Los olvidados “grabadores” del lenguaje

Javier Eduardo Calero Guillen
11 min readOct 20, 2023

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Este es el primero de una serie de posts (quizá tres o cuatro) sobre la traducción literaria.

This is the first of a series of posts (three or four perhaps) about literary translation. The English version is below.

Notebook with notes and blackouts on top of a laptop keyboard

¿Cuántas veces hemos leído un libro traducido? Si nos detenemos a pensar, son muchísimos. Por ejemplo, una de mis pasiones es la obra de Tolkien, la primera vez que leí El Señor de los Anillos y El Silmarillion fue en español. También he leído en español Harry Potter, Frankenstein, La Metamorfosis, El Retrato de Dorian Gray, Alicia en el País de las Maravillas, Las Mil y Una Noches. O comics como Spiderman y Batman.

Si ustedes también hicieron su lista de obras literarias que han leído en un idioma diferente al que fueron originalmente escritas. Probablemente, es tarea relativamente sencilla mencionar a sus autores. JRR Tolkien, JK Rowling, Mary Shelley, Franz Kafka, Oscar Wilde, Lewis Carrol. ¿Pero puedo (podemos) nombrar a los traductores que hicieron posible que estas obras estuviesen en nuestras manos y pudiéramos disfrutarlas?

Es que los traductores han sido siempre esos artistas a los que dejamos en el rincón del olvido. Es posible, aunque intente usar Google, que encontrar quienes fueron los que tradujeron del inglés al español, o del francés al español, o del checo al español las obras que he leído sea una tarea prácticamente imposible. No solo porque tendría que recordar la editorial y la edición que leí, sino porque muchas editoriales omiten a los traductores en los créditos.

Traducir siempre se ha visto más como un proceso mecánico, como un trabajo meramente artesanal y técnico y no como un arte en sí.

Aquí surge una pregunta interesante. ¿Por qué no los incluyen? La razón es que traducir siempre se ha visto más como un proceso mecánico, como un trabajo meramente artesanal y técnico y no como un arte en sí. Habrá quien pensará que traducir es solamente tomar el diccionario (o Google Translate) y trasladar una palabra de su idioma fuente a un idioma objetivo. Algo que cualquiera puede hacer, especialmente ahora que contamos con herramientas CAT (por cierto este texto lo traduje al inglés usando una de estas herramientas y en un post posterior les diré mi opinión). Entonces, si es algo que cualquiera puede hacer, ¿por qué habría una editorial de incluir a los traductores en los créditos? ¿Por qué tengo la osadía de llamarlos artistas?

Durante mucho tiempo, la tendencia en la industria, especialmente en el mundo editorial anglosajón, ha sido creer en el traductor invisible. Alguien que es completamente fiel al original porque el texto valioso, el texto que tiene calidad literaria, es el texto original y el traductor únicamente está reproduciendo este original, la verdadera obra de arte, a un idioma diferente. Sin embargo, traducir es más que solo trasladar una palabra de un idioma a otro. Jakobson identifica tres tipos de traducciones. Las intralingüísticas, las interlingüísticas y las intersemióticas. Esto ya nos abre un panorama muchísimo más amplio para lo que hace un traductor. Traducir es también actualizar y hacer asequibles textos, dentro de un mismo idioma, que quedarían en el olvido o limitados a una audiencia muy pequeña. No tengo dudas que sería incapaz de leer El Quijote tal como lo escribió Cervantes. De no ser por un traductor que lo actualizo y renovó al español contemporáneo que leo y hablo, no lo hubiese podido leer. Prueben leer los textos de Miguel de Cervantes, William Shakespeare o François Villon a como fueron escritos originalmente y me cuentan.

Un traductor además traslada la cultura del texto original y la hace inteligible a la cultura de los lectores del idioma objetivo. Quienes me leen y son bilingües sabrán lo difícil que es traducir una broma de un idioma a otro y que sea aún graciosa sin tener que dar muchas explicaciones sobre el contexto cultural. “La Coca-Cola son las aguas negras del imperialismo” es mi ejemplo favorito. Una frase que juega maravillosamente con el significado de “aguas negras” en español, pero que, lo digo por experiencia propia, al trasladarlo al inglés o al francés se aniquila todo el poder que tiene ese juego con el lenguaje. Intenten hacer su propia traducción de esa frase y vean si no les estoy mintiendo.

Estos ejemplos que mencioné nos dan una idea de la compleja tarea y los problemas que enfrentan quienes traducen textos literarios. Quien traduce un poema, ¿debe intentar transmitir la sonoridad de los versos o las imágenes del poema? ¿O debe ser completamente “fiel” al texto y en el proceso asesinar toda la sonoridad y mandar al carajo las imágenes? Si el poema tiene rimas y queremos conservar las rimas al realizar la traducción, nos daremos cuenta de que hay sonidos que son imposibles de rimar, porque sencillamente ciertos sonidos no existen en el idioma objetivo. Recuerdo a una compañera traductora que tenía el reto de hacer rimar en español el apellido de Sylvia Plath.

