La historia de Adnan Kobas

Ismael Baum
3 min readApr 6, 2020

En 2019, recibí un mensaje de WhatsApp de mi amigo Carlos Alves. Se encriptó en su teléfono móvil mientras bajaba de un Uber en el centro de Nueva York. Rebotó algunas veces en varios servidores entre Virginia y California, antes de ser desencriptado al llegar a mi celular, tirado sobre mi escritorio en San José de Costa Rica. El mensaje, motivado por mi pasión ajedrecística, indicaba lo que le contaba su conductor de Uber.

Adnan Kobas, nacido en Bosnia y nacionalizado estadounidense, se dedicaba ahora a transportar pasajeros en la ciudad que nunca duerme. A algunos de sus clientes les hablaba sobre su título de Maestro FIDE de ajedrez, a Carlos le contó sobre sus victorias en los campeonatos estatales abiertos de Connecticut de 1995, 1996 y 1997.

Aunque en ese momento no sabía su nombre y sólo lo conocía como El Uber del sudeste de Europa, fue bastante fácil encontrarlo en Internet. Confirmé la historia por simple curiosidad y todo hubiera terminado ahí, de no haber bajado a ver los ganadores de los otros torneos que se jugaron paralelamente en 1995. Claudio Gutiérrez, el nombre de mi abuelo, se destacaba en la página como si estuviera escrito en letras de neón y no en tipografía Times New Roman de 12 puntos, flaca y sin subrayado. Aparecía como el ganador en otra de las categorías.

A mediados de los años 90, Claudio me enseñaba a mover las piezas, de la misma manera que le enseñó a otros doce nietos antes que a mí. Con mis pequeñas manos tomaba un peón blanco y lo colocaba en la casilla b3, acto que cambiaría mi vida para siempre. Las hermosas piezas de madera tenían un pin metálico despuntando de su base, con la dificultad adicional de tener que insertarlas en los diminutos hoyos al centro de cada escaque.

En los años 70, Claudio y su hermano Rodolfo solían tomar el tren hacia Limón, la mitad del viaje recogiendo las piezas que se deslizaban del tablero hacia el suelo del vagón. Claudio, reconocido por su ingenio, ideó la solución de clavar pines en cada pieza para fijarlas en su lugar. Unos 20 años después me enseñaba a jugar en ese mismo tablero de madera. Más de 20 años han pasado desde que aprendí a jugar y no he visto replicada esa decisión carpinteril en ningún otro tablero de ajedrez.

Al ver su nombre en el torneo estatal de Connecticut de 1995 pensé de inmediato en varias posibilidades. Podría ser una simple casualidad, esa sería la explicación más sencilla y, según Ockham, la más probable. Sin embargo, tuve que considerar que Claudio en algún momento era profesor en la Universidad de Delaware, a poco más de 200 millas de Connecticut. Además no era extraño que hiciera ese tipo de viajes, como me lo confirmó mi abuela Marlene al día siguiente. Ella no recordaba específicamente ningún torneo de ajedrez 24 años atrás, pero me aseguró emocionada que tenía que ser él.

Casi un año después comencé a escribir este relato y fue igual de fácil, al corroborar los datos del torneo, conocer la identidad del otro Claudio Gutiérrez. El Claudio chileno que participó en los torneos de ajedrez cursaba su doctorado en Ciencias de la Computación en la Universidad Wesleyana de Connecticut. El Claudio costarricense seguramente me enseñaba a jugar mientras el otro ganaba el torneo. Mi abuelo no ganó el torneo de Connecticut. Pero aunque ahora no está en condiciones de recordarlo, quizás en algún momento se encontraron PhD Claudio Gutiérrez y entonces PhD(c) Claudio Gutiérrez en los alrededores de Nueva York. Quizás conocieron la casualidad de encontrar a otro científico latinoamericano con el mismo nombre en la misma ciudad. Y quizás se sentaron a jugar una partida de ajedrez.

Escrito en 2020

--

--