada de desconsuelo, no faltó la belleza. Estos tres meses Él también me ha regalado momentos inimaginables que han llenado tanto mi corazón, haciéndome pensar: “esta es la vida que vale”.

Una de mis clases este semestre termina justo antes del ocaso… Así que cada vez que camino hacia el parqueo, Él me da una nueva oportunidad de fascinarme ante escenas impresionantes. Escenas que se sienten como si fueran hechas solo para mí. Instantes en donde el alegre viento me envuelve como si Él mismo lo hiciera y danzara conmigo. Deleite, la palabra de este año, es eso. Buscar Su mano en todo lo que Él hace. Estar atenta a las perlas que coloca constantemente en mi día, en medio del dolor y confusión que puedan existir. Es afrontar lo desconocido con agradecimiento. Es no preocuparme por qué vendrá; es ocuparme de buscar Su firma en lo que está pasando ahora. Porque no quiero dejar de ver lo maravilloso que Él está haciendo en mí. Ahora.

Crédito de las fotografías: https://www.facebook.com/samuelorellanafotos/?fref=ts

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Hanna Orellana Beitze

Nerd plenamente milenial. Correctora que sufre por comas mal puestas. Sueños de editora. Fan de la cocina y entusiasta de la danza.