La verdadera belleza del toreo: la geometría
— contra taurinos y antitaurinos —
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¡Qué maravilla Medium! ¡Cómo se disfruta leyendo! Encontrando cuentos, poesías e ideas de interés, amoldadas perfectamente al tempus meum. Pero sobre todo, me fascina el efecto de precisión de los tags. Un ejemplo es la lectura que hice recientemente de dos artículos sobre toros, las ideas de uno y otro no me interesaron en principio pero aquí, en este formato, me llevaron rápido a una antigua reflexión.
A mi parecer, los argumentos que se suelen emplear para justificar el toreo son inútiles, falsos e incluso absurdos. Por otro lado, los argumentos que habitualmente esgrimen los denominados antitaurinos son irrebatibles por el mero hecho de pertenecer al ámbito de lo políticamente correcto. Sí, lo políticamente correcto, lo que está bien dicho desde antes de decirlo porque sabemos de antemano que complacerá a la sociedad-individual.
Sí estoy de acuerdo, tal y como se apunta en ambos textos, en que en unos años la discusión acabará porque el toreo será ilegal. Fin de la discusión. Acepto las normas sociales y la ley; pero también desvelaré que soy políticamente incorrecto y que, como recitaba Dulce María Loinaz, ‘en mis versos, soy libre’. Por eso, aquí, en mis versos, desvelaré mi visión del toreo, lo que me fascina y seduce sin tabúes.
La belleza del toreo no está en la estética, ni en las figuras que componen toro y torero durante las suertes. Eso es rotundamente falso. La belleza se sitúa mucho más atrás, en la mera relación natural, porfiada entre dos elementos, toro y torero. Por eso, para que se dé el toreo no hace falta ni plaza, ni espectadores, ni trajes de luces. ¿Intuis por qué dejó de gustarme el espectáculo taurino y me sigue fascinando el toreo?
Un paso más. El toreo puede darse en cualquier lugar, pero siempre ha de darse de modo natural, y en la mejor de las igualdades. Cuanto más se respeta esta norma, más belleza. Eso se valora atendiendo a una cuestión técnica esencial: geometría. Y aquí cobra sentido el por qué José Ortega y Gasset dijo en su día que a una plaza de toros “el que no sepa geometría no puede entrar”.
Constituyen [toro y torero] lo que los matemáticos llaman un ‘grupo de transformación’. […] En la terminología taurina, en vez de espacios y sistemas de puntos, se habla de ‘terrenos’, y esta intuición de los terrenos — el del toro y el del torero— es el don congénito y básico que el gran torero trae al mundo. […] Todo lo demás, aun siendo importante, es secundario: valor, gracia, agilidad del músculo. […] Pero el toreo auténtico y pleno presupone ineludiblemente aquella extraña inspiración cinemática que es, a mi juicio, el más sustantivo talento del gran torero.
Y otro paso. La sangre. El espectáculo tal y como se concibe todavía hoy incluye el uso de banderillas, puyas y un estoque. También cornadas. Incluso si se descartaran, es indudable que toro y torero padecerían estrés durante el trance. Si atiendo a mi razonamiento en un sentido estricto, la idea de toreo y naturaleza comprende el estrés y la sangre. El fallo es cuando la naturaleza se manipula y se altera la geometría. Entonces, el toreo pierde su sentido y se convierte en algo sin razón de ser como cuando en el rodaje de un documental se obliga al alacrán mediante artimañas a clavarse su propio aguijón para conseguir la escena.
Comparemos. En la Edad de Bronce, en Creta, el toreo era puro, geométrico. El espectáculo actual es impuro. Por eso estoy contra el espectáculo y no contra el toreo que pervivirá siempre, aunque no se dé. Pero la sangre no tiene la culpa de esa impureza, es más, puede acompañar el toreo con naturalidad. Pero cuando la geometría es quebrantada — haya sangre o no— el resultado es muy lamentable.
Por tanto, en la naturaleza del hecho está la belleza que me atrae del toreo siempre y cuando se dé la mejor de las igualdades, la geometría. Toro y torero — además — siempre deben tener una puerta abierta para abandonar la lid. Ambos. Se puede torear a campo abierto y el toro seguir acometiendo y acometiendo. Cuando se sienta derrotado, si lo siente, se marchará, como haría tras una pelea con un hermano de camada. Lo mismo el torero, si se nota incapaz. Es más, esa querencia del toro se podría respetar incluso en las corridas actuales, dejando una puerta abierta — literalmente — para que pueda huir cuando quiera.
En definitiva, la tauromagia es de las pocas cosas sustanciales y esenciales que quedan en la humanidad cercana. Donde la idea de belleza no radica en la pamplina de la estética, sino en un concepto más complejo y técnico. Una belleza que esconde acometida, honestidad, fiereza, miedo, muerte… Es cierto que el valor innato del amor o el racional de la paz son maravillosos; pero hay otros conceptos que se dan en el mundo, nos guste o no, aunque ahora no estén de moda en nuestro barrio. El civismo es una opción deseable pero no una cuestión vital.
¿Es la corrida de toros maltrato animal? Sí, pero podría no serlo y si lo es, no lo es tanto por abundancia de sangre como por ausencia de geometría.
Por encima de todo está la idea de belleza — naturaleza — que me seduce y todavía más al comprobar que no es políticamente correcta. Por eso, mañana, cuando no haya corridas de toros por una cuestión legítima del modo democrático, el toreo seguirá siendo mío, aunque no se dé.