Erupción solar del 16 de Abril de 2012 /NASA/SDO/AIA

Interstellar, gloria y vergüenza de Prometeo

jerborejúo
7 min readDec 10, 2014

Una lectura política, filosófica y en clave de género de la última película de Christopher Nolan

Interstellar es una producción con la huella de Spielberg que se añade de manera natural a la reciente saga de grandes producciones de ciencia ficción distópica con tendencia a escaparse al espacio: Cloud Atlas (El Atlas de las Nubes,Wachovski, 2012), Elysium (Blomkamp, 2013) o Lucy (Besson, 2014). Aun así, tres disparos la hacen destacar. En primer lugar, ha recuperado la hard sci-fi o loque es mismo, la fantasía con fundamento científico. En segundo lugar, la centralidad del concepto de libertad colectiva frente el meme hollywoodiano de la libertad negativa (o liberal). Finalmente, la exploración específica del vínculo entre ciencia y ética. Más allá de los parentescos cinematográficos evidentes (Kubrick, Tarkovski) Interstellar sostiene una íntimo vínculo con Contact (Zemeckis, 1997). Apenas puede disimular un mismo asesor científico, Kip Thorne, colega de Carl Sagan y Stephen Hawkings. Ni tampoco la reaparición de Macohnaghew, este golpe como protagonista.

Tanto Interstellar como la a novela homónima de Sagan que inspiró Contact se hacen eco de la derrota de una generación científica que se politizó bajo la alargada sombra del hongo nuclear: las consecuencias políticas y humanas del I+D desnudo de compromiso ético. Las dos películas son hijas de la crítica de una ciencia al servicio del dominio de unos seres humanos sobre otros. Una contradicción que se muestra en su crudeza a la trayectoria vital y moral de Claude Eatherly, piloto del Enola Gay. Günter Anders, como recordaba Santiago Alba, lo denominó la vergüenza de Prometeo. Pero también los dos films se hacen eco de la firme creencia en la capacidad humana de romper con una espiral autodestructiva. Por eso, el nombre de la hija de Cooper es homenaje a la Ley de Murphy: si algo puede pasar, pasará.

Spinoza y la obra colectiva

Así, Intersterllar ilustra su apuesta racional y política por el potencial de la inteligencia y la cooperación colectivas, donde hasta un ingeniero reconvertido en labrador puede aportar su grano de arena. La conexión con el imaginario del pionero y la fuerza del sacrificio y coraje aliñan la jugada entroncando con el imaginario del buen americano … y la taquilla. No se puede evitar evocar aquí el espíritu de los liquidadores soviéticos de Chernòbil.

El que distingue a Cooper del héroe americano al uso es que él no salva la Humanidad, la salvación de la Humanidad se una obra colectiva. Rehuyendo del self-made-man y del despotismo ilustrado, la colonia recibe el nombre de una científica (su hija), las instalaciones de la NASA se financian con fondos públicos pero en secreto; la colaboración de Cooper se escenifica como un secuestro y el sacrificio individual y colectivo se desarrolla bajo la premisa oculta que en nombre de la Humanidad se tiene que sacrificar la Humanidad, reduciéndola a una mera cápsula de embriones (el plano B). Ni los provida ni los aristócratas se redimen en Interstellar. Reconocer la mentira al lecho de muerte devuelve a Michael Caine al mundo de los mortales. Es un gesto relevante, pero no suficiente: “Sí que es importante decir lo siento”, reconoce V, segundos antes de dar una muerte pacífica a la científica que experimentó con él enV for Vendetta (Wachovski, 2005).

El as que Nolan esconde bajo la manga es la habilidosa imbricación del tejido que compone el ser humano según Interstellar: la razón científica y el amor, nutridos por la trascendencia del individuo, más allá de si mismo y/o de su extensión familiar. Interstellar no sólo reconoce sino que realza la componente empática, social y emocional de la humanidad… sin contraponerla al amor a la ciencia. Tampoco renuncia a señalar con desprecio las excusas falsamente morales o técnicas con que se disfraza el cálculo egoísta o la cobardía, la renuncia a la “conciencia de especie”: el ser humano es así, no podemos hacer nada por la Humanidad.

No tenemos espacio para desarrollar los paralelismos en negativo del viaje de Cooper y el de Odisseu. Sólo decir que la Penèlope del futuro (Murph) no sólo no espera sino que actúa e, intentando rescatar a su hermano de su orgullo masculino, descubre la clave para dar un futuro a la especie humana. Cooper es un producto del esfuerzo social (financiación pública de la universidad) y gracias a la infraestructura -pública- de la NASA emprende un viaje sin garantías. El esfuerzo común no sustituye la libertad individual: la hace más potente.

La principal conquista de Cooper es demostrar a cada paso que la humanidad no se puede reducir a la biología y que la ciencia sin principios es estéril. Durante tres horas la homo homini lupus est queda progresivamente arrinconado y cede el protagonismo al potencial de la libertad colectiva, que se fundamenta en la constatación de que el ser humano es social e interdependiente en todas sus dimensiones. Realmente, es impresionante encontrarse a Spinoza en el cine y de lagarterana espacial.