Si no son las rimas, es trasladar el contexto cultural en que fueron escritos a un idioma en el que la audiencia que lo leerá no tiene ese bagaje cultural, porque son sociedades con historias diferentes. Recuerdo estar traduciendo un poema de Roque Dalton y preguntarme si debía traducir los nombres de los burdeles que mencionaba el poema. Tenía la opción de traducir los nombres de estos lugares al inglés de manera tal que se leyera más fácil. O talvez era mejor alternativa dejar los nombres en español, como nombres propios, y que los lectores tuviesen que o bien leer notas al pie que debería incluir o que ellos mismos tuviesen que investigar que eran estos lugares.

Borges decía que un texto literario es una serie de borradores sucesivos. Una relectura y reescritura constante. Qué mejor ejemplo de esto que el proceso de traducción.

Y aquí toco otro tema espinoso, otro problema con el que los traductores literarios deben lidiar. Las notas al pie. Deben incluirse tantas como sean necesarias para aclarar cada pequeño detalle o guiño cultural y lingüístico o debe mencionarse solo en el prólogo las consideraciones que se hicieron al traducir y dejar al lector que enfrente el texto por sí mismo. Quizás otra opción sea reescribir buena parte del texto de manera tal que se entienda sin tantas notas y explicaciones. Cometiendo así el sacrilegio, para quienes pugnan por la fidelidad absoluta al texto original, de incluir como traductores nuestra propia visión y estética y ser reescritores, coautores de ese texto.

Sí, acabo de decir lo que entendieron. El traductor literario es coautor de los textos que traduce. No solo cuando tiene partes del texto difíciles de trasladar al idioma meta, sino cuando decide que rimas, imágenes o ideas conservar. Borges decía que un texto literario es una serie de borradores sucesivos. Una relectura y reescritura constante. Qué mejor ejemplo de esto que el proceso de traducción. El traductor que lee un texto, pero que mientras lo lee en su mente está pensando como será en el nuevo idioma. Que luego desmenuza el texto, lo escribe una, dos, tres, muchas veces en el nuevo idioma. Y cada vez que lo escribe lo vuelve a leer. Una serie de borradores que renuevan y actualizan el texto. Y cada nueva traducción es este mismo proceso de relectura, reescritura y renovación de los textos.

Solía ser de las personas que decía que prefería leer siempre el texto en el idioma original en que fue escrito. Aún me gusta (cuando está al alcance de mis capacidades lingüísticas) pero he aprendido a valorar lo que los traductores literarios hacen.

Me gusta imaginar a los traductores como los grabadores del lenguaje. Hace algunos siglos, los grabadores eran vistos como meros artesanos, que con gubias y punzones reproducían las obras artísticas que hacía un ilustrador. Sin embargo, los grabadores debían realizar con las líneas y trazos la misma labor que los traductores realizan con las palabras. Decidir que trazo, con qué grosor y profundidad, debía reproducirse en el nuevo soporte. Los grabadores reinterpretaban y redibujaban en el metal, la madera o el linóleo; lo que los ilustradores habían producido anteriormente. Hoy nadie duda que el grabado es un arte por derecho propio. Hoy, no deberíamos de dudar que traducir textos literarios, es un arte por derecho propio.

The forgotten language “engravers”.

How many times have we read a translated book? If we stop to think about it, there are many. For example, one of my passions is the work of Tolkien, the first time I read The Lord of the Rings and The Silmarillion was in Spanish. I have also read in Spanish Harry Potter, Frankenstein, The Metamorphosis, The Portrait of Dorian Gray, Alice in Wonderland, The Thousand and One Nights. Or comics like Spider-Man and Batman.

If you also made your list of literary works that you have read in a different language than they were originally written. Probably, it is a relatively simple task to mention their authors. J.R.R. Tolkien, J.K. Rowling, Mary Shelley, Franz Kafka, Oscar Wilde, Lewis Carroll. But can I (can we) name the translators who made it possible for these works to be in our hands and for us to enjoy them?

Translators have always been those artists whom we leave in the corner of oblivion. It is possible, even if I try to use Google, that finding out who were the ones who translated from English to Spanish, or from French to Spanish, or from Czech to Spanish the texts I have read is a practically impossible task. Not only because I would have to remember the publisher and the edition I read, but because many publishers don’t include translators in the credits.

Translating has always been seen more as a mechanical process, as a purely artisanal and technical job, and not as an art in itself.

