Miedo

jesus organista
2 min readOct 17, 2016

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Miedolina Pérez era una chica hermosa, 32 años de edad y soltera. Vivía sola, empleo de profesora que le permitía vivir una vida relativamente cómoda, sin lujos, pero sin penurias. Tez morena, alta, mínimo sobrepeso, perceptible sólo por las personas que gustan de la “perfección” física. Persona aparentemente normal, que vivía una vida aparentemente normal también. Sólo ella y pocas personas de su círculo cercano, sabían que esto no era verdad.

Miedolina sufría de un terrible mal: vivía sumida en un perene miedo al miedo; esto es, vivía preocupada de que el miedo la paralizara. Y de hecho, este miedo al miedo, la mantenía paralizada. Curiosamente, no tenía ninguno de los miedos normales como el miedo a la muerte, a la soledad, a la falta de dinero, a enamorarse… por nombrar solo algunos.

Los científicos y estudiosos estaban muy confundidos, pues muy poco material bibliográfico habían encontrado que tratara sobre este extraño mal, por tanto, no había una referencia confiable para contrarrestarlo; y lo que es peor: tampoco sabían de otros casos similares, para estudiarlos.

Uno de esos científicos, se ganó la confianza de Miedolina y le propuso, buscar juntos, una cura para tan curioso mal. Ella, aceptó sin temor, esto es, sin miedo, pues como he dicho, ella no era capaz de sentir miedo alguno.

Lo primero que decidió el facultativo, fue corroborar si efectivamente Miedolina no sentía ningún temor ante algunos horrorizantes estímulos. La enfrentó a películas de terror, organizó un fingido secuestro, incluso, montó un simulacro haciéndole creer que Donald Trump había sido elegido presidente de los Estados Unidos. Nada la inmutó.

El facultativo, era un hombre apasionado por la ciencia, dedicaba pocas horas para el descanso; mente abierta, ávido lector, especialmente de temas sicológicos; de trato amable, a mitad de los 40´s, casado, con poca vida marital por su afición a la ciencia. De apariencia poco agraciada, pero el trato fino lo hacía verse interesante.

Pasaron tantas horas juntos, que Miedolina hasta dejó de dar clases y Javier, nombre del facultativo, abandonó todos los proyectos para dedicarse por completo a Miedolina, mejor dicho: al “miedo al miedo” Tuvieron tantas conversaciones, y leyeron tanto material juntos, que el tiempo pasó inadvertido.

Una mañana, ella se sintió diferente, parecía que ya el “miedo al miedo” no era el único miedo que ella enfrentaba; otro miedo se había instalado: Ahora también tenía miedo de perder su miedo al miedo.

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