Sombrero de pirata

José Ignacio Tofé Ortego
3 min readMay 27, 2022

--

El probador, una cortina sustentada en un rail circular, tiene algo de artilugio de mago. Toda la tienda de deportes es un lugar mágico de transformación. El equipo para la metamorfosis está a tu alcance. Busca los elementos adecuados, practica el tiempo necesario y te convertirás en esa persona que contempla el mundo desde la cima de la cordillera, vuela sobre las olas bajo un sol radiante, o alcanza el nirvana en una sala de yoga. ¡Tú puedes, hazlo, consíguelo, supera tus límites, mejora, crece!

Mario lleva demasiado tiempo buscándose en todos esos espejos. Sabe que en media hora cerrarán. El sombrero es el último objeto de su lista. Botas, calcetines sin costuras, toalla de microfibra pequeña, dos camisetas, dos pantalones, dos mudas, crema solar, capa impermeable, botiquín y sombrero.

El sombrero es fundamental para hacer el camino de Santiago. Lo dicen todas las guías. En todas las fotos los peregrinos sonríen, sudorosos y felices, bajo sus sombreros. Mario no sonríe. Se siente ridículo bajo el sombrero: trekking anti-UV poliéster hombre caqui. ¡Pareces Cantinflas! ¡Vaya pinta! ¡Todos van a notar que eres un peregrino de mentira! Mario se prueba ahora una gorra. El ácido en el estómago aumenta. ¿Qué me creo, un rapero? Es ridículo hacer el camino a mi edad. No hay gorras para personas de cincuenta años. Algo de razón tiene porque en las fotos de las paredes todos disfrutan de una radiante juventud. Quedan veinticinco minutos para cerrar la tienda. Vuelve a intentarlo con el sombrero. Parezco un niño jugando a Indiana Jones. Quizá el problema es que me queda pequeño. ¿Habrá una talla más grande? No se atreve a preguntar. Las dependientas, todas muy jóvenes, están muy ocupadas y tienen cosas mejores que hacer que hablar con Mario.

Se quita el sombrero. Quiere dejarlo donde lo encontró, pero se pierde en el laberinto de tallas y colores. Lo abandona al azar con sentimiento de culpa. Puedo venir mañana, buscar en otra tienda, empezar el camino la semana que viene. Se deja caer en un asiento de la sección de zapatería. ¿Cómo voy a hacer el camino de Santiago si me agoto dentro de una tienda de deporte? Contempla la cesta que ha ido llenando a lo largo de la tarde: botas, calcetines sin costuras, toalla de microfibra pequeña, dos camisetas, dos pantalones, dos mudas, crema solar, capa impermeable, botiquín y… Falta el sombrero. ¿Me voy a casa? Sillón, aire acondicionado y la tele. Movistar, Netflix, HBO. Puedo ver lo que quiera. Mama no está. Mama nunca está. Mama ha muerto. Nunca entendió muy bien las charlas de la doctora, fallo multiorgánico, complicaciones, diabetes. Tampoco supo cómo hacerlo en el tanatorio. Ha sido lo mejor, ya descansa en paz, ahora estarán juntos, hay que seguir adelante. Pasaron lo meses y se dejó envolver por la rutina. Cuando todos en la oficina empezaron a hablar de vacaciones llegó la idea del camino de Santiago. El pulpo, la santa compaña, las casas de piedra, la lluvia, las sonrisas de los peregrinos. Leyó el peregrino de Compostela. Se compró una guía. Tecleó una y otra vez: camino de Santiago. El camino del norte, el camino francés el camino portugués, el pasaporte del peregrino. Todos los viajes empiezan en la mente. Imaginarse en el camino le hacía olvidar el silencio atrapado en los armarios.

¡Te compro los dos y vámonos que van a cerrar! Un padre cortando la rabieta del niño. Quedan diez minutos. Camina resignado de vuelta hacia los sombreros. La cesta pesa cada vez más. No vas a poder cargar con esta mochila tres semanas. Siempre te quemas con el sol. Pareces Cantinflas con ese sombrero. El ácido del estómago llega hasta la garganta. Lleva un minuto delante del espejo, pero hace rato que no ve nada. Los viajes infernales también empiezan en la mente. Apagan algunas luces de la tienda, la música se detiene. Con el cambio de luz los ángulos de su rostro cambian. La frente, el arco de las cejas, la manera de inclinar la cabeza hacía la izquierda. En el espejo el rostro de su padre se superpone al suyo, como un sueño, algo que no es, pero está delante de ti. Su padre le devuelve la mirada, le sonríe. Venga, llévatelo, es un sombrero de pirata, vete a jugar, pásalo bien. Siguen apagando luces. La imagen desaparece. De repente el silencio ya no duele. Vamos a cerrar. Mario mira a la dependienta, vuelve a la realidad, sonríe. Sin quitarse el sombrero de pirata empieza su camino cargando una cesta que repentinamente se ha vuelto muy ligera.

--

--

José Ignacio Tofé Ortego

Dramaturgo, guionista, y novelista. El sufrimiento es inútil. La risa nos libera del miedo. Escribo obras profundas pero divertidas.