Soberanía en 2016

Hanna Orellana Beitze
4 min readJan 2, 2016

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Tú sosiegas el estruendo de los mares, acallas el estrépito de sus olas, y silencias el alboroto de los pueblos.

Después de x tiempo de no ver el mar, el miedo llegó para paralizarme, reemplazando la emoción del reencuentro. Creo que porque es impredecible. Cada rugido, cada ola es imprevista. Decidí quedarme en donde estaba, calculando que esta nueva ola no me alcanzaría y sí… me mojó hasta las rodillas, cuando las demás, de las que me había alejado, no me tocaron. Pensé que estaba en control de la situación.

Soy aprehensiva. Debo admitirlo. Disfruto tener todo bajo control y, cuando es imposible, siento caerme en un oscuro abismo: el temor. Mi problema con el mar, y con la vida en general, es que no está supeditado a lo que yo creo que es mejor. Soy feliz cuando puedo decidir sobre lo que sucede en mi vida. Quisiera poderle decir al mar qué fuerza tendrían que tener las olas y la duración de las mismas para que acariciara mis pies con dulzura. Pero no puedo. Quisiera poder imperar sobre mi vida de manera que cada minuto fuera perfecto, pero no puedo. Y así será siempre. Y el cambiarlo, escapa mi control.

Hablando de la incapacidad de controlar cada aspecto posible, imagina que eres el rey de una nación y tu hijo acaba de convertirse en tu peor enemigo. Al ser el usurpador del trono, podría incluso decidir acabar con tu vida. Tu existencia entera acaba de sufrir una seria alteración de gravedad, y todo lo sobre lo que creías tener control, flota ahora en el aire. Te entendemos, puedes ahora entrar en pánico. Puedes sentir profundo dolor… la magnitud de la traición es incomprensible. Pero, esta historia en 2 Samuel 15, tiene un twist: no hay hiperventilaciones, hay calma y confianza. Con claridad y presteza, el rey David decidió que lo mejor era salir de la ciudadela real, porque sus súbditos leales tenían razones para temer por sus vidas. Incluso, llega a decir que si es porque él ya no es agradable a Dios, que está bien, que se entrega a Su soberanía. Por el contrario, expresa también:

Si cuento con el favor del Señor, Él hará que yo regrese y vuelva a ver el arca y el lugar donde Él reside.

En pocas palabras, para David no había diferencia. Todo estaría bien: él estaba en las manos de Dios, y eso era suficiente. Él sabía perfectamente que el control de toda una nación y de su propia vida había escapado de sus manos, pero Alguien continuaba en control, como siempre lo había estado. Y no había nada que temer. La Persona que posee el control de todo sabe perfectamente lo que hace y Sus designios jamás han sido adversos. Dios es Rey del universo, Dios es soberano.

Creería que no hay nadie más soberano sobre su propia vida que un rey. Pero nadie lo es verdaderamente. Los últimos años, hemos tenido estas pláticas con Dios entre los últimos minutos del año viejo y los primeros minutos del nuevo y siempre hay una palabra, un término que se figura como el reto supremo de los 365 días que inicio (este son 366). Ayer, estaba a punto de acostarme y pensé: “¿qué palabra regirá este 2016?”. Y vi que mi Biblia permanecía sin tocar, después de abrirla y salir disparada a la agenda de shopping del día. Como siempre, mi inconstancia lo había arruinado todo, este año no tendría esa palabra especial. Lo que me correspondía en el orden en el que he estado leyendo era 2 Samuel 15. Y lo que sobresalió de la actitud y las palabras de David aquí fue el principio de soberanía. En estas pláticas de inicio de año, siempre hago una revisión de cada una de las áreas de mi vida y las coloco de nuevo en las manos del Señor, recordando una vez más, Su soberanía sobre mi existencia entera.

Pero el desafío hoy es tener esa calma certeza de que mi Dios es soberano. Que aunque jamás podré estar en control de todo, Él si lo está. Y lo está incluso del mar. No recordaba haber leído la magnificencia poética del Salmo 65:7. Llamó mi atención porque fue el versículo elegido para la portada de Nuestro Pan Diario de 2016. Y hoy, en Sus curiosas coincidencias que me sorprenden, vi la portada y pensé de nuevo en soberanía. Sí, este año quiero confiar en el Único que sosiega el estruendo de los mares, que acalla el estrépito de sus olas y que silencia el alboroto de los pueblos. Quiero confiar, especialmente cuando Él me lleve más allá de lo que incluso mi temeridad creería prudente. Quiero estar segura de que las olas están perfectamente medidas para llegar, refrescantes, a tocar suavemente mis pies. Quiero que, a pesar del estruendo, mi corazón no sienta miedo, sino que no omita ver cómo Su poder y gloria colisionan con la que, de otra manera, sería mi monótona vida. Quiero estar consciente de que no puedo tener el control de todo y eso está bien; que Él sí lo tiene, y Él puede hacer cada minuto perfecto. Él puede hacer que cada minuto valga la pena. Me quedaré aquí, en donde Él me ha dicho que esté, resistiendo a la tentación de retroceder cuando las olas parecen ser fuertes, dejando que Él me enseñe a ser valiente ante los retos. Y cuando me pida ir más allá y conquistar mis temores, Lo tomaré de la mano e iré a donde debo ir. Confiaré en que, aunque me halle en medio de la peor de las tormentas, Él las calmará con una sola palabra. Y dejaré atrás mi aprehensión y no permitiré que mis preocupaciones y temor me distraigan de ver cómo mi soberano Dios obra en el panorama completo de mi vida.

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Hanna Orellana Beitze

Nerd plenamente milenial. Correctora que sufre por comas mal puestas. Sueños de editora. Fan de la cocina y entusiasta de la danza.