Los diseñadores anónimos de Notre Dame y el misterio de las catedrales.

Javier Montañés Esquíroz
4 min readApr 16, 2019

“Los constructores de la Edad Media habían heredado la fe y la modestia. Artífices anónimos de verdaderas obras maestras, edificaron para la Verdad, para la afirmación de su ideal, para la propagación y el ennoblecimiento de su ciencia. Los del Renacimiento, preocupados sobre todo de su personalidad, celosos de su valor, edificaron para perpetuar sus nombres. La Edad Media debió su esplendor a la originalidad de sus creaciones; el Renacimiento debió su fama a la fidelidad servil de sus copias. Aquí, una idea; allá, una moda. De un lado, el genio; del otro, el talento. En la obra gótica, la hechura permanece sometida a la Idea; en la obra renacentista, la domina y la borra. Una habla al corazón, al cerebro, al alma: es el triunfo del espíritu; la otra se dirige a los sentidos: es la glorificación de la materia. Del siglo XII al XV, pobreza de medios, pero riqueza de expresión; a partir del XVI, belleza plástica, mediocridad de invención. Los maestros medievales supieron animar la piedra calcárea común; los artistas de Renacimiento dejaron el mármol inerte y frío.”

Fulcanelli — El Misterio de las Catedrales

Hace ya muchos años, cuando empecé mi carrera como diseñador, que tuve la oportunidad de leer El Misterio de las Catedrales de Fulcanelli, una obra maravillosa para todos los que amamos el arte, la simbología, el diseño y el significado profundo de las cosas. Recuerdo especialmente el anterior párrafo como si lo hubiese leído ayer mismo, me hizo entender la importancia del diseño, de cuáles deben ser los valores del verdadero diseñador y me conectó con todas esas personas anónimas que a lo largo de la historia han querido hacer de este mundo un sitio mejor, aportando su ingenio y su creatividad.

Aunque todos recordamos a Miguel Ángel, a Bernini y a Brunelleschi, ¿quién se acuerda de Jean de Chelles, Pierre de Montreuil y todos aquellos constructores anónimos que levantaron la catedral de Notre Dame?, ¿qué les motivaba a esas personas a entregarse en cuerpo y alma a una obra, que probablemente, nunca iban a ver terminada y por la que seguramente nadie les recordaría?.

En un mundo en el que Dios estaba en el centro de todas las cosas, los constructores de catedrales sabían que su obra no les pertenecía, el autor era divino, ellos tenían el honor de haber sido los elegidos para tender un puente entre el gran arquitecto del universo y los hombres. Más tarde, en el Renacimiento, llegó el Humanismo, el hombre se convirtió en el centro de todas las cosas, pasó a ocupar el lugar de Dios y el artista empezó a mirarse al ombligo.

No me malinterpretéis, reconozco que Fulcanelli es muy extremo en su postura, el Renacimiento nos dejó algunos de los mayores exponentes de la creatividad humana, pero quedémonos con la esencia de lo que nos quiere transmitir. El autor en su libro habla de la humildad, de un creador al servicio de un ideal mayor que él mismo, Fulcanelli me hizo entender que el diseñador no es un artista que busque expresar su yo más intimo, sus emociones o que trate de imponer su estética y su visión sobre el mundo. El diseñador no es un genio, no es un visionario, y como los antiguos constructores debe dejar de mirarse al ombligo y buscar un fin más elevado, empleando su creatividad de manera silenciosa, no para alabar a Dios, sino para mejorar la vida de las personas y sociedad.

Cuánto daño han hecho a la profesión todos esos diseñadores que por alimentar su vanidad han hecho sillas en las que nadie puede sentarse, edificios en los que nadie puede vivir o libros que nadie puede leer, simplemente porque “son de diseño”.

Esa humildad que también se refleja en los materiales, la piedra caliza de las catedrales francesas en contraposición al frío mármol de los palacios florentinos. La riqueza no estaba en la piedra en sí, sino en la idea que se quería transmitir a través de ella, trabajada sin descanso, por los maestros canteros que la dotaban de alma. Los constructores medievales nos dan otra buena lección, cuando un concepto es lo suficientemente fuerte, el envoltorio es lo menos importante. No nos dejemos llevar por las modas y por la copia fácil, sin un concepto y sin alma, pocas cosas pueden sustentarse.

Notre Dame como el Ave Fénix, volverá a nacer de sus cenizas.

Ayer mientras ardía Notre Dame, pensaba en todas estas cosas, y como la mayoría de nosotros, creí que la vieja catedral no sobreviviría a la furia de las llamas. Mi sorpresa fue mayúscula cuando se abrieron las puertas y salvo algunas magulladuras, los arcos y las bóvedas seguían en pie, unos arcos aparentemente frágiles pero capaces de aguantar revoluciones, guerras, terremotos e incendios.

Me alegré porque la catedral reveló uno de sus misterios, pasó la terrible prueba e hizo visible el trabajo silencioso de aquellos constructores, que hace 800 años, lo habían previsto todo para que la vieja dama siga ahí eternamente, me alegré mucho por ellos.

Muchas veces, cuando nos imaginamos la Edad Media vemos a una horda de salvajes que se dedicaban a matar herejes y conquistar ciudades a golpe de espada, pero ayer nos dieron una buena lección ¿cuántas obras nuestras durarán mil años?, ¿cuántas hemos hecho sin esperar un reconocimiento inmediato?, ¿cuál será el legado de nuestra civilización?, ¿el fast food?.

Hagamos algo que valga la pena.

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