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Reflexiones a propósito de una circunferencia de cintura

Mariana Alvarez Aceves
5 min readSep 19, 2021

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En mis veintitantos años de consulta como nutrióloga me he encontrado en el mismo escenario una y otra vez. El cuadro se repite, solo cambian los nombres. Y no puedo evitarlo, tan alta incidencia me lleva a divagar entre singulares reflexiones.

Trato de explicarlo.

La semana pasada Daniela fue a consultarme por primera vez. Al agendar su cita vía WhatsApp me dijo que le urgía bajar de peso. No obstante, cuando llegó a consulta me encontré con una mujer joven, atractiva y de peso visiblemente saludable.

Daniela tiene 29 años y un buen puesto en una empresa multinacional que fabrica autopartes. Está casada desde hace cuatro años, no tiene hijos porque así lo ha decidido, se encuentra en excelente estado de salud y aparentemente todo va bien con su vida.

— Mi problema es que no puedo quemar estos rollitos, — se quejó pellizcando un pequeño pliegue en su cintura y tratando, sin éxito, de esconder su angustia detrás de una sonrisa.

Después de completar mi evaluación, encontré que Daniela tiene un peso corporal ligeramente bajo, un porcentaje de grasa saludable y una circunferencia de cintura muy lejos de representar algún riesgo. También revisé los resultados de su último check up anual y vi que sus valores bioquímicos se encuentran dentro de parámetros normales.

«Es afortunada» dije para mí misma. «Todo indica que se encuentra en buen estado de salud y no parece tener riesgo de que esto cambie pronto. Poca gente puede decir lo mismo».

Sin embargo, ella no parecía satisfecha.

— He tratado de todo un poco, — me confesó — . Pero no logro desaparecer esta pancita.

— Entiendo, pero te tengo buenas noticias. No necesitas bajar de peso. Y tu composición corporal se encuentra en perfectas condiciones. — Le anuncié intentando parecer entusiasmada, a pesar de saber muy bien lo que vendría en seguida.

Como Daniela, muchos de mis pacientes se comparan con estereotipos de belleza corporal muy distantes de lo que es un cuerpo saludable. A pesar de su excelente diagnóstico nutricional, con sus 70 centímetros de cintura Daniela se encuentra lejos de verse como las modelos de las tiendas en línea y las instagramers y youtubers que marcan tendencia en la moda, la cosmética y aún en otras áreas no relacionadas con el modelaje y mucho menos con la salud.

El mensaje que Daniela ha recibido toda su vida es claro: Las personas exitosas son hermosas y las personas hermosas son delgadas. Muy delgadas.

Intento explicarle que todo está bien, que hay muchas formas corporales distintas, bellas y saludables. Trato de hacerle ver que se ha comparado con estándares equivocados. Sin embargo, estoy segura de que ha escuchado el mismo sermón muchas veces y sabe bien cómo responder a él.

Cuando le propongo no centrarnos en su peso y talla, sino en identificar malos hábitos alimentarios para tratar de mejorarlos, no me extraña que su expresión risueña y bromista se desvanezca dando lugar a un gesto más grave y solemne.

— No me comparo con nadie — anunció orgullosa — . Quiero adelgazar por mi bienestar. Para sentirme bien conmigo misma.

La escucho y siento que se me cae el alma a los pies. Cuidar la salud por amor a uno mismo está muy bien, pero poner el bienestar emocional en algo tan efímero, superficial y subjetivo como los números de la báscula o la circunferencia de la cintura me parece no solo riesgoso, sino terriblemente deprimente.

Sé que, como Daniela, una infinidad de hombres y mujeres de todas las edades viven todos los días de la mayor parte de sus vidas peleando contra su propia imagen.

Y no los culpo.

Vivimos una época en que la belleza física, el éxito profesional y la holgura económica se valoran por encima de todas las cosas. La felicidad se persigue a toda costa. Pero la felicidad que no puede ser capturada en una fotografía, la felicidad que no es visible, la que no puede contarse, no existe. Sin el reconocimiento público, sin la aprobación constante, más y más gente se siente perdida.

El problema es que, como dicen por ahí, la verdadera felicidad no tiene foto. Como lo escribió Octavio Paz: Saber contar no es saber cantar.

Confiar el bienestar emocional a la belleza física, el reconocimiento externo o el éxito económico solo nos lleva a querer siempre más, pero la insatisfacción continúa.

Por otro lado, los seres humanos estamos llenos de contradicciones. Y muchas de esas contradicciones se alimentan, por lo menos en parte, con nuestra voraz necesidad de satisfacciones externas.

Nos quejamos del cambio climático y aplaudimos a aquellos que reciclan su basura, pero si tenemos treinta pares de zapatos quisiéramos tener cuarenta.

Organizamos reuniones en las que abundan la comida y la bebida, nos jactamos de visitar los restaurantes de moda como símbolo de felicidad y estatus y luego ridiculizamos a aquellos que no creemos capaces de comer con frugalidad.

Reconocemos públicamente el valor de los bienes espirituales y luego nos dejamos llevar por la adulación, la envidia, la crítica destructiva y el consumismo.

Y en medio de tanta incoherencia, personas como Daniela publicarán en redes sociales las maravillas de la dieta cetogénica para adelgazar. Y probablemente lo harán justo al día siguiente de publicar la foto de su magnífico y azucarado pastel de cumpleaños. Además, harán chistes y bromas sobre sus propias panzas y las de sus vecinos, sobre sus aciertos y sus intentos fallidos en el camino por obtener el cuerpo perfecto.

Cuando veo que tanta gente reacciona positivamente a este tipo de publicaciones me pregunto si ninguno de los que las comparten tendrá entre sus “amigos” a alguien que sufre obesidad. Me parece prácticamente imposible viviendo en un país como México, en el que el 75% de los adultos tienen sobrepeso. La obesidad, como el cáncer y la diabetes, es una enfermedad crónica, multifactorial y quienes la padecen no eligieron tenerla.

¿Porqué las burlas?

— Si Daniela, con lo delgada que se ve, se ha puesto a dieta, yo no debería beber ni agua, — se reprenden a sí mismas sus amigas más corpulentas — . Soy una gorda, soy menos que basura, — se reprochan inconscientemente.

Parece que nadie se da cuenta de que cada broma, cada recomendación bien intencionada pero mal fundamentada, cada lamento por una cintura “imperfecta” es una piedra más en el zapato de aquellos que viven con obesidad. Es un nudo más en su confusión. Una espina más en la estigmatización de la que son objeto.

Pero para no quedarse fuera del juego ellos mismos entren en él. Es mejor reírse de sí mismos que dejase afectar más de la cuenta.

No soy experta en comportamiento humano, pero mi experiencia en la consulta y mis propias vivencias me llevan a darme cuenta de que las personas más capaces de reconocer, agradecer y disfrutar de las cosas pequeñas y cotidianas son menos propensas a hacer compras compulsivas, usar la comida como un medio para enfrentar las emociones y a obsesionarse con su imagen corporal.

Así que, como vivimos malos tiempos para esas pequeñas cosas que no pueden captarse con el modo retrato de la cámara del celular, me temo que seguiré viendo casos como el de Daniela más veces de las que me gustaría.

Es solo que ya no puedo seguir observando en silencio cuanta tranquilidad le roban nuestros hábitos modernos a tanta gente.

Ya no.

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Mariana Alvarez Aceves

Nutrióloga por profesión, educadora por vocación y lectora de corazón.