Cuarenta y nueve
Por Alejandro Juárez Zepeda
Este cumpleaños tendrá una resonancia peculiar, una textura que deslumbra con el polvo brillante del tiempo. Nací el 28 de noviembre de 1975, a las 9:30 de la mañana, en el Hospital de México, en el Distrito Federal. Fue una hora temprana pero no inusual, una fecha marcada en un calendario cualquiera, y desde entonces los aniversarios de mi existencia han sido, como todo lo humano, un péndulo que oscila entre luces y sombras.
Pero este año, mañana será diferente.
- Porque mañana estaré sobrio, un hecho que, aunque pueda parecer simple, es una cumbre alcanzada tras un ascenso arduo.
- Porque mañana estaré rodeado de quienes amo, un privilegio que la vida me concede como un regalo que a menudo no supe desempaquetar con el cuidado que merecía.
- Porque, por primera vez en mucho tiempo, siento que hay motivos genuinos para celebrar: pasos concretos, pequeños avances que construyen un camino más claro.
Sin embargo, no sería honesto ignorar las grietas. Mi momento no es sencillo. Lidio con los ecos de mis días pasados, con el cansancio de llevar máscaras que se alternan según el escenario, con la fatiga de mantener una autenticidad dividida entre lo que soy y lo que el mundo espera que sea.
Mañana no es solo una fecha. Es un umbral, un rito discreto de agradecimiento, una celebración de la vida compartida. Aquellos que considero mis seres amados estarán ahí, algunos en cuerpo, otros en espíritu, pero todos presentes en el calor que me sostendrá.
Y como el día se avecina cargado de sentido, quiero cerrarlo con unos versos de Violeta Parra, que me hablan al oído con la ternura de lo esencial:
Todo lo cambia el momento
Cual mago condescendiente
Nos aleja dulcemente
De rencores y violencias:
Sólo el amor, con su ciencia,
Nos vuelve tan inocentes.
Así será mañana: un instante suspendido en el aire, lleno de amor y de esa magia condescendiente que, por un día, me permitirá ser simplemente yo.
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