El papel de la ciencia en la humanidad

Los bloques narrativos de Interstellar se suceden a golpe de dilema moral, un hilo de interrogantes penetrantes sobre qué hace humana a la Humanidad; qué es el que nos trasciende como especie; que nos cabe esperar de la especie humana; cuál es el motor de la vida humana? … O al estilo de los Monthy Python: cuál es el sentido de la vida. Sin jugar al parchís maniqueo se discuten con argumentos diversos, desplegando un elenco de actores impresionate varias opciones de respuesta: la familia (Litgow, el suegro de Cooper)?, la explicación mística (la joven Murph)?; el diseño inteligente (Michael Caine)?; el espíritu de supervivencia a cualquier precio (Matt Damon)?; el espíritu de los exploradores (Cooper)?; el amor, las emociones, la intuición (Anne Hathaway)?; la resignación (hijo de Cooper); la curiosidad científica (Murph adulta)? A diferencia del tablero clásico de los films de “salvemos la Humanidad”, las fichas (los personajes) no son sólidas sino que evolucionan a lo largo del metraje menudo contra aquello más previsible: Michael Caine a pesar de la épica del poema de Thomas que recita compulsivamente (“Rabia, rabia, contra la agonía de la luz”) esconde información para manipular incluso a su hija (Hathaway). Matt Damon, a pesar de parecer la quintaesencia del rigor racional y el espíritu práctico, acontece un psicópata suicida. Anne Hathaway, la dulce y emocional hija resulta ser la más firme defensora del Plan A contra la abierta traición de su padre. Cooper desde que pisa las instalaciones de la NASA hasta que se adentra al agujero negro, amplía su horizonte de responsabilidad generando expectación sobre la razón que mueve cada cual de sus movimientos donde no siempre sacar un cinco te permite jugar una nueva ficha.

Era de esperar que estas preguntas nos traigan a las reflexiones sobre el conocimiento y la pugna razón-emoción. La discusión sobre cuál es el planeta que se tiene que visitar en primer lugar deja en evidencia las vergüenzas de esta estéril dicotomía y, de paso, desmonta el prejuicio decimonónico sobre la naturaleza emocional de las hembras humanas. El guion rompe el plácido relativismo de la paradoja postmoderna y explora las aristas de una posible superación de la división jerárquica y antagónica entre la cordura y los sentimientos, como dos vertientes inseparables de la práctica humana. El racionalismo, el irracionalismo romántico y el empirismo tienen referentes filosóficos conocidos. Interstellar propone una resolución del enroque que no se puede entender sin dar un paseo por los senderos de la filosofía de la praxis -mucho menos divulgada y estudiada-: desde la primera tesis sobre Feuerbach de Marx hasta Néstor Kohan, pasando por los Cuadernos de la prisión de Gramsci.

El hecho que la singularidad de la humanidad del futuro esté en la habitación de una niña, el inconformismo de Cooper cuando ve la colonia como una réplica del viejo mundo (y presumiblemente de los mismos errores) rompe el dilema sujeto-objeto. Cooper y Murph, sujetos absolutos, actúan sobre la historia (el objeto) generando efectos que los transforman a sí mismos y vuelven a modular los acontecimientos. Es una cadena de acción-transformación donde la secuencia cronológica es relevante y marca los puntos de inflexión de cada personaje. Cooper y Murph son sujetos de la acción y objetos alterados por los efectos de su conducta en relación al resto de personas y contexto en que se desarrollan. El dilema sujeto-objeto es estéril, no se pueden aislar mutuamente, es una relación dinámica y sin fin. Interstellar también rompe con el final feliz (el fin de la historia) haciendo patente que se trata de un capítulo más que no está libre de contradicciones: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, podría estar pensando Cooper cuando observa con escepticismo la cerveza a la colonia espacial, evocando el 18 de Brumario de Marx.

El guion de los hermanos Nolan vendría a decirnos que la potencia de la humanidad surge de la síntesis entre la afectividad y la interdependencia mutua (el amor a la hija, al resto de los humanos) y la pragmática de la razón científica (datos cuánticos retransmitidos en código Morse, donde la recepción requiere inextricablemente este vínculo afectivo abstracto y concreto a la vez). Cooper es humano, se vulnerable, acierta, se equivoca, reflexiona y aprende de los errores y aciertos propias y ajenos. Sin espíritu de equipo ni autocrítica, la humanidad no tendría salida: ni Batman ni Iron Man habrían rescatado la especie humana.

A pesar de la malversación de la colectividad popularizada por la derecha, el compromiso con la comunidad no anula ni quita brillo a ninguna de las decisiones individuales de los personajes, de los posicionamientos que adoptan y practican, como decía Gramsci: son hombres y mujeres que se producen en cada unode sus actos, de cada día. Defendiendo el derecho al conocimiento como herramienta de emancipación sin despreciar el oficio del labrador; la argumentación asertiva contra las derivas místicas para-científicas; demostrando que la solidaridad humana existe y no es un sentimiento de clan artificialmente sobredimensionado. La solidaridad es condición y precondición a la vez de la especie humana.

La duración de Interstellar compromete su uso divulgativo pero es una película muy propicia para las aulas tanto para animar vocaciones como para promover el pensamiento crítico: el papel de la ciencia es explicar lo inexplicado? Cómo nos relacionamos con la ciencia límite? Qué puede aportar a la humanidad una investigación sin criterios éticos ni políticos?

Isabel Benítez. Barcelona, noviembre de 2014

Publicado originalmente en català en directa.cat

Enlace original:Interstellar, la glòria i la vergonya de Prometeu

Traducido con la ayuda de Softcatalà

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