This raises an interesting question. Why don’t they include them? The reason is that translating has always been seen more as a mechanical process, as a purely artisanal and technical job, and not as an art in itself. Some will think that translating is just taking the dictionary (or Google Translate) and translating a word from its source language into a target language. Something that anyone can do, especially now that we have CAT tools (by the way, I translated this text into English using one of these tools and in a later post I will tell you my opinion). So if it’s something anyone can do, why would a publisher include translators names in the credits? Why do I have the audacity to call them artists?

For a long period of time, the trend in the industry, especially in the Anglo-Saxon publishing world, has been to believe in the invisible translator. Someone who is completely faithful to the original source because the valuable text, the text that has literary quality, is the original text and the translator is only reproducing this original, the true work of art, into a different language. However, translating is more than just transcribing a word from one language to another. Jakobson identifies three types of translations. Intralinguistics, interlinguistics and intersemiotics. This opens up a much broader scope for what a translator does, as they also update and make texts accessible, within the same language. Texts that otherwise would be forgotten or limited to a very small audience. I have no doubt that I would be unable to read Don Quixote in the way Cervantes wrote it. I would not have read it if a translator hadn’t updated and reworded into contemporary Spanish first, the Spanish I read and speak. Try reading the texts of Miguel de Cervantes, William Shakespeare or François Villon as they were originally written and tell me how that goes.

A translator also translates the culture of the original text and makes it understandable to the culture of the readers in the target language. Those who read me and are bilingual will know how difficult it is to translate a joke from one language to another, and keep it funny without having to give many explanations about the cultural context. “La Coca-Cola son las aguas negras del imperialismo” is my favorite example. A phrase that plays beautifully with the meaning of “aguas negras (sewage)” in Spanish. However, I can tell from my own experience, when it is translated into English or French, all the power that this word game has is annihilated. Try to make your own translation of that phrase and see if I’m lying to you.

These examples I mentioned give us an idea of the complex task and problems faced by those who translate literary texts. When translating a poem, should you try to transmit the sonority of the verses or the images int the text? Or should you be completely “faithful” to the text and in the process murder all the sonority and get rid of the images? If the poem has rhymes, and we want to keep the rhymes when translating, we will realize that there are sounds that are impossible to rhyme, because certain sounds simply do not exist in the target language. I remember a fellow translator who had the challenge of rhyming Sylvia Plath’s last name in Spanish.

The literary translator is a co-author of the texts he translates. Not only when you have parts of the text difficult to translate into the target language, but when you decide which rhymes, images, or ideas to retain.

If they are not the rhymes, it is to translate the cultural context. Convey the ideas written in the text into a language in which the audience that will read them does not have that cultural background, because they are societies with different histories. I remember translating a poem by Roque Dalton and wondering if I should translate the names of the brothels he mentioned in the poem. I had the option to translate the names of these places into English in a way that was easier to read. Or perhaps it was better to leave the names in Spanish, as proper names, and that readers had to either read footnotes that I should include or that they themselves had to investigate.

And here I touch on another thorny issue, another problem that literary translators must deal with. Footnotes. As many as necessary should be included to clarify every little detail or cultural or linguistic wink, or the considerations that were made should be mentioned only in the foreword and then let the reader face the text by themselves. Perhaps another option is to rewrite a good part of the text in such a way that it is understood without so many notes and explanations. Thus committing the sacrilege, for those who strive for absolute fidelity to the original text, of including our own vision and aesthetics as translators and rewrite the text to become co-authors.

Yes, I just said what you understood. The literary translator is a co-author of the texts he translates. Not only when you have parts of the text difficult to translate into the target language, but when you decide which rhymes, images, or ideas to retain. Borges said that a literary text is a series of successive drafts. A constant re-reading and re-writing. What better example of this than the translation process. The translator who reads a text, but also, while reading, in his mind is thinking about how it will be in the new language. Who then breaks up the text, writes it one, two, three, many times in the target language. And every time he writes it, reads it again. A series of drafts that renew and update the text. And every new translation is this same process of re-reading, re-writing, and renewing texts.

I used to be one of those people who said that preferred to always read the text in the original language in which it was written. I still like it (when it is within my linguistic abilities) but I have learned to value what literary translators do.

I like to imagine translators as the engravers of language. A few centuries ago, engravers were seen as mere craftsmen, who with gouges and punches reproduced the artistic works made by an illustrator. However, the engravers had to do with the lines and strokes the same work that the translators do with the words. Decide which stroke, with what thickness and depth, should be reproduced on the new support. Engravers would reinterpret and redraw in metal, wood, or linoleum, which illustrators had previously produced. Today, no one doubts that engraving is an art in its own right. Today, we should not doubt that translating literary texts is an art in its own right.

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Javier Eduardo Calero Guillen

Middel Earth nerd, constructor de poemas y de edificios, practicante de yoga, ADHDer, migrante.